viernes, 17 de julio de 2015

Inundar el Madidi para quedarse en el poder, por Raúl Peñaranda

Miércoles, 15 Julio, 2015

No es solo su limitada visión económica la que impulsa al Vicepresidente Álvaro García Linera a impulsar casi exclusivamente tareas extractivistas para lograr crecimiento económico. Su estrecha mirada, en la cual (casi) solamente ingresan opciones como perforar yacimientos gasíferos o mineros además de construir represas, tiene también un transfondo político.

Pero vayamos por partes: la tragedia boliviana se llama el extractivismo. Somos el país más pobre de Sudamérica, entre otras cosas, porque hemos basado nuestro desarrollo casi exclusivamente en extraer minerales o petróleo (o depender de la goma). Durante casi 300 años de colonia y 200 de república a eso hemos apostado, y así nos ha ido. En la última década, con precios altos de las materias primas, no se ha hecho más que enfatizar ese modelo de desarrollo.

El Vicepresidente es el principal defensor de esa política. Acaba de decirlo en una charla magistral en Chile: “si solamente te dedicas a proteger a la Madre Tierra ¿con qué alimentas a la gente?” ha señalado con una sorprendente mezcla de ingenuidad y cinismo. O sea que él no concibe otro camino para alcanzar el desarrollo. La elocuencia de esa declaración es entristecedora, sobre todo porque la literatura económica demuestra que los países que hacen depender su desarrollo de la extracción de materias primas son también, casi siempre, los más pobres. El caso boliviano lo confirma.

El gobierno desea avanzar ahora a otros ámbitos, cercanos al extractivismo: la construcción de represas para generar electricidad. Ya ha firmado un contrato con una empresa italiana para construir una represa en el estrecho de El Bala, en el río Beni. En un año estará listo el informe y luego, ha señalado García Linera, se empezará a construir la megaobra. Una estimación señala que la represa tiene un precio exorbitante, de unos 7.000 millones de dólares, para producir 4.000 megavatios de electricidad, que se exportaría a los países vecinos. Podrían obtenerse al año unos 1.600 millones de dólares para el fisco, un 13% del total de las exportaciones.

No solo es descomunal el costo económico, evidentemente. Lo es más el costo medioambiental. El precio que hay que pagar para que se cumpla este capricho gubernamental es, nada menos, inundar el Madidi, el parque natural más importante de Bolivia y uno de los lugares más bellos del mundo. Es de terror.

¿Vale la pena? ¿Invertir 7.000 millones de dólares para exportar 1.600 millones al año? ¿A costo de inundar el Madidi y verse obligado a trasladar a unas 300 comunidades indígenas? ¿E infligir un daño irreparable al medio ambiente?

Lo lógico sería, en un lugar de hermosura privilegiada como es el Madidi y todo la Amazonía boliviana, alentar otras tareas, como el turismo. Tal vez no captaría esa cantidad de divisas pero su efecto beneficioso es que generaría mano de obra intensiva y ayudaría ampliamente al desarrollo ya que demanda innumerables servicios y productos, entre otros la compra de alimentos. Es mejor que vender electricidad.

¿Y por qué el gobierno no opta por esta otra vía? ¿Por qué insiste en abrazar políticas que ponen a la naturaleza en serio riesgo? Como decimos líneas arriba, por razones políticas: el ecoturismo genera una riqueza que se distribuye en muchas manos, por ejemplo comunidades indígenas, guías turísticos y propietarios de hoteles y albergues, además de los que proveen los servicios directos e indirectos. El dinero del turismo se queda en el país, genera bienestar y podría ayudar a producir un círculo virtuoso del desarrollo. Pero le quita al gobierno la posibilidad de obtener recursos fiscales para manipular a la ciudadanía, chantajear a los votantes y mantener un centralismo secante. Mil millones de dólares distribuidos entre miles de personas dedicadas al turismo, por seguir con ese ejemplo, no es lo mismo que 1.000 millones de dólares en la caja chica del gobierno para construir canchas de fútbol y hacer microinauguraciones todo el año. En todo caso, las microinauguraciones son mejores que las macro. El gobierno insiste en construir el Batán, un estadio para 60.000 personas a un costo de 80 millones de dólares, pese a que el actual campo, el Félix Capriles, pasa vacío todo el año. Esa y otras decenas de obras, como un aeropuerto “internacional” en Oruro que no tiene vuelos, un estadio en Chimoré con tanta gente como habitantes posee esa localidad y fábricas de papel que arrojan pérdidas. El malgasto galopante se debe a que los caprichos del Jefe no tienen freno.

El extractivismo estatista tiene una explicación ulterior: mantenerse en el poder por el mayor tiempo posible, de manera indefinida.

Chau democracia.

jueves, 16 de julio de 2015

Mi bicicleta

La bicicleta está rica. Así cargada, la siento pesada y firme, sólida y airosa, la siento segura. Descargada, es más linda aun, es ligera, suave, aérea.

Se mueve mostrando por dónde irá, la proa señala su destino. No se deja quitar el camino, se planta, yendo, allá adelante, y sigue, va, hace que los demás, los carros, se le aparten. Es rica mi bicicleta. La quiero llamar el ciclo, pero no se deja, es bicicleta nomás.

Me gusta cuando otros la tocan. Ver a alguien apoyado en ella, fijar mi atención en cómo la agarra, se agarra de ella, la toca. Ver la mano de esa otra persona sobre ella, qué le hace a mi bicicleta, me intriga y me gusta.

La presté unas veces. Una vez a un amigo que se la llevó buen rato lejos. Mientras estuvo aparte, puse una barrera para no pensar en eso, pero, antes de tenerla de nuevo, pude dejar de preocuparme. ¿Acaso no me prestan cada vez bici a mí?

A otros, la negué, dije que no la presto. Solo la presto a quienes confío.

Hace dos meses, me la chocaron, dañándole la rueda trasera. Asustado, dejé de manejarla unos días, la tuve ahí colgada, sin hacerla componer.

Y la nueva lentura con que a veces se mueve, más lento que lo que nunca recuerde yo haber ido largos trayectos en bicicleta. Es como si la bici se pusiera a disfrutar o al revés a sufrir, en todo caso a sentir, los lugares. Los lugares de dentro del ciclista...

Grita por mi boca cuando se siente, de pronto y sin motivo, amenazada, cuando tiene miedo. Piensa con mi cabeza, quisiera no decir una palabra, pero a veces es forzada a defenderse.

Se emocionó al límite acompañada por las bicicletas de mis hijos : a toda velo, subiendo a Tiquipaya con el flaco ; muy lento, paseando por Calacala con la gorda.

miércoles, 15 de julio de 2015

Necesidad de difundir una lista de motoristas amenazantes

Después de tiempo sin hacerlo, vuelvo a guardar en la memoria los detalles de los motoristas que me amenazan en la calle o que amenazan a otros. Anoto esos detalles, los expando. Pero no los copio a este cuaderno.

Ayer casi me pisan. En el centro de la ciudad, cruzaba yo a pie la calle por un espacio con pintura de cebra (donde se supone los peatones tenemos prioridad o hasta refugio ante los motoristas). Lo vi venir, lento, al motorista. Seguí andando. Esperé que frenara, que se detuviera. No lo hizo. Casi me tocaba ya. Salté hacia atrás, pero sin salir de la calzada, manteniéndome ante el auto blanco. Siguió acercándoseme, muy lento. Qué raro, empecé a pensar ¿qué busca este? Toqué, golpeé su capota. Recién frenó. Era un muchacho de unos veinticinco años, muy flaco, petiso, moreno, que se disculpó pidiendo perdón muchas veces, explicando que miraba la acera, que estaba distraído.

La placa era un número de cuatro cifras que olvidé, seguido de las letras ZEA.

Ya copiaré apuntes de otros incidentes.

Lunes 16 noviembre, hora 20, calle Lanza esquina Uruguay, un trufi de la línea R, placa 1779 SSS pasa muy cerca de mí, a unos 10 cm, estando yo parado a algo menos de medio metro del bordillo de la acera. Lo persigo, a pie, lo alcanzo. El trufi tiene un solo pasajero. El motorista es un hombre de unos 40 a 45 años, moreno, bajo, lleno sin llegar a gordo. Le digo que casi me toca. Argumenta que el semáforo estaba en rojo para mí. Sí, le digo, pero eso no quita que casi me tocaste; un hombre es más importante que el color del semáforo. Sigue en su línea. Lo dejo.

domingo, 12 de julio de 2015

La cordillera blanca

Después de muchos años, las cumbres de los cerros de la cordillera del Tunari estuvieron unos días blancas, desde el sábado antepasado hasta, incluso, hoy domingo. Un color blanco, visto desde aquí abajo, digamos, suave, mezclado con tierra, con roca. No mucha nieve, entonces. Pero nieve, y que se mantuvo, junto con la conservación de la humedad ambiente en el fondo del valle, durante más de una semana.

Recordar la cordillera hace treinta años, cuando, en este tiempo de frío, el blanco era sólido, extenso, duradero... Recordarme al despertar en la madrugada templada cuando, yo muchacho en el balcón, y la cordillera allá, blanca, larga, completa, y el cerro grande de ella...

lunes, 6 de julio de 2015

Tres pinchazos

Las tres pinchaduras, dos en la delantera, una en la trasera, eran pequeñas, mínimas. De ninguna de ellas hallé el objeto punzante; las llantas los recibieron, les dejaron pinchar las cámaras, y los soltaron. Ocurrieron yendo por camino rural, con barro, luego de una noche de lluvia. Mis llantas están pajlas, con la huella gastada. Para remendar, corté parches pequeños, como parchador experimentado que soy.

Un mes después, llantas nuevas. El maestro Claudio me vendió y instaló en la bicicleta llantas chinas de las buenas, que parecen nuevas. La trasera, chalinga. La delantera, con la goma más externa resecándose, pero por dentro, "que es donde importa" (Claudio), bien.