viernes, 31 de diciembre de 2021

Un vecino comerciante bullicioso

Después de visitarlo muchas veces donde vive le digo por primera vez si la música que viene a volumen alto de la casa vecina suena todos los días. Sí. Comienza a las diez y para a las dos. Se quejó ya al dueño de la concurrida pensión, pero sin resultado. Son varios años así, aguantando lo inaguantable. Volverá a quejarse, dice, y si no hay efecto, buscará otro camino para hacer bajar ese volumen. Ensayo decirle algo que elaboro en estos días: buscar que la música invasiva le guste, al menos un poco, al menos un rato; o sea, tentar rendirse, hacer de tripas corazón. No empieza aun a captar lo que trato de decirle -- esta impotencia --, y abandono. Recuerdo mis muy pasadas varias pequeñas luchas semipúblicas contra altavoces a volúmenes agresivos, con diferentes resultados. Hago memoria, veo que nunca tuve vecinos diariamente bulliciosos, y se lo agradezco a Dios.

jueves, 30 de diciembre de 2021

Cuido mi bici

Al llegar a casa, para no seguir olvidándome, puse gotas de aceite a los anillos por donde corren las asas de los frenos, a los pasadores de los pedales, y a la cadena (que pronto deberé cepillar para quitarle el pringue o engrudo de polvo o barro grasoso, y luego volver a darle aceite).

Esto es cuidar mi bicicleta (cuyos aros ya piden ser centreados = redondeados, ocasión que debiera aprovechar para hacer cambiar los perdigones del estén, que están ahí desde hace ocho años, y de paso, hacer balancear o equilibrar la horquilla delantera, con lo que podré, de vuelta, manejar bi soltando ambas manos del manillar).

Me caí de la bici

Mojé zapatos y pies al pasar un charco cuya agua rozó mis pedales. Unas cuadras después, pisé lodo (lo tapaban unas ramas, era una trampa) al hacer pie ya que me desequilibraba en un camino del ancho de un pie, con hierba crecida. Más allá, donde ese camino estrecho tiene acequia (mínimamente ancha pero de bordes recién limpiados, y así, con menor lugar para un pie que vacila) a un costado y alambrado al otro, vacilé y me caí, bici y todo, contra el alambre de púa: una sola rasgadura, pequeña y no profunda en el muslo, y no rasgué el pantalón. Caí de bruces; tardé cinco minutos en desch'ipar las púas del pantalón; agradecí que no me hubiera pasado casi nada.

Al llegar, tuve que lavar zapatos y calcetines.

Al otro día (que es hoy). El mismo charco hondo, con fondo de piedra mediana suelta, que hay abajo de la calle Florida, entre ella y el exiguo mercado de Paukarpata sur, volvió a mojarme los pies, esta vez enchinelados. Y de vuelta del mercadito, pasando el curso de agua de la cañada que corre junto a la calle Valerio Vía, abajo de la normal de Paukarpata norte, mojé mis pies en el agua, y al subir el pequeño barranco barroso a pie (no veo qué bici pueda subirlo, y tampoco bajarlo: son unos seis metros torcidos, con ancho de menos de un metro y diferencia de altura de hasta dos), tumbé el repollo, apio y acelga comprados; se me hizo difícil caminar con chinelas embarradas por la chaganchada entre hileras de pinos y eucaliptos (que lleva al camino a Falsuri, arriba de la plaza de Illataco), y me descalcé.

miércoles, 29 de diciembre de 2021

En una placita de un camino viejo

Oigo su voz, lejos, débil, por el teléfono. La ahoga el todo el ruido de los camiones y autos en la carretera; salgo de ella, voy a una avenida casi vacía a esta hora, antes del amanecer, pero el ruido del viento que hace mi ir en bicicleta sigue venciendo al volumen de su voz en el teléfono; paro y entro a una placita en el camino viejo entre Quillacollo y Cochabamba. Ahora sí lo oigo, y conversamos. La suya es una voz escasa, y querida. Nos despedimos.

Alzo del suelo gramado -- algo que hago muy poco -- una bolsa de plástico que llevó leche saborizada, para botarla junto a otra basura. Para acercarme al plástico, caminé debajo de un árbol y desperté a un pájaro que aleteó y se fue volando. ¿O es que ya era su hora de despertar?

martes, 28 de diciembre de 2021

Cosas de ciclistas en este valle

Él me da un queque, yo le doy una naranja. No quiere duraznos, pese a que le muestro una gota de savia supurada brillando sobre la piel de uno. La naranja, le digo, la coseché en la calle, en Sarcobamba, calle Aguayo, media cuadra al este de la avenida Medinaceli; y los duraznos son de un arbolito sufrido pero rendidor que está en la Yarqay plazuela o plz. Osorio. Me dice que en Cala Cala, en el parque que da inicio al lado este del pq. Lincoln, o cerca, hay dos árboles con mangos. No le digo, porque veo que no le interesa tanto, que hay otro en una de las calles que radia de la plaza Constitución, ante una empresa de software, pero los mangos, que madurarán en un mes, están muy arriba. Tampoco, que hay otro mango, muy cargado de frutos alcanzables, para fines de enero, a media cuadra al oeste del parque Riosinho, pasando de Villa Galindo al sur de la avenida BG. Me cuenta que en una de las calles que van de este a oeste, abajo de la circunvalación, al poniente de Semapa, en una sola cuadra, hay al alcance de la mano paltos maduros y mandarinas pequeñas, a las que les falta madurar.

Tiene su bicicleta guardada.

viernes, 17 de diciembre de 2021

Asfaltado nuevo, y bicicletas eléctricas

Asfaltaron en estos días unas cuadras al costado norte de la fábrica Manaco y de la industria metálica adyacente al oeste. Es una calle encajonada entre los frentes de esos lotes y los cuatro metros de la pared del terraplén que lleva al puente sobre el río Tacata, en el kilómetro 14 y 1/2 y 15 de la avenida BG o Albina Patiño. Esas pocas cuadras las usan empleados de esas fábricas, sobre todo para estacionar sus carros. ¿Qué necesidad había de enaceitarlas, cubriendo, tapando, ahogando a la tierra? Se trata, como en tantos otros lugares y situaciones, del extremismo motorista, de la normalización a ultranza de todos los lugares, vía monerío total, copionería exhaustiva.

Lo veo hoy al pasar, pienso en contárselo a ustedes como la mala noticia que es, y unas cuadras más allá, junto a la jardinera central de la avenida, veo las temibles máquinas asfaltadoras, y la marca de una de ellas me recuerda su manual de operación y mantenimieno (quizá no exactamente de ella, pero sí de su pariente) que, como un trabajo para el cheruje y más, traduje hace diez años. Fui cómplice.

Otro ejemplo de mímesis extensa es la cantidad de gente que en Quillacollo y alrededores usa bicicletas eléctricas con batería de litio, máquinas que en realidad son motocicletas, pero a las que, para que entren en la búsqueda de la palabra bicicleta, las sigo llamando tales, por esta vez. ¡Hay que ver las caras de los y las afortunadas usuarias de esas bicis a corriente! En algunos de ellos es claro que asumen el reciente progreso o mejora de su lugar social jerárquico consumidor. Ya: un gasto inicial de 400 dólares te sube arriba de otro gasto de 100, y el gasto diario en corriente, y el mensual en mantenimiento, supongo que serán mayores que los de bicicletas estándar, sin motores, decentes. Un detalle rescatable de esas bicicletas tiene que ser el que sus cuadros o armazones, como sus aros y otras piezas, deben ser resistentes para aguantar su peso y velocidad mayores, y esas estructuras quedarán para el futuro. Sobre la gente de este valle (y sobre la gente de aquel llano, y la de la costa de allá, y la de la montaña de acullá): ¿cómo es que digieren tanto mensaje en los medios sobre la causa, quema de combustibles fósiles, de la destrucción en curso de nuestra casa, el planeta Tierra, sin que afecte en lo más mínimo a su conciencia? ¿Conciencia? ¿Qué es eso, con qué se come? Entra por esta oreja y sale por la otra. Pero, ya en serio, creo que el éxito económico completo de las familias en este valle, el triunfo final de la piquería trae ahora (como Ch. dijo hace más de diez años) étnicamente enlazado uno y más carros (al principio, taxis blancos de segunda mano, después, SUV) por familia, y muchos celulares y televisores, y casas de ladrillo, con mirador en el tercer piso, y cámaras de vigilancia, y ducha eléctrica, y educación universitaria...

Panadería en Illataco

La panadería de doña Teresa, que hace años no atiende más, era abierta, no, Pescau?, un lugar invitante, que recibía a la gente que iba a comprarle sus marraquetas crocantes o tocos harinosos. Caminabas adentro para llegar a los mesones de madera donde estaban las canastas grandes con el pan. Doña Tomasa, también en Quechisla, nos acoge igual, no?, adentro, a no ser que su hija la que hace queques y masitas ponga también en la mañana sus estantes de aluminio ahí tapando la entrada.

Algunas panaderías de barrio siguen hoy decentes. Afuera, nada de letreros, sólo sacan a la acera, al costado de la puerta, una mesita con una canasta con pan, cubierto por un lienzo blanco, que tiene que ser tocuyo.

Hoy entré a la panadería del bosquecito (para llegar a ella, tramontando un montón de piedra manzana, infranqueable para motos pero franco para bicis alzadas, se pasa a pie por el resto muy vital todavía de un pequeño bosque de eucaliptos: en medio de unas docenas de tocones calcinados, muchas otras docenas de retoños de hasta diez años, en un área de treinta o cuarenta por cinco a diez metros, llena de bolsas y otra basura plástica, y detrás de este paso, el barrio, con calles empedradas a nivel, para salir del cual hay que ir cinco cuadras al poniente hasta Jayata o nosecuántas cuadras arriba hacia Falsuri). Ya anteayer había ido allí, a eso de las siete, y, mostrándome boca abajo la gran bolsa plástica, la muchacha me dijo que no le quedaba pan. Una niña morena y de ojos redondos, de cara alargada, pícara, pero un poco adormilada, que, pidiendo veinte pesos, acababa de comprar los últimos cuatro pesos de pan, me preguntó cuánto quería. Le dije que cuanto ella tenía. Vació su bolsa en la mía, y casi se va sin cobrarme. Se nota que la mandaron a comprar para luego revender, y al volver donde su madre, le diría que ya no había pan. Se nota que se compadeció de mí, pensó: éste vino a comprar pan que va a comer, no a revender. Pero eso pasó ante la reja de la tienda, tarde, ya cerrada la panadería propiamente dicha.

Hoy, antes de las seis, viendo que se preparaba la lluvia suave que ahorita cae, salí para allá. Abierta, tibia la panadería, aunque tuve que dar paso a un trufi que salía del garaje para ir a trabajar. Serenos, acostumbrados a compradores extraños, los tres o cuatro perros. A cinco por dos pesos el pan. Sólo había toco y chhamillo, y tortilla, que no agarré. Acogedora la señora de pollera paceña larga, y me dijo que abre desde las cuatro, así que algunas madrugadas comeré el pan, como me gusta, caliente.

domingo, 12 de diciembre de 2021

El ciclista (15)

Un ciclista de overol y pelo cano parado en la esquina espera el cambio del semáforo de rojo a verde. Su bicicleta es imitación rutera, con ruedas de 27 pulgadas y manillar de asas curveadas que chorrean. Él es menudo y delgado y debe tener hasta 20 años más que yo, o sea que pasa de los setenta. Casi hacen treinta años que lo veo en bici, desde antes de empezar a manejar yo en Cochabamba. En vida, su madre, doña Aurora, de pelo muy blanco, menudita, hierática y aun así atenta y amable, fue una de las comideras que me alimentaron, por semanas, a crédito; ella lo supo hacer en silencio, desde su lugar de patrona. Su hijo ciclista -- hombre parco, callado, silente, cuya voz no recuerdo -- pasaba al medio día un rato allí en el puesto, comiendo y luego ayudando brevemente a la señora. No hay más el autorrespeto de ese tipo de valluno, de cochabambino. Como él, sabían vestirse como para pasar desapercibidos, se movían suave y livianamente, pisando el suelo con decencia. Fueron parte de una Bolivia urbana occidental que no hay más. Al ciclista de overol, ¿qué ocupación le hace aún hoy usarlo? No imagino la situación que me habría llevado nunca a averiguarlo; él imponía esa distancia a alguien así de alejado de él como yo.

Tres semanas después. Volví a ver al ciclista de pelo cano en una bici de rueda 29 y con un overol plástico de los que usan los que buscan aislar su cuerpo de la gravedad supuesta de la amenaza viral.

Lectura

La segunda lectura de hoy es de la carta de Pablo a los de Filipo, capítulo 4, versos del 4 al 7 y dice:

Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres y tengan buen trato con todos. El Señor está cerca. No se inquieten por nada; antes bien, en toda ocasión presenten sus peticiones a Dios y junten la acción de gracias a la súplica. Y la paz de Dios, que es mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.

-- No pude evitar compartirla con ustedes. Paz.

Sábado de noche que es madrugada de domingo

Postprostático que soy, me levanto a orinar en medio de la noche. En el patio siento terminar la música fuerte de la "fiesta" en el local de al lado y, qué bueno, antes de que se corte mi chorro a la mata alta de pasto, acaba o entra en pausa la música estruendo de la ¿fiesta? del otro lado. La hora pasa de las dos y, aunque quedan músicas electrizadas, no están -- gracias -- demasiado cerca de este patio y así empezará la verdad de la noche, que tiene silencio y recogimiento. Si es que, con electricidad implacable, no reencienden una otra música cercana fingidamente festiva pero en verdad atormentada. Balbuceantes borrachos hombres, mujeres tropezarán en el polvo de los caminos del ya no del todo campo de este Quillacollo en que vivo. Paz para ellos y paz para todos, también para mí. Gracias, Señor.

miércoles, 8 de diciembre de 2021

Mujer que trabaja sobre un triciclo

A la mujer menuda, morena que en un triciclo lleva agua y hielo en pedazos pequeños la vi y volví a ver en estos quince años. Parece tener ese número de años menos que yo, o sea que estará por los cuarenta. Hoy, serena, fuerte, con la caja de su máquina vacía, pasó a mi lado (yo iba a pie) por la avenida Aroma, en el mercado o cancha Calatayud. Sin saludarnos, con unas dobles miradas nos reconocimos. Ella y yo sobre ruedas, a distancia, compartimos trechos de las calles del centro de la ciudad, y cada tantos meses, en los años, coincidimos en momentos urbanos.

lunes, 6 de diciembre de 2021

Del salmo de hoy

Voy a escuchar de qué habla Dios. Sí, Yahveh habla de paz para su pueblo y para sus amigos, con tal que a su torpeza no retornen. Ya está cerca su salvación para quienes le temen, y la Gloria morará en nuestra tierra.

Salmo 85, versos 9 y 10.

sábado, 4 de diciembre de 2021

Los unipodios de C. S. Lewis

En el capítulo 11 de "La travesía del caminante del alba" que es una de las crónicas de Narnia, C. S. Lewis pinta a los unipodios o enanos pata de lancha. Traduzco:

--Bueno, no quieren hacer lo que se les dice. Su tarea es atender el jardín y cultivar alimentos, no para mí, como ellos se imaginan, sino para ellos mismos. Pero no quieren hacerlo de ninguna manera, y tengo que obligarlos. Y claro, jardín y huerto piden agua. Hay un lindo ojo de agua a media milla subiendo la colina. Y de él fluye un arroyo que pasa justo junto al huerto. Lo único que les pedía era que agarraran el agua del arroyo en vez de cansarse subiendo hasta el ojo de agua a pie dos o tres veces al día con sus baldes, fatigándose, además de derramar la mitad del agua a la vuelta. Pero no entendieron. Al final, se negaron en redondo.

--¿Tan estúpidos son?-- preguntó Lucy.

El Mago suspiró. --No creerías los problemas que me han dado. Hace unos meses no salían de lavar platos y cuchillos antes de la comida: decían que así se ahorraban trabajo después. Los he pescado plantando papas hervidas para ahorrarse el cocerlas al desenterrarlas. Un día el gato se coló al establo y veinte de ellos se pusieron a trabajar sacando toda la leche afuera; ni uno pensó en botar al gato.

Acabada la cita de Lewis digo yo que los caprichos tontos de los unipodios me hacen recuerdo a tantos de mis disfuerzos...

--- o ---

Viéndose monopodia ella, escribe una amiga que "aprendí un poco, solo un poco, de un antiguo jefe eso de no invertir energía en cosas innecesarias y parar lo que sea necesario para no trabajar en balde. Decía él: "mejor no hacer nada más que pensar y buscar el mejor camino para hacer las cosas". En el trabajo me fue funcionando; en la vida... así, así, ja, ja".

Le replico que las ocurrencias de los dufflepuds no son inefectivas sino contraproducentes, y así, cuestionan la idea o rasero del efecto buscado; les subyace una crítica a la racionalidad instrumental. Además, siendo atribuibles a hombres, esas ocurrencias, como el colmo de la imbecilidad que son, podrían pertenecer a seres aun más presuntuosos que nosotros los humanos (los gusanos?). Basta ver el que no saben, no pueden ni aun empezar a oír la voz de Lucy, y el que siguen enceguecidos al vanidoso mayor, su jefe, alentándolo sin cesar. Y fácilmente podemos imaginar a los monopodios enemistados contra él, pues la ilusión de autonomía propia de sujetos que recién toman conciencia de sí (o que sueñan estar siendo conscientes) enfrentados a enemigos reales o imaginarios, que lleva a rebeldía contra el Creador, pasará también por guerra civil. Los monopodios son ante todo rebeldes al acto de gobierno del encargado de ellos por el Criador.