martes, 27 de febrero de 2018

A mi lado

A mi lado, un hombre habla por teléfono, mirando la pantalla de su teléfono, habla en quechua, le dice a alguien que responde con voz de mujer dónde encontrar algo, un fólder negro. La pantalla de la computadora que alquila, a mi lado, espera su ingreso a un correo electrónico. "Debajo de la frazada... No... Ahí no..." y cosas parecidas. Detrás, cerca, allá, una wawa llora, chilla. Hasta que hallan la cosa buscada. "Eso, eso es, enviame, sacale foto".

El intercambio dura unos diez minutos. Un minuto después, suena la llegada de la foto pedida. Luego, llama ella, y él la despacha en tres segundos. Ahora guarda el teléfono, y le dice al controlador: "Cobrate. Máquina cuatro".

sábado, 24 de febrero de 2018

La puerta del carro

La mano de la niña no está apretada por la puerta del auto, que tampoco está cerrada del todo, pero ella llora, quejándose. La mano está como puesta entre la puerta semicerrada y el marco. Viene el padre y reclama a las otras wawas que hay dentro del auto que por qué la dejaron bajar, y dice que está bien que se haya hecho daño, pues, ¿por qué bajó del auto? Todavía llorando, desaparece la niña dentro del carro. Se va el padre, y pronto vuelve, cargado de unas bolsas plásticas dentro de las que debe de haber comida para sus hijos. Muestra a su gente a través de las ventanas cerradas del auto lo que lleva en las manos, alza las manos para mostrar la comida.

jueves, 22 de febrero de 2018

Perro atropellado

"Estaba tibio", me dijo, y se miró la palma de la mano que había arrastrado de las patas al cachorro desde el carril medio de la avenida hasta afuera, por sobre el bordillo, y con un impulso, hasta unas matas de pasto, donde se quedó despatarrado el perro muerto, a podrirse. Restregó la mano contra la otra, frotando sus manos se quitó la muerte, la soltó al aire.

Esa muerte, la de un perro que habrá tenido a lo más un año, a tres kilómetros de la ciudad de Cochabamba, sobre una avenida o carretera por donde pasan muchos motores, muy rápidos, muy cerca el uno del anterior, tan demasiado rápido que este perro, el cachorro plomizo, pintón, atrevido, por más que se sabe la avenida, por más que conoce por dónde, cuándo y cómo cruzarla, y cuándo no cruzar porque es demasiado difícil y no se da cuenta si va a poder, y el ruido, el ruido tan fuerte de las ruedas rodando, raspando, resbalando, gastándose contra el asfalto, el ruido pesado, continuo de los motores, ensordecedor, y el olor del asfalto, evaporándose siempre en gas aceitoso, este olor que no quiere dejar oler nada más que no sea aceites que se queman dentro de los motores rugientes, que a veces tapa los tantos otros olores que un perro debe oler para saber si va a poder pasar el turbión de motores, y la velocidad, la simple velocidad de los pedrones macizos, pesados que corren sin parar y que al final lo aplastaron, lo pasaron por encima.

Un rato después, un hombre despejó ese estorbo de la vía de los hombres con motores: el cuerpo deformado, el resto de un perro. A mí, que pasaba por ahí en bicicleta, me dijo: "Estaba tibio".

Verano del 2005.

domingo, 18 de febrero de 2018

Para agarrar firme el manubrio

Mi lengua lame las palmas secas de mis manos. Así agarraré el manubrio con mayor firmeza. Pasé los cincuenta años de edad y mi piel se reseca. Esto fue ayer. Hoy, que comí sandía antes de subir a la bi, no necesité la lambida. Y hubieron días recientes en que la lluvia suave fue la que puso la humedad necesaria para agarrar el manubrio.

sábado, 10 de febrero de 2018

Práctica motorista indiscriminada e ignorante de pinchar las llantas ciclistas

Hace cuatro semanas que vivo en Quillacollo. Voy a la ciudad y vuelvo por la avenida Blanco Galindo (que tiene seis carriles) y por la avenida Víctor Ustáriz o camino viejo (cuatro carriles). Además, parte de mi camino, cerca de mi habitación, es de tierra. De lo que antes parchaba una vez, digamos, cada dos meses, o hasta pasaba cuatro meses sin parchar mis llantas, ahora, en promedio, por cada cuatro o aun tres viajes (viaje de ida, de unos quince quilómetros, no de ida y vuelta) se me pincha una llanta. Cambié cubierta trasera, la semana pasada, pero aun así esta se pinchó dos veces ya. Son los delgados alambres que van soltando las ruedas viejas de los carros. Ayer salí con la delantera con fuga, inflando al salir en la mañana, y volviendo a hacerlo al partir de vuelta en la noche. Unas cuadras antes de llegar de noche, pinché trasera, y tuve que ir alzado sobre los pedales; si me sentaba hubiera dañado el aro. No recuerdo antes haber tenido ambas llantas pinchadas. Hoy al ir a la ciudad, a medio camino, volví a pinchar trasera: saqué un alambrito responsable de una fuga, y un segundo alambre prendido a la cubierta, que aun no había sunchado el neumático.

Recuerdo el tiempo, hace veinte o hasta quince años, en que sacar un alambrito era raro. Los motoristas nos dañan a los ciclistas. Y es probable que ellos ni siguiera lo sepan. Imaginar esta situación real. En alguna medida, en ciertos lugares y momentos, los ciclistas disputamos el espacio con los motoristas; para algunos ciclistas, ciertos motoristas fueron la causa de dejar esta vida; además, los motoristas del valle de Cochabamba en plena motorización furiosa, con indiscriminada ignorancia pinchan las llantas de los ciclistas, perjudicando nuestra movilidad.

Dos semanas después, añado: En siete semanas que uso la Blanco Galindo o la Víctor Ustáriz, se confirma el promedio de una pinchadura por cada tres viajes de ida o vuelta, o lo que es lo mismo, una pinchadura por cada cincuenta kilómetros.

En junio añado: Ahora tengo menos pinchaduras.

Sobre lo mismo ver http://cuadernociclista.blogspot.com/2018/10/alambres-que-pinchan-llantas.html

De ida y de vuelta por la senda ciclista y peatonal

Voy por la senda ciclista y peatonal en la parte de mi camino que es de tierra. En estas semanas de lluvia ocurre esto : llueve, se moja el piso, los charcos crecen y no secan al centro del camino, y los carros, habiendo ya cavado el medio, buscan los costados secos. La senda ciclista y peatonal va por un costado o por otro del camino. Los carros cavan nuestra senda, la desaparecen. Pero sigue lloviendo. Como el camino que uso, siendo traficado por carros y hasta camiones pesados, no es tan trillado, el agua del medio va llevando barro a los bordes, y así en ellos, con el paso de gente a pie y en bicis, se va formando otra senda ciclista y peatonal. Esta nueva senda puede tener piedra suelta encima, que en el curso de los días se va perdiendo. Es un ir y volver.

Con el peso ligero de nuestros pies o de las ruedas de nuestras máquinas de caminar, con nuestro ritmo medido, hombres y mujeres vamos haciendo una senda. Con el sobrepeso y la velocidad exagerada de sus máquinas los motoristas destruyen los caminos muy caros que el estado, el capital les hacen, caminos que destruyen a las comunidades humanas y a la naturaleza.

¿Cómo será un camino de tierra, ancho, por el que no pasen carros? Para comenzar, los cambios en la superficie serían leves y lentos. Y no sé más. Y no quiero soñar, ahora. Ayer echaron escombros, principalmente yeso en una cuadra de mi camino con superficie de tierra que es suave, rica. Lo hacen los vecinos motoristas de la zona, para prepararse un camino a su medida, duro, hostil para el ciclista y el peatón. Es común que, gastando fuerte, echen volquetadas de ripio grueso = piedra de tamaño medio, con lo que destruyen nuestros caminos. Después, viene el empedrado, matador de aros ciclistas. Meses o años después, pavimentan o asfaltan los caminos. Destrucción completa. Ay.

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Esto me pasó harán trece años. Publicaba una columna en un diario local, bajo el rótulo "Desde la bicla". Puse un día el tema de la senda ciclista y peatonal. Al otro día, comprando pan, el viejo que me lo vendía me habla de ella, de la senda ciclista y peatonal, con esa etiqueta, diciéndome que él la usaba, ensalzándola. ¿Había leído mi columna? No se lo pregunté. Pudo haberla leído. Pudo haber vivido y bautizado él mismo a la senda. Debe haber sido la mejor ocasión de ¿comentario? a mi publicación.

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Fines de marzo. Vaciaron camionadas de ripio en el tramo final del camino a mi habitación, lo que lo hace casi intransitable. Supongo que el motivo aducido por los ripiadores es que el volumen del tráfico de motores justifica su intervención; también es probable que en algunos casos se repartan el gasto entre ellos. Pero la razón ripiadora no mostrable en público debe ser que los motoristas buscan pasar de un umbral de velocidad al que no llegarían sin la superficie que crean con la piedra suelta.

Segunda semana de abril. En el tramo final del camino a donde vivo, hicieron rompemuelles de tierra y piedra, son cuatro, tres de ellos, bajos, y el último, más grande y alto.

miércoles, 7 de febrero de 2018

El carro tanque de combustible fósil

Blanco, largo, con luces rojas, pasa lento el carro nuevo con tanque de combustible (mantenga distancia, advierten las letras), bajo la lluvia suave de Villa Moderna que me impide aun ir al lugar donde duermo, la lluvia que me tiene pegado a la pantalla de esta computadora, lamentando la necesidad (mía también, supongo, no veo mi estricta necesidad, pero debe de haber en mí, en mi modo de vivir, alguna necesidad de él) de ese carro, de lo que hace, de lo que nos obliga a hacer, de lo nos impide hacer.

La electricidad que alimenta esta máquina se fabrica por la quema de combustible fósil...

martes, 6 de febrero de 2018

Para clasificar a ciclistas diarios

Ciclistas diarios son los que hacen en bicicleta su viaje diario principal; durante muchas semanas seguidas o hasta meses enteros, no suben a un carro a motor; pero puede que caminen a pie un trecho diario.

Los ciclistas diarios se pueden dividir, según su alcance, en barriales o de radio amplio. Estos últimos usan las avenidas rápidas o llegan hasta la zona de los mercados o usan bicicleta para moverse entre casa y trabajo o estudio o ocupación o recorren cuatro o más kilómetros diarios... Me cuesta clasificar. Los ciclistas diarios de barrio van en bici a la tienda de la cuadra o el barrio (pulpería, farmacia, peluquería, sala de internet) o mercado zonal, a la pensión, adonde los amigos o familiares, a la chichería, al parque, o simplemente salen a dar una vuelta al pedal. Los delata su ropa propia del patio trasero de la casa: chores, polera, chinelas... Una clase especial de ciclista barrial es el mensajero de la tienda de repuestos de carros, que, vestido con overol enterizo, lleva mercancías o dinero entre una y otra de las sucursales. Cómo necesito la ayuda de gente para pensar más claramente.

sábado, 3 de febrero de 2018

¿Intento de robo?

Hace una hora, a las nueve y media de la noche de hoy sábado, en el centro de Quillacollo, por la prolongación al sur de la calle Santa Cruz, media cuadra antes de cruzar la avenida Blanco Galindo, un tipo más alto que yo, con aspecto de algo menos que borracho, a pie, hace la maniobra de acercarse a mí, que iba en bicicleta; camina de costado, a saltitos, como escoltando mi marcha. Su compañero, por el otro lado, se me acerca. Freno. ¿Qué pasa?, les digo. Me insultan, con el tema de la vejez: ¡Viejo!, y otras palabras. Pero se apartan. Reinicio mi marcha. Siguen insultándome. Vuelven a acercarse a mí. Tengo miedo. Acelero de subida. Llego a la Blanco Galindo y la cruzo. Pudo ser intento de robo. Uno de ellos, de algo más de 180 cm de alto, de unos 30 años; el otro de 165 cm más o menos, de edad parecida, ambos delgados, de tez no tan morena como la mayoría de la gente de acá.