martes, 21 de agosto de 2018

Mi infierno

Una moto disparada a toda mecha por la avenida Blanco Galindo. No me pasa cerca, pero pasa a un lado de donde yo voy en bicicleta. Tiene el escape libre. Es mi infierno particular.

martes, 14 de agosto de 2018

A un lado del camino

En la jardinera central de la avenida Melchor Pérez de Olguín, media cuadra arriba del cruce con la avenida América, un grupo de gente rodeaba a una cruz plantada en la tierra: rezaban. De pie entre los frascos plásticos con flores, los candelabros con velas ardientes y un brasero ya apagado, ocho hombres y mujeres cochabambinos de entre veinticinco y cincuenta años repetían el credo, el padrenuestro, el avemaría.

La cruz metálica pintada de blanco recuerda la muerte hace tres meses de Gustavo, ciclista de quince años, bajo las ruedas de un camión trailer. Toño, hermano del difunto, mascando coca, venciendo al alcohol, me contó el choque: era de noche, el camión pesado que subía por la avenida se apegó a la derecha para dar paso a otra movilidad y enganchó, estiró y molió bajo sus ruedas a Gustavo y su bici, matándolo.

¿Fue hace cinco años que echaron asfalto sobre el empedrado de esta avenida Melchor Pérez de Olguín? ¿Cuántas personas murieron o quedaron inválidas o fueron heridas en esta vía que, así asfaltada, permite, en sus cuatro carriles de tres metros cada uno, velocidades de entre 50 y 70 kilómetros por hora? Hay que averiguarlo. ¿Cuántas otras vías, cuántas decenas de kilómetros de vías han sido ensanchadas y asfaltadas o pavimentadas en los últimos cinco años en la ciudad y el valle de Cochabamba, por la política municipal de todo para el motor, viva la velocidad, nada para la gente, no importa que sigan muriendo los hombres y mujeres de a pie, abriendo así campo libre para el desenfreno de quienes manejan motores y amenazando las vidas de los que usamos los pies o la bicicleta para movernos? Tengo que investigarlo.

En Bolivia tenemos la costumbre de plantar cruces, construir hornacinas, levantar recuerdos al costado de las vías, en el punto donde un familiar nuestro fue atropellado y muerto por un motorista. Nuestras carreteras, especialmente en los veinte a treinta kilómetros más cercanos a las ciudades, muestran decenas de estos recuerdos: "son apachetas", oí que una señora le decía a su hija. "Apacheta": túmulo, piedras dispuestas en el lugar donde un viajero cayó derrotado por la distancia del camino, donde no pudo más y rindió su cuerpo, descansó, durmió, comió, y luego alzó una piedra, la pasó lentamente por sus miembros, por su pecho y espalda, recargó fuerza, y pudo así retomar la marcha (según explicación de Susana Pacara, marzo de 2004). Pero los ciclistas, los peatones, los viajeros, los pasajeros cuya muerte señalan las cruces esparcidas a la vera de las carreteras de Bolivia no se van a levantar más, no van a seguir su marcha: el motor, la gasolina, el diesel, el gas, el asfalto: unos hombres y mujeres que usan motores a petróleo sobre asfalto los mataron.

Agosto 2004.

sábado, 4 de agosto de 2018

Argumento

Cruzo a pie la avenida Blanco Galindo, ayer viernes nomás, poco antes del puente de la avenida Beijing. Lo hago forzando a una camioneta (que iba a unos cincuenta kilómetros por hora, velocidad menor a la del grueso del pelotón que acababa de pasar) a bajar su velocidad y a esquivarme. Estaciona, el motorista se baja y viene, me increpa: "¿Y si te pisaba?" Yo busco bajarle la tensión. Él insiste con su pregunta, muy agitado. Se despide (un muchacho de menos de veinticinco años de edad se despide de mí, un hombre de más de cincuenta años) diciéndome, mientras agitaba el dedo índice de una de sus manos: "Última vez". Yo nada más sonrío.

Bien. Será la última vez, espero, que él se desubique así; o en todo caso será la última vez, espero, que nos veamos.