Máquina extraña
Ayer, en puente Gamboa, subía una máquina que alisaba o nivelaba el terreno; lo hacía raspándolo, pasando una como cuchilla transversal gruesa y seguramente pesada, que hundía algunas de las protuberancias y, arrancando otras, las arrastraba hasta donde podía hundirlas. Durante un momento estuve cerca de la máquina, y la sentí del todo extraña al lugar (Illataco, campo semirrural al norte oeste de Quillacollo), sentí que su actuar (el actuar de la máquina, el de su operador, el de sus capataces técnicos y el de sus patrones políticos y empresariales) es algo que desde afuera busca transformar a este lugar en lo que este lugar no es (transformarlo en un lugar abierto sin obstáculos a los autos, y antes, abierto, quiero decir, dispuesto, a las intervenciones técnico-político-empresariales), pasando por unas fases (esta fase, la de esta acción de la máquina topadora) de destrucción. Al mismo tiempo, sé que, primera cosa, el conjunto de la gente en este valle de Cochabamba acepta que solamente pocas personas decidan temas importantes de los ambientes donde ocurren sus vidas diarias, o sea, que se trata de una sociedad jerarquizada que acepta la dominación sin casi contestarla. Sé, segunda cosa, que esta pasividad social lleva décadas en aumento. Y sé, por último, que los atisbos de contestación son desestimados como impertinencias ("huevadas" es el término técnico técnico de uso local para las cosas fuera de lugar, de las que, por ucase de los dominadores, no se habla); sé que, antes que contestación, no hay ni aun interrogación, que el estado de cosas no parece despertar extrañeza en quienes lo soportan, que en este valle las gentes aceptan sin pestañear estas últimas fases de la destrucción de sus mundos sociales, ambientales, y que, si me apuran, corren aparentemente contentos al matadero.
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