miércoles, 29 de junio de 2016

Molle y yo

Me río de este molle alto y estrecho, río de sus ramas apegadas al tronco, de su escaso follaje, de su forma rara. Cuántos molles tienen forma única.

Reírse de algo, de alguien con quien hay una confianza, una relación continua, firme pero variada, en curso hacia... Esta confianza me asegura que el molle este no se enojará de mi risa.

Pero la confianza debe ser concreta, de individuo árbol a individuo yo. Así que : volver por aquí (entre km 7 y 8 de la av. BG, unas 10 a 15 cuadras al oeste, en una esquina, cerca de un especial cruce de caminos serpeantes), mirarlo, entenderlo. Porque otra cosa, de mí, no necesita este molle.

Tiene parte del tronco reseca este árbol, donde le cortaron una rama mayor, al metro y poco del suelo. Qué ataques habrá sufrido, de la gente, del clima, de la noche y el día.

-- Escrito hace dos años. Busco este molle, no lo hallo; lo buscaré aun.

lunes, 27 de junio de 2016

45 parchaduras

Hoy puse el parche número 45 en la cámara de aire de la rueda delantera. Conté los parches. Un pedazo de vidrio se incrustó en la llanta. (Son varias ya las veces en que últimamente pinché con vidrios. Muchachos que beben alcohol en la calle rompen las botellas, esparcen astillas, entorpecen el movimiento de la gente.) Esta cámara es aun usable, así que no la cambiaré.

Ocho meses después. Van setenta parches, y la cámara aun sirve.

lunes, 13 de junio de 2016

En la plaza 14

Leo en la plaza 14. Es domingo en la noche. Me cuesta avanzar en esto que no es mi materia, pero me gusta. Levanto la vista, dejo el libro, me paro, camino en la plaza principal de esta ciudad. Plaza remodelada, a la que ahora no cruzan los autos por los cuatro costados, sino solo por dos. Lugar del que algunos de los árboles lindos se están secando, por ejemplo, dos toborochis del lado oeste, al medio, uno de ellos, el más gordo, querido para mí.

Dos wawas mujercitas, de entre seis y ocho años, flacas, livianas, sueltan sus cuerpos, rotan de pies y manos sobre el suelo, hacen la estrella para las cámaras fotográficas de su padre y su madre, sentados en una banca. Luego, bailan para las fotos. Luego, una de ellas, la mayor (la que hace un rato le dijo a su hermana que ella "no valía nada", así) hace unos gestos con la cara, la acomoda, la inclina, y pone cara de seducción... Esto, cerca del pino mayor de la plaza.

Hacia la esquina oeste norte, ante la iglesia de la Compañía, una pareja posa muy apretada ante ambas sus cámaras, al final de sus brazos externos estirados. Se quieren, se fotografían, se recordarán así, aquí, hoy.

Aunque no me crean, al lado mismo de mí, otra sesión fotográfica. Un muchacho hace posar a su negra, que debe de haber aprendido en la televisión posturas de cadera, de muslos, de cintura, de brazos, y muecas de la cara.

Supongo que este es un lugar preferido para la fotografía popular, supongo que en otros lugares la gente no usa tanto los aparatos de registro. ¿Qué guardan? ¿Guardan algo (en las memorias ajenas -- contradicción entre los términos -- de sus máquinas)?

Mucha otra gente sentada en las bancas o caminando por los pasillos de la plaza usa los aparatos celulares, mezcla de teléfono y terminal de internet. Hay parejas sentadas lado a lado, mujer y hombre, cada uno enfrascado en manipular con las yemas de los dedos su propia pantalla, cada uno enfocando sus ojos en las visiones que los fascinan, las imágenes (mayormente sin sentido, creo yo) que les hacen olvidar cualquier sendero hacia recuperar un sentido de ser álguienes en comunidad.

Sus caras iluminadas por la luz fantasmal de las pantallitas, sus cabezas inclinadas al aparatito al que se aferran con sus manos, su estar incierto, su caminar inseguro, sonambular...

Bueno, ya, ahora volveré a leer (el libro es un rastreo del tema de la ética y la moralidad en relación con la memoria, la práctica de recordar; ¿recordar qué?; los aullidos de las víctimas de la historia). Me siento, agarro el papel. Quiero leer. Es difícil.

jueves, 9 de junio de 2016

Airado un cicista por el centro de la ciudad, y contrarruta

Va un ciclista contrarruta por la calle y por la cuadra por donde más le gusta hacerlo. Va, cuando puede, rápido. Goza. Elude a los carros que vienen, que son pocos, y van tan lento que no hay por dónde se molesten de esa bici que no les estorba. Ellos dejan entrepasar a un ciclista, por en medio de dos de ellos, al costado de otro. Pero aparece uno, cuando ciclista va por el lado izquierdo, uno que maneja un trufi, que no quiere retirarse los adicionales diez o quince centímetros bastantes para que la bici pase tranquila. Entonces, un ciclista, apurado, debe reclinar el cuerpo más hacia la izquierda, apegarse al bordillo, besarlo. Y, raspando el trufi, pasa gritando su rabia, soltando su tensión, perdiendo ya el miedo, sintiendo una rica aireación.

lunes, 6 de junio de 2016

El sol en mis ojos

Mira el sol, solo un rato. Ya. Sientes que te quema los ojos. Ahora cierra los ojos. Ves la huella del sol, que se mueve en lo oscuro de tu mirada interior, traza un surco él. Con los ojos cerrados, pon tu mano entera sobre los párpados, cúbrelos. En la mayor oscuridad, la huella del sol es más clara aun. Ay. Hay sol dentro de ti. Lo ves y lo sigues viendo. No repitas esto más de una vez cada cierto número de años, si quieres conservar sanos tus ojos.

El sol en el aro del ciclo. Está pulido el aro trasero de mi bici, de tanto usar el freno. En él puedo mirar el sol, su reflejo. (Estoy echado en un parque. Es pasto es ralo, gentil. Hay molles cerca, son jóvenes. Empieza la tarde.) Este reflejo es menos agudo que la visión del propio sol, pero, cerrando los ojos, hay todavía la huella de la luz, apreciable. (Huella que, en el caso de la luna, aun luna llena, es tan suave que casi que no hay.)

domingo, 5 de junio de 2016

Ligero ciclista

¿ Qué tiene la bicleta que me hace sentir bien ? Voy por una calle interna a la zona de los mercados, trancada calle estrecha. Me cuelo entre un camión cargado de mercadería y un trufi lleno de gente, y le hago el quite al carro que va delante de ellos, acelerando, le impido tocarme. De pronto, la calle está libre, abierta, vacía para mí, dos cuadras mías del todo. Acelero. ¿ Por qué esto me llena, si no equivale más que a avanzar ? Ya, bueno, soy hábil con el ciclo, soy ágil. ¿ Pero qué vale esto ? No sé. Talvez sea que, comenzando, cuando niño, siendo bastante torpe con mi cuerpo, pasando por descubrir, de muchacho, que era un tipo rápido, voy llegando, bastante viejo, a verme, y supongo que otros también me ven así, como un hombre -- busco en la red un sinónimo de ágil -- ligero.

También que dicen que pedalear, con el esfuerzo variable y flexible que pide, me hace producir (palabra fea para la cosa que nombra) una morfina dentro de mi cuerpo; junto con comer chocolate y hacer el sexo, la bicicleta, su uso crea autobienestar, inhibiendo el sentir lo incómodo, el dolor. Está, además, la rica aireación que da la bici.

Y que la bicicleta, ir sobre ella, multiplica mi potencia, mi alcance, me hace ir lejos y rápido. Me da el hecho y la ilusión de ser más de lo que en efecto, en cuerpo, soy. Sobre la bicicleta, me creo y, en cierta medida, soy más que algunos de los demás. Igual a lo que le hace a uno el carro, aumentarle la potencia, convirtiéndolo en otro, mayor, hinchándolo, sacándolo de su lugar. Sí, salvando la distancia entre ambas máquinas, guardando la proporción, la bicicleta hace eso con uno, lo disloca.