miércoles, 31 de mayo de 2023

Frío pre invierno

Mis manos están frías. Vuelvo a casa desde la calle por donde, en bicicleta, me hizo frío. El frío es rico, digo que es agradable: le hace a uno sentir un poco adentro de la piel, la carne. Sentir es, será siempre bueno.

Arriba en los cerros de la cordillera del apu Tunari, y desde hace días, nieve; protegida de los soles, conservada por los helados vientos dirigidos en chorro a las masas blancas que hay en los recovecos de la grande piedra lejana: nieve.

Aquí abajo en el patio, blanquea la superficie de las hojitas de los pastos, las alfas y las hierbas con el primer sol de la mañana: escarcha. Son muchas semanas ya que el tiempo tiene poca agua; pero cuánto conserva su humedad propia este patio crecido de hierbas, cómo ellas, a la intemperie, la defienden, y viven.

Y yo... si no hubiera estado tanto rato, desde antes del amanecer, quieto -- a mi edad de cerca de sesenta años de vida -- empuñando este teléfono-computadora con internet y golpeteando partecitas de su vidrio frontal, no me habría enfriado, y al salir a la calle, moviéndome, más bien me habría empezado a calentar, jubiloso ante el airecito que el pedalear hace.

Pasada la fiesta del santo de Illataco

A mediados del mes que termina hoy hubo aquí en Illataco la fiesta del santo del pueblo, el labrador Isidoro. Fueron cuatro días de daño intencional grande: altavoces desmesurados con música deformadamente fea y con las voces invasoras de disyéis o animadores, borracheras largamente arrastradas y violentas, cambios adicionales en los horarios de los servicios religiosos católicos, y hasta una carrera de autos que arruinó una mañana de domingo, desde temprano, hasta empezada la tarde, con miedo, ruido y peligro.

Hablando días después, una tendera me dijo que el fin de fiesta la aliviaba mucho a ella y a su marido. A mí también.

lunes, 8 de mayo de 2023

Sobre el camino, en el suelo

Muchas vainas blanco-anaranjadas de tara desparramadas sobre las piedras del suelo. El arbolito que está al lado de la puerta de calle las deja caer pues le pesan y están a punto. Muchos carros (bastantes de ellos, camiones cargados de materiales de construcción) pisan las vainas de las que brotan pequeñas semillas negras que se van incrustando en la tierra que hay entre las piedras del suelo.

Las mujeres mayores y sus niños que por esta época habitualmente alzan y juntan las vainas de tara no aprovecharán estas que están deshechas.

Ante la puerta de calle, en el suelo, un manojo de alfalfa que el ganadero-lechero que alquila el campo para cultivarlo, dejó caer de la carrocería de su camioneta. Antes la había cortado con una máquina a combustible fósil.

Una cuadra abajo, en el camino, sobre el suelo, una faja que lo cruza, hecha de restos de hierbas (hierbas malas?) que fueron cortadas hace unos días de algún campo cercano; los restos simulan o atisban mostrar un rompemuelles que disminuiría la amenaza que para los vecinos son los autos y camiones que por aquí trajinan.

Entre las piedras del camino, una, dos y más espigas tiernas sueltas de, tal vez, maíz. ¿Cayeron de la caja cargada de un camión de transporte de esa mercancía del valle?

Lavando unas ropas en el patio gramado, oigo trabajar a la que parece una máquina grande; suenan piedras arrancadas del suelo, movidas por un brazo de fierro; puede ser aplanando el ingreso a la granja avícola cercana. También pudo ser un camión de motor especialmente pugnaz. Su roncar dura no muchos minutos, y se va hacia abajo. Desde allá sube el cortejo de un muerto, con banda de instrumentos de viento; son gente que va al cementerio dentro de un grupo de carros, no muchos, pues pasan pronto. Y hay, tengo silencio.

Senda ciclista y peatonal suavizada

La lluviecita ligera pero larga, sostenida de dos de los días de la semana que pasó, bastó para suavizar la superficie de la senda ciclista-peatonal a los costados del quilómetro y pico de la calle Álamos que acabo de subir. Así se alisa nuestra franja: el agua que corre lentamente por la inclinación leve del camino y por su convexa sección transversal, desnuda los flancos de las piedras del centro del solado, quitándoles la tierra intersticial; el barro resultante escurre por el declive y es barrido por las ruedas de los autos hacia los costados de la calle y va rellenando los resquicios entre las piedras. El tiempo escampa, y al orear, la franja está por trechos plana, ocultas las aristas del solado. Así recubierta, la senda ciclista-peatonal es amable a las ruedas de las bimáquinas y a las suelas de los bípedos.

Subí la calle Álamos a la media noche. El ruido enorme de unos altavoces en una fiesta que hay en la carretera, a tres kilómetros en línea recta de donde estoy, es, a través de la ventana semiabierta, todavía feo (lo que muestra a ese espacio sin muchas casas altas y sin ruidos competidores). Pobres los vecinos de ese local. Y a la supuesta fiesta (que rebalsaba de carros en las cuadras cerca a su entrada) no le basta tronar; usa además unas luces que horadan la noche, son unas varas de luz equivocada; y usa un segundo juego de luces, de las estroboscópicas, para completar la estupidización, que es lo que buscaba. Atatau.

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Llovizna, chilche, garúa, chilchina... con cariño, al cielo que se hace agua sobre la tierra: gracias, cielo. Eres un amor.