luna de día
de la luna que hace once días tuviste de frente en el camino desde Chiquicollo para acá, grande ella, casi llena, y tan de día
verla así desvelada
hasta cuando es solo una tajada que disminuye, la luna de día sorprende, lo deja a uno diciendo: esto es así?, lo que veo, lo estoy viendo?
ahora, otoño de días que van acortándose, al caminar una y otra vez en mi lugar de trabajo, a eso de las seis de la tarde de esos días en que la luna sale llena, la veo salir, con un cielo que va oscureciendo, desde atrás de un edificio
alguna vez, estando sin apuro, doy unos pasos adelante, hasta dejarla tapada por el edificio que, al aproximarme yo, crece, y dando otros pasos, de espaldas, hacia atrás, la hago volver a salir detrás de ese horizonte
tengo entonces una segunda y, por gusto, tendría una tercera salida de la luna redonda, todas ellas en solo un momento
(pero es mejor no exagerar: hay gente en la calle, y aunque va oscureciendo, deben importarme; no vayan a creerme niño)
mientras tanto, la tarde se acaba y asoma la noche en que algunas cosas se borran
en cambio, el otro día, hace semana y media, tú la tuviste, en pleno día, lúcido tú, sin la promesa de la noche en que lo raro y lo difícil se confunden en lo desconocido, tuviste a la luna allá al poniente, yéndose pero aun ahí, grande, y abiertamente incomprendida
en tu lugar, yo habría aullado... por dentro, callando y sin mostrarlo (la calle tiene gente que ¿de espaldas a la luna? empieza su día), habría hecho eso, dentro de mí, mirando a la luna de día
— Sí, la luna es increíble. Su tamaño comparado con el del sol no tiene nada que ver. Y la distancia de la tierra a la luna es órdenes de magnitud diferente a la de la tierra al sol, pero por una de esas coincidencias cósmicas esas diferencias se compensan exactamente.
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