jueves, 30 de mayo de 2019

Ciclista muerto por motorista en Santiváñez

Copiaré aquí lo del ciclista matado por motorista en Santiváñez, cosa publicada hoy en el diario La voz.

Rolo rutero

Rolo cuenta que venía temprano desde Quillacollo a la universidad y a media mañana estaba de vuelta en casa: 25 kilómetros. Después de almorzar, otra vez a la ciudad, y a media tarde, de vuelta en Quillacollo: hasta aquí suman 50 kilómetros. En la noche tenía otra clase y volvía a venir a la U: total, 75 kilómetros, cada día. Hacía tanto pedal para practicar ruta, cuando la avenida Banco Galindo no tenía más de 12 metros de ancho, sin separador central, y -- lo sé por experiencia -- los carros iban casi tan rápido como hoy. Tengo que preguntarle cómo se relacionaba en ruta con los motoristas, accidentes que vio, las rutinas de entrenamiento de otros ruteros.

Corrió pista y ruta, y ganó, hace más de treinta años, en la época de Edgar Cueto. Cuando el camino al trópico de Cochabamba no estaba asfaltado, iba a Villa Tunari, 150 y pico kilómetros, y regresaba al otro día. También iba a Oruro y volvía al día siguiente.

Sabe aconsejar a los corredores en actividad, explicando con detalle el modo de pedalear sin cansarse. Dice que uno tiene que dejar que la pierna haga el círculo, que las rodillas suban suave, y bajen solas, no apretar la pata contra el pedal, no aplastar, no hacer fuerza innecesaria, no gastarse inútilmente, dibujar redondos con los pies, con las rodillas, llegando a una cadencia, un ritmo uniforme, monótono; atender a que las piernas estén casi relajadas, sueltas, es automática la cosa. Esto funcionará mayormente en terreno plano.

Hablamos de un tema de mecánica : cómo es que la rueda de bicicleta sostiene, soporta el peso, cómo funciona la estructura aro más eje más las varillas tangentes que llamamos "radios" -- reproduciendo yo el argumento de un artículo leído, y razonando Rolo con su conocimiento de ingeniería.

Igual que los ciclistas urbanos, los ciclistas deportivos necesitan dejar su memoria, tienen cosas qué contar, quieren ser recordados y que les hagan caso.

Rolo se mueve por su barrio en bicicleta, una humilde, segura montañera china.

-- Republico esto, de mayo de 2006.

miércoles, 22 de mayo de 2019

El vengador

Corre adherido al costado de lata del carro, ladrando, pasa junto al carro la esquina, y de ahí se vuelve. Las ancas son poderosas, son sus muslos en el acto de perseguir al que se va, al carro. Ahora persigue a otro carro, y otro perro lo ayuda a acosar al carro que... asombroso... acelera, o sea, ¡huye! en efecto. Vuelve el perro y ahora que dejó de atacar, decrece a mis ojos, ya en reposo asume su tamaño apenas mediano ; es nada más un perro suelto, en la calle. De dos años a dos años y medio, mezcla de color blanco con café claro, con las orejas caídas, cabeza maciza pero no grande. Es lindo. Y al pasar a mi lado siento su husmearme a la distancia, con respeto. Un perro ubicado. Un vengador tranquilo, un deportista de la persecución.

Mantenimiento postergado

Hoy hacen dos semanas que Víctor el maestro bicicletero retrasa el cambio de estrella y cadena a mi bi. Pero la bi anda suficientemente bien. ¿Para qué quiero ponerla mejor? ¿Quiero talvez ir a pasear lejos? ¡Será eso! Ah, ciclista.

lunes, 20 de mayo de 2019

El Qhewalo

Vamos juntos durante unas cuadras en el centro de la ciudad. Hemos acordado ir por el camino viejo a Quillacollo. Le pregunto por dónde salimos, si por el puente Waina Kápac. Me dice que por cualquier lado es igual. Así habla un ciclista. Pasamos el puente y él acelera. Le doy alcance, me pongo a su lado. Paso una esquina raspando al carro perpendicular a mi bici, y desde atrás hace un "uu". Vamos por el kilómetro dos y él me adelanta, empieza a correr más aun, tanto que me cuesta varias cuadras emparejármele. Vamos por el kilómetro seis y se va quedando atrás. Yo sigo, hasta que, volviendo la cabeza, no lo veo venir; vuelvo unas cuadras atrás y allá está. Retomo la ruta, a ritmo lento, confiado en que pronto vendrá a mi lado, pero no viene. Yo sigo. Vuelvo la cabeza cada rato, y no, no viene. Sigo adelante.

Es el Qhewalo (palabra quechua que quiere decir cobarde; la terminación -lo le da un poco de cariño; qhewa quiere decir afeminado o maricón). O así lo llamó su mujer (ella vende ollas y bandejas de lata en el mercado Calatayud) cuando, bromeando, y para sacarle palabras de la boca, le dije que ya sabía que ella se compraría una bicicleta e iría al lado de su marido, o que se dejaría barrear en la bi de él (ella es gorda, bien gorda, y usa pollera). "Entonces -- le dije -- como es que él anda en bi y tú no". Ella me respondió que lo hacía por qhewalo, es decir, por no gastar, por tacaño, por agarrado con el dinero. Lo que no es cierto. Lo hace para sentirse fuerte, así lo entiendo yo, después de oírle sus historias. Hace unos años se tiró con la moto y desde entonces renunció a ella. De muchacho se tiró al barranco con un carro, y le quedó el miedo. Es albañil. A veces llega a recoger a su mujer a pie, sin ninguna de las dos bicicletas que tiene, una de paseo y otra montañera, y me dice que es que está cansado, que hoy va a descansar de la bi. Él mismo mantiene y repara a sus máquinas.

Pero a su edad -- que calculo parecida a la mía, entre cincuenta y cincuentaicinco -- y siendo un albañil que trabaja con el cuerpo, es fuerte, y en nuestro paseo me jaló hacia adelante, me hizo correr como hace tiempo no lo hacía. Ahora, espero que no le haya pasado nada. Nuestro acompañarnos en bici fue anteayer sábado y hoy lunes en el mercado no apareció su mujer ni él. Espero que su quedarse atrás del sábado haya sido por haber encontrado a algún conocido o por cualquier razón que no fuera cansancio u otro contratiempo.

Medio año después. Este amigo, tan maltratado de boca por su mujer me contó, mientras orinábamos juntos en el baño del mercado Calatayud, de un grave molestia en un costado de su cadera, por una caída que hace pocos meses tuvo al trabajar de albañil (es maestro albañil). Los entendidos que le trataron la cadera, no le ayudaron ; los dolores seguían, y al caminar él debía descansar a cada cuadra. Bueno, hace unas semanas, yendo en su bicicleta, lo atropelló, desde atrás un carro, que no iba tan fuerte, pero a mi amigo lo tiró duro al suelo. Desde ahí, desde el piso, con mucho dolor, se alzó para, en defensa de su propio cuerpo, comenzar a pelear contra el motorista, con la boca, con lo que de su cuerpo fuera necesario usar. Ya erguido, estiró violentamente el brazo en un puñetazo que a través de la ventana del carro dio de lleno en un cachete del motorista... y, ¡ qué tal ! cuánta maravilla : KAJ le sonó su cadera, y kaj, solucionado quedó el problema el dolor el cansancio la incomodidad allí.

De él y su mujer : se quieren, se atienden, se ayudan, se acompañan. Son una pareja de amigos. Da gusto verlos.

Obscenidad

El trasero inmóvil de los que usan motocicletas es obsceno. La obscenidad de los motoristas cuatro ruedas es mayor aun, pero está encerrada por las latas de sus carros.

Entiendo por obscenidad la explicitación verbal o visual, de mal gusto, de lo que se está haciendo. Digo desde mi experiencia sexual que explicitar con palabras o gestos rudos el acto en curso implica, primero, desamor, y después, al menos, el inicio de una falta de deseo específico por la pareja esa, la llegada del aburrimiento, llegada tapada, disimulada con ese repicar sobre la mecánica del acto que es la explicitación, lo obsceno.

Ese quedarse quietos de los motoristas de carros y motos que avanzan, mientras amenazan con golpear y herir a la demás gente de la calle y sus máquinas atronan la calle y sus escapes ensucian el aire, es obsceno. Es como una reafirmación, contra toda justicia, contra todo derecho, contra el buen juicio y las maneras, de la realidad de que están dañando a la gente y al mundo y no les importa seguir haciéndolo.

Los motoristas han renunciado a un rasgo específicamente humano, el caminar. Esta abdicación trae consigo la necesidad de justificarla, o sino, de negarla, olvidarla. Es por esto que tantos carros llevan aditamentos como pegatinas con propaganda de partes de carros o productos relacionados, pegatinas que los motoristas se molestaron en comprar, para ponerse en línea con la estupidez reinante en su tribu. Los carros hacen difícil identificar a sus ocupantes; pero además muchos carros velan los vidrios de sus ventanas, para imposibilitar la identificación, haciendo a los motoristas y transportados prácticamente impunes (son gente que huye, y huye impune; dieron el salto al vacío y buscan no dejarse a sí mismos opción de regreso). Es por esto que tantas motos tienen el escape libre, y su aire llega en chorro caliente y sucio a la cara de la gente de a pie y de los ciclistas.

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Una noche de esta semana, a medianoche, saliendo de esta sala de internet, en la avenida Blanco Galindo, me pasa un camión sobre cuya plataforma iba atado un bulldozer o topadora nueva, una de esas máquinas de color amarillo. El camión iba al menos a sesenta por hora y aceleró para pasar en verde el próximo semáforo, que tenía unos diez números restantes. Cerca de mí, rugiendo, pasó Juggernaut o Leviatán o el ogro con las botas de siete leguas o Moby Dick o, siendo yo un liliputense, Gulliver.

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Siete meses después. No me apetece volver a leer esto. Recuerdo que al escribirlo estaba triste, inexplicable, inmerecidamente triste.

sábado, 18 de mayo de 2019

Diario vial. Vialización de todo el ancho de la avenida Blanco Galindo

Asfaltan o pavimentan muchas cuadras de las adyacentes a ambos costados de la avenida Blanco Galindo a la altura de donde estoy ahora, Colcapirwa. Con esto la anchura de esta avenida llega a ... metros. Es demasiado. Cuántos animales más morirán pisados, aplastados por los carros, que, en otros lugares de esta avenida, en estas calles laterales, muchas veces disparan a toda velocidad. Una avenida tan ancha es un tajo grueso, impasable para muchos animales, desde insectos que caminan o vuelan, pasando por pájaros, ratas, ratones, los pocos sapos que quedan (la vialización universal del valle, en curso, destierra a los sapos), y terminando en los humanos niños, mujeres lentas o viejos enfermos.

viernes, 17 de mayo de 2019

Incidente con trufi

El hombre moreno, voluminoso, de hasta sesenta años que hoy a las 20:45h manejaba el trufi color rojo, nuevo, con placa 4767 FFT, pasando por la calle 25 de Mayo buscó -- o así lo sentí yo, porque no disminuyó nada su velocidad de hasta 20 kmh-- golpearme a mí que pasaba en bicicleta por la Ecuador con el semáforo en rojo. Lo alcancé en la esquina Colombia. Le pregunté si lo había hecho a propósito. Dijo, y vez tras vez, pese mi insistencia en que ese no era el tema entre nosotros, seguiría diciendo que el semáforo estaba en rojo para mí, cosa que yo reconocí. "El semáforo en verde no te da derecho a tocarme con esto", le dije, poniendo mi mano sobre su lata. Hablando, le hice pasar dos períodos de colores verdes del semáforo. Me asombraba su aparente, visible serenidad, en la mirada, en el ritmo de su hablar. Pero su bucle vicioso sobre su (casi explícitamente autoadjudicado) derecho a golpear con su carro a un ciclista que pasa el semáforo en rojo, no era sano, y se lo dije: "Si lo hiciste a propósito, tú no estás bien -- aquí me llevé un dedo a la sien --, busca ayuda". Aquí dijo que no lo había hecho a propósito, y volvió, por cuarta vez a hablar del semáforo. Antes de irme, le dije, advirtiéndole que repetiría lo ya dicho, que su carro es una mole semiblindada de entre dos y dos toneladas y media y que puede dañar a la gente no protegida como yo sobre mi bicicleta, y que los semáforos solo dan preferencia de paso, no dan derecho a golpear a otros usuarios de las vías, sea cual sea su situación. Esto no lo saco de mi (nula) memoria de las leyes de tráfico, sino del sentido común.

jueves, 16 de mayo de 2019

Desatento con la bi

Golpeé hoy tres veces la rueda trasera, descuidé esa parte sensible de mi bi, cosa que nunca hago. La primera, saliendo de bajada del puente Cobija, en el desnivel de una tapa de agujero de conductos. La segunda, en la pequeña rampa de cruce del canal central de la avenida Medinaceli, por desconcentración mía. La tercera, al pasar un desnivel de desagüe. Mañana recuperaré mi atención al ir por las calles, y cuidaré a mi máquina como es debido.

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Creo apenas posible, pero posible, que la deformación que un golpe le hace al aro sea compensada por una otra deformación por un segundo golpe. Mi aro no se resintió... sigue redondo...

miércoles, 15 de mayo de 2019

Disciplinamiento del tráfico en el centro

Hace doce días trabajadores de la alcaldía instalaron en la avenida San Martín entre el mercado y la avenida Heroínas, bastones flexibles de más o menos un metro de alto, a unos ... metros de distancia cada uno del siguiente, para separar las columnas de tráfico.

Este disciplinamiento del tráfico en el centro de la ciudad afectará a los ciclistas acostumbrados a movernos con alguna agilidad en el centro, de maneras variables. En lugares y momentos de congestión máxima, donde y cuando los motoristas, que están casi del todo detenidos, y disminuyen las distancias de seguridad entre ellos, llegando a eliminar el corredor por donde vamos nosotros los ciclistas, dificultará nuestro movernos hasta imposibilitarlo, deteniéndonos y haciendo que debamos bajarnos de nuestras bicicletas, retroceder a pie y buscar si hay lugar con algunos centímetros más para salir del estrangulamiento. En lugares y momentos de congestión media a baja, donde y cuando los motoristas van a velocidades desde muy bajas hasta 30 kmh, y su moverse es dificultado por los bastones, éstos pueden facilitar el moverse del ciclista, con la condición de que, si lo ve necesario para guardar su seguridad, esté dispuesto a tomar para sí, por el espacio que sea necesario, el carril entero. No todo ciclista quiere disputar así por el espacio vial con los motoristas.

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Los bastones son de plástico de color rojo, y son flexibles; si uno los empuja o jala, ceden, y luego vuelven a su posición erecta. Los carros los pisan y los destrozan. Fijarse en esto : estos implementos disciplinan el tráfico sin llegar a ser peligros para la masa atropellante de los carros. Cuánta comprensión, cuánta tolerancia. ¿ Por qué -- podría preguntarse -- no se colocan bloques macizos de cemento, que asusten a los motoristas y corrijan su desatención y moderen su velocidad ? ¿ Por qué -- podría un día llegar yo a soñar con preguntar -- no se plantan árboles en medio del pavimento para separar las columnas de carros, plantines de árboles a ser protegidos con bloques de cemento que asusten a los motoristas y los hagan portarse con decencia ?

domingo, 12 de mayo de 2019

Sobre el Tacata

Paso el puente sobre el río Tacata de oeste a este. Desde la cresta del morro hacia abajo hay unos metros de losetas hexagonales. Freno ahí, luego de haber subido con algún énfasis al pedal, para no golpear mucho los aros de mi bicicleta. El tramo de losetas parece largo. Una experiencia diferente fue anteanoche, al pasar el puente en sentido contrario, de este a oeste: el largo de la parte con losetas, así, acelerando para subir el morro del puente, parece muy corto.

Este es el tercer diferente puente sobre el (ahora seco) curso de agua Tacata que uso. Los tres puentes son usados por algunos de los motoristas como lugares donde deshacerse de bolsas, algunas grandes, de basura.

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(Hay tres opciones básicas de diseño de la pendiente de un tramo de subida: la línea recta, la curva cóncava (más fácil para mis piernas en la bicicleta) y la curva convexa (más difícil)).

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Mark Twain, al contar su pilotaje de vapores en el río Mississippi, dice que un río es el que uno baja y otro río es el que uno remonta. Y claro, la secuencia de lugares, invertida, hace otro camino. La experiencia fluvial del piloto con la corriente y contra ella puede compararse a la experiencia ciclista que fluye con el tráfico o va contra él. Vaya, releo esto, veo que puse "ir contra" el tráfico, usando la idea en sentido literal. Pero si la usamos en sentido figurado, ir contra el tráfico, luchar políticamente (no tengo ahora una mejor palabra para explicarme), contra el tráfico de motores, contra la motorización, aquí está, esto es lo que le debemos a nuestra ciudad, al valle de Cochabamba. Vaya, qué manera la mía de pasar de un tema a otro, sin relación alguna.

viernes, 10 de mayo de 2019

Perros en las noches

Ladrando enojado, este perro golpea las orejas sueltas y largas contra sus sienes y frente, mientras ladra insistente, pero no se me acerca demasiado. Es flaco, su tamaño es de mediano a grande, su color es café claro uniforme, es de hasta año y medio de edad. Dos noches en cuatro semanas me saludó así en la puerta de su casa en Paucarpata sur.

Ese otro perro me esperó unas cinco veces en un año y medio en la entrada de su casa, en Tacata, frente de casa que no está vallada, y ladrando furioso y mostrándose muy ágil, rascó el suelo cubierto de pasto verde alto, crecido, lo rascó como si fuera un toro. Ante mi disminuir la velocidad de la bici, cada vez, se entró, sin dejar de ladrar, pero sin parar, hasta bien adentro del lote. Raro. Es negro entero, delgado, de tamaño mediano a grande, de hasta año y medio de edad.

Betoven, que es de color café claro, tamaño mediano y de unos cinco años, me habrá molestado unas seis noches en un año y medio, porque casi siempre está encerrado. Pero, encerrado y todo, me siente llegar y ladra en tono agudo, un tono singular, alertando a su hijo, de hasta un año de edad y muy parecido al padre, hijo que para afuera, cuidando a las vacas que descansan en terreno no vallado. Al hijo le digo, al pasar, lento y despacio que si quiere tener que levantarse y huir (de mí), basta que me ladre, pero si quiere quedarse donde está echado, que se quede quieto y callado nomás. Casi siempre acepta, pero alguna vez optó por ladrar y huir. Hay allí un otro perro, grande, de unos tres a cuatro años, de rasgos cercanos a los pastores alemanes, pero forma de esqueleto más normal, que no arrastra las patas traseras; su color es pardo pajizo en el lomo y las partes frontales de las patas, con el pecho, el vientre y las partes traseras de las patas de color negro oscuro, hermoso; este perro no se mueve al pasar yo a su lado, ni me ladra, ni, a veces, me mira. Yo le hago "mu", como hace un toro. Hasta hace nueve meses, en esa esquina de Paucarpata sur, me esperaba Bronco, perro negro con pequeñas manchas blancas, de unos cuatro a cinco años, que buscó muchas veces morderme, acercándose callado, y que, siendo lento, era insistente. Las primeras semanas, yo llegaba al lugar con dos piedras en la mano, y alguna vez tuve que tirarle una. Más de una noche, el dueño del perro tuvo que salir a su ventana a apaciguarlo. Cuando a Bronco lo acompañaba Betoven, ambos eran un problema para mí. Pasando yo de día, la dueña de las vacas y los perros masculló una vez algo así como: "... a mis perros, ¿no? Yo le voy a enseñar a ..." Hasta que Bronco murió, unas semanas después de haber yo oído a un vecino que pasa por ahí en carro decirle a su peón, que golpearía a Bronco con el carro. Cuando le pregunté a ese mismo vecino de qué murió Bronco, me dijo que por heridas de pelea con otro perro. La molestia de Bronco para mí fue atenuándose con el tiempo. Él mismo buscaba acomodarse a cierta distancia de la curva que yo torcía para entrar a la casa donde entonces vivía, y así tenía motivo o pretexto para no levantarse a estorbarme.

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Hoy viernes 10 de mayo, a las cinco de la tarde, en el barrio Álamos, en media calle, un hombre moreno, grande y gordo, de hasta cien kilos de peso evitaba los lapos de una mujer pequeña, que le bloqueaba su acceso a otro hombre, este bajo y pequeño, de unos sesenta kilos de peso, cuya cara sangraba, que estaba muy borracho, y cuyo movimiento era también bloqueado por otras personas. El gordo dijo algo así: "¿Y quién [ininteligible] mi auto?" El bajo insultó y amenazó con palabras gruesas al gordo, señalándolo con el brazo extendido. Ambos hombres de unos treinta años de edad. Esto ocurría en el lugar asfaltado donde dos chicherías enfrentan sus puertas abiertas. Unas doce personas, repartidas en tres grupos, además de unas varias movilidades, ocupaban la calle -- porque esa gente, borracha o sobria, es gente en carros. De pronto, se llegó hasta el bajo, otro hombre, de hasta veinte años de edad, y le dio uno y más golpes, muchos puñetes, que le sacaron sangre abundante. Lo tiró al piso y ahí siguió dándole con las manos y con los pies, patadas. Nadie se lo impidió.

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Otro perro vino a atacarme mandado por su dueño, la primera y quizá también la segunda noche, pero después, cuando el tipo vio que el perro le había agarrado el gusto, intentó contenerlo, y ante la insistencia del perro, tuvo que perseguirlo -- porque el perro se le soltaba para venirse a mí, solapado, en silencio -- y luego tuvo que correr, agarrarlo y apartarlo, cargándolo, de mí. Esto ocurrió unas tres semanas, cada noche, hace dos años, hasta que me di por vencido y dejé ese lugar. Fueron batallas de hasta cinco minutos, en que yo tenía que bailar en círculo, mostrándole al perro, que tentaba cada punto para saltarme, y que golpeaba los dientes de arriba contra los de abajo, mostrándole que yo era inexpugnable. Alguna noche la danza fue rica... Al retirarse, el perro, de tamaño mediano, pardo, de unos cuatro a cinco años, golpeaba los dientes de arriba contra los de abajo, haciéndolos sonar, y unas dos veces, orinó en un árbol cercano... Unas cuantas veces lo acompañaba una hembra gorda preñada, agresiva, lo que complicó mi lucha.

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Los perros guardan rencor. Varias de aquellas enemistades me las gané por responder -- ahora lo sé -- exageradamente a los saludos de ellos. Desde que le pregunté a Romel, amigo veterinario del parque de la Torre, qué hacer con los perros agresivos, y él me dijo que un perro agrede cuando tiene miedo, que lo hace en respuesta a lo que, a su vez, percibe como agresión a él, me porto más sereno con los perros: si me ladran, y más aun si son más de uno, disminuyo la velocidad al máximo, los miro sin amenazarlos con la actitud del cuerpo, si siento que es necesario, les hablo con voz calma, diciéndoles cosas como : "No te conozco, no tengo nada contra ti, déjame pasar". Da resultado. Pero hay algunos perros que no entienden y, supongo que porque algo en mí les recuerda a alguien que los amenazó, insisten en buscar impedir mi paso. Entonces, me bajo de la bi, y les muestro que no soy fácil presa. Pero trato de no hacer lo que antes, que era lograr que se entraran a su casa, si podían, o que huyeran corriendo de mí.

lunes, 6 de mayo de 2019

El ciclista de la Chimba

Mi amigo Pável Cárdenas, orureño que vive en la Chimba, dibujó a carboncillo cosas sugerentes, asombrosas que muestran ruedas de bicicletas, las varillas de alambre tenso de las ruedas de las bicicletas, y dibujó muchas otras cosas con temas de bicicletas y de ciclistas, por ejemplo, una serie de dibujos que muestran ciclistamente los siete pecados capitales, y otra serie que muestra los doce signos de un zodiaco.

Pável también sacó fotos que muestran con claridad situaciones de tráfico, por ejemplo, una donde se ve el momento previo al portazo (cuando un motorista o un pasajero abren la puerta lateral del carro y el ciclista que por allí llega se da contra la lata esa).

El archivo ciclista de Pável documenta ya muchos años de presencia en la prensa escrita de los temas de bicicletas, ciclismo urbano, ciclismo recreativo, cicloturismo y de temas de tráfico urbano y reformas legales del tráfico.

Hace unos años, Pável diseñó un recorrido de cicloturismo en la ciudad de Cochabamba, y lo realizó con turistas. Para trasladar las bicicletas a las que subieron los turistas, hizo construir un acople (¿o fueron dos?) arrastrados por su bicicleta.

domingo, 5 de mayo de 2019

Pasar un rompemuelles en Chalancalle

Dobla la esquina con el semáforo en verde el carro (digo que la dobla el tipo manejando el carro), va a velocidad media, para mi gusto, un poquito pasado de velo, frena al llegar al rompemuelles que está ahí nomás cerca del semáforo (entonces, si sabía del rompemuelles, podía haber doblado más lento, pues), toca la bocina para espantar a un perro que está en su camino, el perro se mueve, y el motorista pasa adelante. El ciclista (era yo) que entonces pasa a un costado del rompemuelles hace, con su sola aproximación, apartarse al perro, que sale de la vía, y pasa al costado, que es de tierra y pasto mustio (estamos en tiempo seco y se viene el frío: los verdes de las tierras del valle se harán amarillos pajizos y luego cafés y al fin, las plantas estacionales morirán).

Es un perro que por su moverse debe de ser viejo, hasta bien viejo; de color entre marrón muy oscuro y negro (es de noche y aunque hay luminarias de luz suficiente, no discierno con precisión el color de su pelo); es como un ch'api, esos perros crenchudos, simpáticos, serios de carácter, y que muchas veces tienen los ojos tapados por un cerquillo largo, pero que habitualmente son de color blanco perla, no así oscuros como éste. Es parsimonioso, está en su lugar propio. Pero se deja apartar de la vía, da paso a los rápidos y peligrosos que son el carro-motorista y el ciclista-bicicleta.