Una pregunta que me hacen
Enterado de que me muevo en bicicleta entre Quillacollo y la ciudad, más de uno me preguntó en cuánto tiempo lo hago, cuánto tardo. Como si eso tuviera importancia, primero, ante mi necesidad diaria de manejar bicicleta, y segundo, ante la inevitabilidad diaria de manejarla.
La repuesta que ensayo es que a veces tardo poco y otras veces tardo más tiempo en el viaje entre Quillacollo y la ciudad. Evito dar un número de minutos, que es lo que los preguntantes esperan, piden. Mi ritmo de vida elude el contar en minutos las duraciones de las cosas que hago.
Tardo poco cuando repito en alguna medida, por trechos del camino, mi modo anterior de ir en bicicleta, más o menos rápido. Y tardo más tiempo en varias diferentes otras maneras: por ejemplo, porque, por uno u otro motivo, me bajo de la bicicleta, o cuando disfruto de la lentitud, o cuando, sin darme cuenta y sin necesariamente disfrutar, voy lento y ya, tal vez ensimismado (completamente dentro del camino en lo que hace al cuidado de mi seguridad..., pero es un cuidado, digamos, automático, un tanto inconsciente, mecánico; y completamente fuera del camino en lo que hace a permitir que los temores del camino afecten a mi ponerme a pensar en lo que necesito pensar durante mi pasar por esos lugares del camino).
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