¿Wañur, yo? Todavía, después
Todos beben aquí. Cuatro muchachos de entre treinta y cuarenta, dos de entre sesenta y sesentaicinco. Todos están borrachos. Por favor, mamita, regalame agua en esta botella, pido, tengo sed. Y va la también mareada vieja, luego de unos minutos en que ha de hacerse explicar qué es lo que quiero, va la señora dentro de la casa, agarrada de mi botella plástica. Yo miro el camino de entrada de la finca, es media cuadra entre la calle y este corredor externo donde, apoyado en la baranda, converso con los borrachos. Uso mi quechua elemental. ¿Cuántos autos blancos, taxis, en el patio?, miro alrededor. Son dos o tres preguntas mías, de ubicación, no comprometedoras, respondida la primera, tarda la respuesta a la segunda, y a la tercera veo ya que me equivoco. Algo falla aquí. El muchacho moreno me dice: "Y tú ¿cuándo te vas a wañur?" Es fuerte lo que dice, es inmotivado. Yo callo. Miro. Él repite, sin hablar, con la mirada, abiertamente agresiva. La vieja no vuelve con mi agua. El choco treintón, flaco, se me va viniendo. Veo lo que pasa. Retrocedo. Quedará aquí mi botella; sed, no hay ya. Estoy a tres, cinco metros del grupo. Ahora el choco me insulta. Sale de la casa la vieja y me insulta. Ahora se me vienen dos, el choco y otro más, que alimentan mutuamente su rabia. El moreno sigue sentado, y azuza a los que se me aproximan. Sigo retrocediendo, dándoles la cara, o sea, caminando para atrás. Por suerte la bicla está allá, apoyada a la reja exterior de la finca. Ahora debo apaciguarlos, sin responder a la agresión, les parezco, con la voz, firme, tranquilo, aquí no pasa nada, muchachos, ¿o qué es lo que quieren? Por suerte, sale un chango de unos veintidós, grande, sobrio, llega corriendo, y agarra al choco. Al otro no parece ser necesario agarrarlo. Ya no avanzan. Yo retrocedo, ahora doy la vuelta, doy dos pasos, tomo la bicla, subo. Me voy, me fui.
¿Me conocerá uno de ellos taxista como ciclista travieso con los motoristas en la calle, lo habré hecho enojar, le habré quitado espacio, me habrá visto jugar, pasar primero que otros motoristas, se habrá frustrado al verme? ¿O es que mi semiquechua los empluma, sienten que les digo vallunos cholos, miren cómo yo hablo un poco de su idioma, por qué no vuelven a sus raíces, qué es esto de hacerse los cochalas, si ustedes son del valle, de aquí adentro, esto es lo que mi seudoquechua les dice? O son las dos cosas juntas. Fue directa su respuesta, a partir de la incitación de uno de ellos.
Lugar: camino entre Paso y Pandoja. A fines de mayo del 2013. Acababa yo de volver a subir a la bicla (que luego pronto me robarían), después de trece meses sin bicicleta (un año a pie, yo), paseaba por uno de mis lugares favoritos, era domingo en la tarde. Me asusté de ellos. Pero me salvé. Poco después, recuerdo, en la noche de San Juán, le di una vuelta a esos lugares, una vuelta completa, entre el final de la tarde y la mitad de la noche. Qué rico es andar en bicicleta por el valle.
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