domingo, 22 de marzo de 2015

Cáscara de huevo de pájaro

Blanco cal es el color de esta cáscara de huevo vacía que, vista sobre el suelo, tengo ahora en las manos. Algo más de la mitad de la cáscara de un huevo de pájaro más pequeño que la gallina. ¿Qué hay dentro de ella? Un pedazo muy pequeño de lo que parece fue la hoja alargada de una planta. Una mancha, pequeña, de sangre, diluida. Restos de clara de huevo. Esa tela muy delgada, casi transparente, pero blanca, que tienen los huevos dentro, separando la parte interna de la cáscara del contenido del huevo. Y la mancha de algo que, por el color, entre marrón y un verde blanquiñoso, parece fue guano.

Perro en la calle, cruzando la calzada

Es un perro que camina por la calle, más exactamente, por la calzada, el espacio de los carros. El perro cojea o renguea (¿cuál de las palabras se adecúa?). Cuando el carro azul (pero ¿qué importa el color, en este caso?) deja de aproximársele y de tocarle la bocina (suaves toques cortos, insistentes), cuando el perro deja la calzada y sube a la acera, y pasa a andar lento (ahora se ve cuánto se apuraba el animal al cruzar la calzada, cuánto lo agitó el acoso motorista), deja de renguear.

Es un perro de hasta tres años, grande, no flaco pero sí delgado, su color es marrón hondo, como el del líquido té cargado, es un perro serio o al menos parece, ahora, tener un propósito, ir hacia un objeto.

En las calles de Cochabamba se ven perros que cojean o renguean. Me pregunto si algunos de ellos fueron golpeados por motoristas.

Hace unos años, B. me contó del ¿suizo o sueco? experto en tráfico que le dijo que en esta ciudad veía a los perros hábiles para moverse en el tráfico, como si hubieran aprendido, como si fueran inteligentes.

martes, 17 de marzo de 2015

Maestro bicicletero que aun abre su taller

Don ... bicicletero da la espalda a la calle ahora, mira el televisor. Sus estantes tienen cajas de cartón con repuestos, que parecen gomas para ruedas, arrimadas en orden. Tiene también aros de bicicleta, ensartados a un elevado rodillo de fierro. Hace tiempo que, para no parchar llanta de mi máquina, me dijo precio exagerado, y después, ya dijo que no hace trabajo de parchado, lo que es cierto: no atiende a nadie. Creció su malhumor, impaciencia. Debe tener algo más de setenta años de edad. Pero el taller lo abre; debe de vender repuestos de bicicleta. Hace seis años todavía, armaba bicicletas recién importadas, del modelo de la mía. Y recuerdo a dos de sus ayudantes, muchachos hábiles, y que prestaban herramientas.

Taller de la calle ..., entre avenida Oquendo y calle 16 de julio.

viernes, 13 de marzo de 2015

La responsabilidad individual del motorista

Los motoristas son responsables como individuos por aumentar, a sabiendas, el calentamiento del mundo con la emisión de sus gases de escape. Son responsables por usar, sabiéndolo, una herramienta de amenazar, de abusar, de herir, y, en algunos casos, hasta de matar a personas más débiles.

Los carros a motor sirven para moverse, quitando espacio de movimiento a peatones, ciclistas y a otros motoristas, entonces, sobreconsumiendo, alharaqueando, exigiendo la cesión del paso, imponiendo un clima de miedo, y en algunos lugares y momentos, hasta un clima de terror (ver abajo una discusión sobre el terror político diario). Los carros sirven para moverse aceleradamente, suprimiendo el paisaje, aboliendo los lugares, quitándoles contenido específico, quitándoles cariño, borrando la identidad de los lugares. Dentro del carro, los motoristas se aíslan, se protegen, temerosos del espacio abierto donde temen ser señalados, envidiados, odiados. Los carros a motor, como mostraron Illich y Gorz, hacen a sus usuarios radicalmente dependientes de sus patrones empresarios petroleros, industriales, constructores, mecánicos, políticos y policías; es decir, los motoristas son súbditos excepcionalmente obedientes del mercado y el estado; su compra conserva la velocidad del ciclo o turnover del capital.

Los motorcarros, a los ojos de peatones y ciclistas pueden verse como recursos con los que, luego de, mínimamente, haber amenazado, asediado a los débiles, luego de haberles quitado espacio, de haberles quitado tiempo, los motoristas huyen, como se dice en coba, se abren, se tiran el ancho, cultivando su impunidad, eludiendo su responsabilidad.

La idea del terror, sacada de mi recuerdo de la lectura, hace más de treinta años, del diario de Guevara en Bolivia, donde dice que los guerrilleros deliberaron o decidieron, no recuerdo, el uso del terror contra los campesinos de la zona donde operaban. Los campesinos de Vallegrande no acogieron a los guerrilleros como ellos deseaban; algunos llegaron a denunciar su presencia a las autoridades. El terror es un castigo mayor, por ejemplo, la violencia física o aun la ejecución mortal, por una contravención menor (definida por el esgrimidor del terror, en este caso, los guerrilleros cubanos), para prevenir su repetición, para que el temor al castigo haga que el declarado transgresor se inhiba. Por definición, el terror lo emplea quien dispone de una superioridad abrumadora en fuerza física, en violencia; es el arma del estado. Su mención alude a una situación tal de desbalance en fuerza, como la que caracteriza a la dominación, que es la coagulación de las relaciones de fuerza, de poder, su perpetuación. Algo así ocurre en los espacios públicos, las calles, cuando el tráfico de motores desplaza de ellas al tránsito de personas. Cuántas veces he oído, gritada, la frase: "¿Quieres morir?" o "¡Vas a morir!" Al último de estos, la semana pasada (a la una de la tarde del martes 10 de marzo, kilómetro 11 a Quillacollo, carril sur, ante la escuela...; placa 2152 ARI o ART, camioneta blanca, con un perro en jaula en la caja trasera, motorista de unos 30 años, macizo, un poco menos moreno que yo) le dije "¿Cómo?"