lunes, 13 de junio de 2016

En la plaza 14

Leo en la plaza 14. Es domingo en la noche. Me cuesta avanzar en esto que no es mi materia, pero me gusta. Levanto la vista, dejo el libro, me paro, camino en la plaza principal de esta ciudad. Plaza remodelada, a la que ahora no cruzan los autos por los cuatro costados, sino solo por dos. Lugar del que algunos de los árboles lindos se están secando, por ejemplo, dos toborochis del lado oeste, al medio, uno de ellos, el más gordo, querido para mí.

Dos wawas mujercitas, de entre seis y ocho años, flacas, livianas, sueltan sus cuerpos, rotan de pies y manos sobre el suelo, hacen la estrella para las cámaras fotográficas de su padre y su madre, sentados en una banca. Luego, bailan para las fotos. Luego, una de ellas, la mayor (la que hace un rato le dijo a su hermana que ella "no valía nada", así) hace unos gestos con la cara, la acomoda, la inclina, y pone cara de seducción... Esto, cerca del pino mayor de la plaza.

Hacia la esquina oeste norte, ante la iglesia de la Compañía, una pareja posa muy apretada ante ambas sus cámaras, al final de sus brazos externos estirados. Se quieren, se fotografían, se recordarán así, aquí, hoy.

Aunque no me crean, al lado mismo de mí, otra sesión fotográfica. Un muchacho hace posar a su negra, que debe de haber aprendido en la televisión posturas de cadera, de muslos, de cintura, de brazos, y muecas de la cara.

Supongo que este es un lugar preferido para la fotografía popular, supongo que en otros lugares la gente no usa tanto los aparatos de registro. ¿Qué guardan? ¿Guardan algo (en las memorias ajenas -- contradicción entre los términos -- de sus máquinas)?

Mucha otra gente sentada en las bancas o caminando por los pasillos de la plaza usa los aparatos celulares, mezcla de teléfono y terminal de internet. Hay parejas sentadas lado a lado, mujer y hombre, cada uno enfrascado en manipular con las yemas de los dedos su propia pantalla, cada uno enfocando sus ojos en las visiones que los fascinan, las imágenes (mayormente sin sentido, creo yo) que les hacen olvidar cualquier sendero hacia recuperar un sentido de ser álguienes en comunidad.

Sus caras iluminadas por la luz fantasmal de las pantallitas, sus cabezas inclinadas al aparatito al que se aferran con sus manos, su estar incierto, su caminar inseguro, sonambular...

Bueno, ya, ahora volveré a leer (el libro es un rastreo del tema de la ética y la moralidad en relación con la memoria, la práctica de recordar; ¿recordar qué?; los aullidos de las víctimas de la historia). Me siento, agarro el papel. Quiero leer. Es difícil.

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