Senda ciclista y peatonal suavizada
La lluviecita ligera pero larga, sostenida de dos de los días de la semana que pasó, bastó para suavizar la superficie de la senda ciclista-peatonal a los costados del quilómetro y pico de la calle Álamos que acabo de subir. Así se alisa nuestra franja: el agua que corre lentamente por la inclinación leve del camino y por su convexa sección transversal, desnuda los flancos de las piedras del centro del solado, quitándoles la tierra intersticial; el barro resultante escurre por el declive y es barrido por las ruedas de los autos hacia los costados de la calle y va rellenando los resquicios entre las piedras. El tiempo escampa, y al orear, la franja está por trechos plana, ocultas las aristas del solado. Así recubierta, la senda ciclista-peatonal es amable a las ruedas de las bimáquinas y a las suelas de los bípedos.
Subí la calle Álamos a la media noche. El ruido enorme de unos altavoces en una fiesta que hay en la carretera, a tres kilómetros en línea recta de donde estoy, es, a través de la ventana semiabierta, todavía feo (lo que muestra a ese espacio sin muchas casas altas y sin ruidos competidores). Pobres los vecinos de ese local. Y a la supuesta fiesta (que rebalsaba de carros en las cuadras cerca a su entrada) no le basta tronar; usa además unas luces que horadan la noche, son unas varas de luz equivocada; y usa un segundo juego de luces, de las estroboscópicas, para completar la estupidización, que es lo que buscaba. Atatau.
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Llovizna, chilche, garúa, chilchina... con cariño, al cielo que se hace agua sobre la tierra: gracias, cielo. Eres un amor.
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