lunes, 26 de junio de 2017

Un lazo

Mirar este lazo y seguir mirándolo no hará que lo entienda. No sé cómo copiarlo, no soy hábil para anudar cuerdas, y ya. (Es el seminudo o lazo del negro wato de mi llavero.)

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Allá, en el poste, abajo del poste, sobre el suelo, sobre la acera cementada, un lazo, un moño, es una longitud de bolsa plástica negra que abraza al hueco poste de cemento.

Es un trozo de bolsa negra amarrada al poste de la luminaria, una empolvada lámina con flecos, cuyas aletas barren el suelo, ondean. No es una pequeña oscura paloma muerta con las alas extensas sobre el piso, no es otra ave de muerte olvidada en cualquier lugar de la ciudad de Cochabamba. De lejos, y a mis ojos de vista borrosa, parece paloma caída y quieta, carne que se secará al frío, al sol, pero no lo es, es solo un retinto retazo polietilénico. Para hallar palomas muertas, tendré que bajar de la acera, iré a la calzada, andaré unos metros o unas cuadras, y sin falta, una, más palomas aplastadas en las vías de motores de cualquier zona en esta ciudad del valle.

jueves, 22 de junio de 2017

Un corredor en bici

Es moreno. Habla con voz alta. Me detalla los trámites para alquilar la bicicleta con la que correrá en la provincia Bolívar, en pocos días. Su bici propia no le sirve para esa carrera, y decidió prestarse una otra. Le interesan tantas cosas al mismo tiempo que, por ratos, debo, aunque no quisiera, acotar su camino de palabras, marcarle una senda. Explica para mí los detalles del preacuerdo de alquiler de la bici que usará, cuenta sobre quien se la prestará por dinero. Hay un asunto que le intriga sobre otra persona, el mecánico de bicicletas a quien más recurre; vemos la manera de averiguar eso... Después de la carrera provincial, quiere ir, también en plan de carrera, a dar la vuelta a Aiquile, ambas cosas en el curso de una semana, y luego, en los siguientes días, quiere hacer quinientos quilómetros en bicicleta hacia el naciente. Cómo quisiera yo acompañarlo en este viaje.

El mes antepasado, fui al entrerríos Khora y Chutakawa, en Tiquipaya, para verlo correr, y me gustó.

Sobre el tema de mi hijo corredor de bici, http://cuadernociclista.blogspot.com/2017/08/carreras.html.

lunes, 19 de junio de 2017

Mono ciclista

Resbala la suela de mi zapato sobre el pedal, debo de haber pisado algo mojado antes de montar. Lo que en la cabeza mimo hacer es secar la planta del pie contra la bota del pantalón, como si estuviera descalzo, como si usara los pies como si fueran manos, como si fuera mono.

¿Qué decir del asfalto urbano, como ciclistas, como ciudadanos?

Al mediodía de hoy subí el puente Cobija de entrada a la ciudad; la cuadra de la avenida D'Orbigni que accede al puente estaba cerrada por un equipo de trabajadores que intervenían en la "acometida" de agua potable a las casas. Ya en el centro, las cuadras de la calle Falsuri entre av. Heroínas y plaza Cobija, estaban cerradas por el trabajo de recarpetado del asfalto.

Sugiero estas ideas para empezar a armar una posición de los ciclistas diarios sobre el asfalto de las vías de la ciudad y su mantenimiento. Antes que ciclistas, somos, usemos la palabra como paraguas, ciudadanos preocupados por las crecientes cotas de sobreconsumo de ciertos sectores, asentadas sobre la creciente concentración de la riqueza en manos de empresarios capitalistas; también nos preocupa la usurpación, el escamoteo de la función del debate y la decisión públicas por unos políticos al servicio de los intereses del capital. Nos asombra la tolerancia del común de la gente por esta su situación de exclusión de la función política, nos duele que la gente haya dejado en manos de otros el manejo de su destino, y que casi no se queja de las pesadas cargas que les obligan a llevar, en lo económico, lo ambiental, en la salud, en la propia organización del espacio urbano. Los hábitos de consumo de la gente común como nosotros nos vuelven cómplices de la destrucción reinante. Nuestras cobardes costumbres políticas nos convierten en cómplices de los acusadores, los perseguidores, los verdugos.

(Seguiré luego.)

... un deseo político: que los vecinos debatan la propuesta de cerrar algunas de sus calles al tráfico de carros ajenos al barrio, y si deciden eso, se comprometan a cargar con las responsabilidades que conlleva su decisión.

... esquemas de compartir carros en las cuadras, los barrios...

... este futuro ¿utópico?, alcanzado un curso de disminución sostenida del número de carros ... ¿dejar que el viario decaiga sin hacerle mantenimiento?

Noticia sobre cicloexpedicionario venezolano

Estamos juntos en la plaza San Sebastián unos ciclistas. Uno de nosotros estrena un triciclo que se hizo fabricar. Un hombre alto se nos acerca, ofreciendo pedazos de torta con mucha grasa de leche. Estimulado por la vista del rojo triciclo, nos cuenta que, en otro lugar donde vivió, él acopló una carretilla a su bicicleta, y que diseñó y colocó partes para el giro seguro del acople.

La charla se anima. El hombre que es muchacho de 32 años de edad, llamado Demian, quiere dar a conocer a su padre, quien, desde hace 20 años, hizo, solo y acompañado, varios viajes muy largos en bicicleta, viajes a los que llamó retos. Uno de los retos de Franz Molina, venezolano enfermero de profesión, que pronto llegará a los 70 años de edad, fue, partiendo de su país, dirigirse al sur, a territorio de Colombia, de Ecuador, Perú, con un breve trazo sobre Bolivia, pasar a Chile, Argentina, y de allí, de vuelta, hasta su punto de partida. En un momento del viaje se le rompió la bicicleta; la embajada de su país le facilitó otra máquina. En el desierto de Atacama, desalentado por la sed, la soledad, la insolación, hizo a un lado su bicicleta, se rindió. Pero (¿de qué manera, con qué voz?) Dios le dijo que siguiera, que él lo protegería. Obediente, Franz reanudó su expedición, y la terminó.

El expedicionario no usa, no tiene auto; en cambio, su hijo, sí. ¿Por qué, le preguntamos? Dice que, "pues, es que los padres son así". En la ciudad de Caracas, con lomas que exigen fuerza resistente a las piernas de los ciclistas, y con tráfico motor difícil, Franz Molina se mueve en bicicleta. Demian nos cuenta que, en ocasiones, para ir ambos, él y su padre, a un lugar, el viejo le dice, subiendo a su bicicleta, "Allá nos vemos", y le hace chau con la mano dirigida a la ventanilla, el parabrisas de la movilidad del hombre joven.

Franz Molina viajó en bicicleta por diferentes lugares del mundo, y se pone a sí mismo desafíos para en el futuro completar trayectos largos sobre dos ruedas.

miércoles, 14 de junio de 2017

Mi seguridad

Dudar de ti es dejar de existir.
Sé que tú Jesús me cuidas en mi camino en bici.

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Hoy bajaré hasta la Chimba; me gusta pasear por allí en una mañana despejada de exigencia. La molestia de la feria de venta de autos, al pasar por la zona entre las avenidas Beijing y Melchor Pérez, será una molestia pasajera.

(Dios, solo tú sabes cuánto bien me hace en este momento el escribir. Oh Señor, nunca, nunca me dejes. Gracias.)

Al llegar a la avenida Blanco Galindo, vía de automóviles veloces cuyo sector central tiene seis carriles, espero unos minutos para cruzar los primeros tres carriles. Debo esperar en la muy delgada jardinera del centro, cuyas mallas rotas, retiradas, permiten un respiro antes de cruzar los tres carriles siguientes. Estoy ahora en el lado oeste de la avenida, en rumbo a Chimba. Monto de nuevo sobre la bicicleta.

Pasar a las ocho de la mañana la avenida Blanco Galindo en su kilómetro dos y medio. Carros rápidos seguidos de más carros grandes cubren la extensión a vencer. Al borde de la avenida espero un hueco, digo, un espacio tiempo sin carros. Media cuadra allá, hacia el centro de la ciudad, espera cruzar otro ciclista. Y en la jardinera central, frente a mí y mi bici, hay un tercer ciclista. Antes que yo, cada uno de ellos halla el hueco sin carros, o mejor, con carros no tan cercanos, para dejar atrás la avenida. ¿Qué, en concreto, es estar aquí, viendo correr los autos que a mí me impiden andar? Hay un momento, el primero, en que veo que este lugar, próximo al puente Beijing, es particularmente lleno de carros. Como la espera se prolonga, pienso luego que talvez deba buscar otro punto de cruce, me comienza un desaliento. También me resiento por lo cerca a mí que pasan esas personas dentro de vehículos embalados, siento que es algo no soportable. Me felicito porque en el curso de los años (esta avenida tiene diecisiete años) es algo que hice muy pocas veces.

domingo, 11 de junio de 2017

Hoy (18)

Afuera de esta sala de computadoras conectadas a la red internet, venden api. Estoy frente a la plaza central de mi ciudad. Antes de usar la máquina en la que esto escribo, voy y le pido a la apicera que baje el volumen del gran parlante que tiene dirigido hacia la calle, es decir, dirigido al frente, que es hacia aquí. Le digo que voy a trabajar con una computadora. Dice, serena, que sí. Y baja su volumen, tanto, que ahora puedo oír música.

Luego de una hora de pantalla y teclado, salgo a estirar las piernas. Ante el parlante, con volumen moderado, hay una mujer que se inclina a acomodar, agarra del vestido de su pequeña hija. Ambas comen empanadas de queso, y en la esquina de la mesa, unos vasos de plástico traslúcido guardan el morado jarabe caliente de harina de maíz, el api que tomarán para sentir menos frío en sus cuerpos en la noche. ¿Cómo hacen para comer soportando el ruido que sale a unos centímetros de sus orejas?

jueves, 8 de junio de 2017

Unas preguntas a las siete y media de la tarde

La señora sentada con las piernas estiradas, la que me mira con sus ojos disparejos, con la que nos saludamos a diario, la vendedora de alfarería que a veces -- pero más antes que ahora -- me da trabajo, ella que, laxa, espera a su nieto, espera a que el niño traiga el carrito de dos ruedas para cargarlo y guardar lo último de su mercadería en el depósito, ¿está cansada?

El muchacho que en la esquina pasa raspando casi con su moto a un hombre parado que come salchipapas, el de la moto, que, a medio metro de mí que soy testigo, y muy cerca, demasiado cerca del hombre que come, el de la moto que pasa diciendo, despacio, convencido, aparentemente sin amenazar, al menos no en el tono, el que dice: "Levanta", y nada más casi que toca con su moto grande a alguien parado, ¿lo decía en serio, lo hizo de veras?

La mujer que en las manos sostiene un plato de plástico morado, cuando ya oyó a su compradora decirle que no comerá en ese plato pequeño y que además no le gusta comer en plástico, que le sirva en plato de porcelana, la comidera que deja su plato morado plástico sobre el único espacio libre de la elevada mesa y toma el sucio plato de porcelana, dice que lo lavará, lo mete al bañador con detergente, y lo lava, la comidera ¿pensaba descuidar a su clienta y darle menos ají de fideo en el plato mediano o pequeño?

La cara de doña Roxi la vendedora de buñuelos, que también vende api y toda clase refrescos, usando mucha, mucha bolsa plástica y vasos de plástico, su cara al sentarse en su mínimo banquito, ¿su cara traiciona una desolación pocas veces en alguien atisbada por quien la ve, que soy yo? Pensar que ella, doña Roxita, es no solo serena y esforzada y de buena onda y usa las palabras necesarias, pocas veces más palabras que las necesarias, y que en unas libretas pequeñas, lleva cuentas desde un peso a las muchísimas personas que, durante unas doce horas, le compran sus refrescos, para cobrarles al fin del día, tomemos en cuenta no solo estas muestras de, digamos, de que es centrada, sino que es una khatera que tiene la permanente ayuda incondicional de dos hijas mujeres, de alrededor de veinte años, ambas, dos hijas que la respetan, lo que es decir suficiente en estos tiempos en un mercado de Cochabamba. ¿Triste, más que triste la refresquera?

viernes, 2 de junio de 2017

Educación vial, por J. S. Dean

Sobre “educación vial” traduzco de J. S. Dean, 1947, Murder most foul. A study of the roads death problem (La más depravada muerte. Estudio del problema de las muertes viales), Londres.

. . . la “educación” es el peor entrenamiento posible para los niños como los motoristas del futuro, porque les enseña a creer que el motorista es el dueño del mundo y que el único rol para los otros usuarios de las vías, incluyendo a los niños menores y a las personas mayores y enfermas, es apartarse de su camino y que si, por no apartarse, son muertos o lisiados, se lo merecen. Mucho de la carnicería motorista puede, en verdad, rastrearse directamente a la aparición en las vías, cada año, de motoristas jóvenes criados en esta creencia malvada y destructora. En segundo lugar, la “educación” es el peor entrenamiento para los niños como ciudadanos del futuro, porque les enseña a aceptar el espectáculo de la carnicería motorista, con todas sus implicaciones, como normal y como algo a lo que deben someterse sin cuestionar. El espectáculo de niños pasando de un aula escolar donde se les ha hablado de las “grandes tradiciones de la libertad inglesa” a otra donde un oficial de policía les dice que a no ser que se aparten del camino del motorista serán muertos o lisiados y, por implicación, que se lo merecerán, no es placentero ni animador . . .

Una simple niña
que levemente respira
y siente su vida en brazos y piernas
¿qué debe saber de la muerte?


Todo, dicen los propagandistas de la “educación”. Meter la idea de muerte y destrucción dentro de sus cabezas. No dejar que nunca la olviden. Llenar con ella sus vidas. Enseñarles el miedo. Hacerlos asustar y mantenerlos asustados.