Tengo una gata
Tengo una gata. Al servirle su comida en su plato, la llamo: pchqt, pchqt, y si está cerca y tiene hambre o le da la gana, viene. También le hablo quejándome de su irrespeto por mi comida.
Me peleé con la gata porque ella exageró su desparpajo. La ahuyenté con alguna suavidad y ella (que tiene una otra casa, que no depende de ésta únicamente) lleva unos días ausente.
Tengo bici. Hoy, que la llevaré al mecánico para un arreglo rápido pero importante, me sorprendí a mí mismo, por primera vez, diciéndole: ya, ya, hoy te van a componer... acariciándole su barra.
Vivo solo. No debe ser tan raro que hable con un animal u otro (hay los ratones que también pretenden mi comida, los conejos silvestres a los que hay días que doy un tallo de alfalfa ajena, los pájaros con los que querello por las manzanas fuera de tiempo que caen al suelo, los perros vecinos que a veces vienen como tromba a escarbar el patio tras los conejos...) o con una cosa o máquina. O conmigo mismo. No hay con quién más hablar.
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