jueves, 2 de junio de 2022

verde tornasol que aletea en la mañana en Illataco

parado delante del k'aralawa (recién me dijeron y debo confirmar este nombre del arbusto de hojas de color verde cemento con largas y estrechas flores campanudas de colores verde desvaído y amarillo desleído, que ahora aloja a una liviana, cortés enredadera de achojcha cuyos frutos empiezan, los viejos que, pues sobran, no cosecho, a amarillear, y los nuevos, que ya cosecharé, a tardar en crecer, engordando verdecitos), me lavo los dientes en la mañana apenas húmeda; la cordillera del Tunari, allá arriba, detrás de nubes no completas, no espesas, tiene pocas y someras manchas blancas en sus oquedales, que a media mañana escurrirán (anteayer y anoche lloviznó poco y esparcido, y la ligera persistencia de ese aguarse el cielo sobre la tierra, me gustó harto; atemperará el calor de esta mañana de otoño); el aire es fresco, la luz del sol es suave y dorada, el día tiene una hora de empezado; un par de picaflores llega hasta el matorral sunch'u que hay a dos metros al frente, hurga cada uno de ellos algo pardo y seco en la seca planta, titilando verde tornasol un segundo, menos de un segundo, y se van los dos chirriando en el aire; no se atrevieron a venir al k'aralawa (será éste su nombre?), el hombre con vaso de agua y cepillo de dientes, cuyos brazo y mano se mueven con energía entre boca y costado, que soy yo, los cohíbe; se van; eran de los pequeños; no llegaron hasta las flores todavía algo frescas del (todavía inseguramente nombrado) k'aralawa; un instante suspensos ante mí, los dos pajarillos me parecieron de cuerpo lleno, digamos, gorditos...; ya volverán, cuando yo no les estorbe en el patio

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