viernes, 30 de octubre de 2015

Agachado, acomoda su mercancía

Parece de cuclillas pero está sentado, el borde de sus nalgas sobre el mínimo vano de una puerta cortina metálica cerrada en la tercera cuadra de la calle Ladislao. Es pequeño, delgado, moreno. Tiene unos sesenta años, el pelo canoso. Usa camisa de tela delgada, de color claro, y pantalones grises. Sus manos alisan una bolsa plástica negra sobre su falda, hacia las rodillas, y la dejan planchada. También sobre los muslos, quietos, unos paquetes de dobladas bolsas plásticas de colores suaves, verde transparente, rojo claro, azul celeste. Vende bolsas al por mayor, abastece a las khateras del mercado Calatayud. Él no mira adelante o arriba, no ve la gente o el tráfico. Inclinado sobre sí, él mira lo que hace. Son las diez de la mañana. Son los días previos a la fiesta de los muertos... la fiesta de los santos. Es la cancha Calatayud, donde ya se venden las wawas de pan. (Ayer jueves, a dos cuadras de aquí, en la avenida Aroma entre San Martín y Lanza, durante toda la tarde, se enfrentaron, a gritos, y a ratos, a golpes, a palos, trufistas contra vendedoras de masas y dulces y disfraces y cohetes, vendedoras de Todos Santos, pidiendo los unos vía libre para circular con pasajeros, pujando las otras por campo para vender, para instalar su feria. Los unos desplegaron de acera a acera largas banderas bolivianas, las otras cruzaron la calle con anchas banderas bolivianas. Pese a la oposición de la intendenta municipal -- a quien sorprendí el martes pasado siendo entrevistada por la televisión, en el lugar de los hechos del jueves; al terminar de grabar, le dio un estrecho beso al periodista --, pese a la intervención, el mismo jueves, de tropas de guardias municipales azules, y de ocho policías de la UTOP en motos...; contra los móviles, los del espacio abierto al tráfico, ganaron las comerciantas, las sedentarias, las bloqueadoras; hay feria; compraré en estos días fruta seca.) Estos días, en las mañanas, estos dos manzanos rebalsan flores, las khateras, minoristas, con pequeños amarros de rojas, blancas, amarillas flores, las mayoristas, con kkepis enormes de apretujadas, embaladas flores, en las aceras, en la calzada. (Hoy viernes, a media mañana, los guardias municipales retiraron a las khateras de flores de la acera sur de la calle Uruguay entre Lanza y Antezana.) En esta calle, el tráfico lento atrona, pero uno no lo siente. Caminando, uno mira abajo, hacia un abastecedor de plástico que se agacha sobre sí, concentrado, preparando su mercadería para venderla.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Jesucristiano y ciclista

Charlando a un grupo o hablando a personas sueltas sobre los ciclistas en medio del tráfico, en los últimos diez años, cuando me acercaba al tema de los movimientos de ciclistas en otras partes del mundo, introducía la cosa diciendo que entre los ciclistas organizados hoy hay de todo, entre ellos mujeres de clase media en el noroeste estadounidense que salen en montañeras, vuelven embarradas en verano y, para la foto, en medio del campo, se sientan a tomar el té, con modales de dama, riquísimo; exultaba a los ciclistas mensajeros neoyorquinos, su ir contrarruta, y sus carreras de antes de la madrugada; señalaba a la monterrealesa Claire Morissette, al waldeniano Ken Kifer; hablaba largo de Chris Carlsson, la masa crítica, y de los ciclistas vehiculares, sus enemigos teóricos; asustaba con la marcha ciclista del silencio y con las marchas desnudas ciclistas; tocaba a Reclaim our streets y los días sin autos; criticaba a los ciclistas verdes, que en diferentes ciudades del mundo suelen no reconocer la tradición de un siglo de lucha política ciclista, luchas que tuvieron muchas derrotas y alguna victoria. También, como de pasada, y para hacer reír, mencionaba a un grupo del que me enteré viendo la red internet, hace doce años, los pedaleros por Jesús. Qué ironía, ahora, y desde hace un año, yo, convertido en seguidor de Jesús de Nazaret, estoy dispuesto, a una palabra suya, a ir a donde sea, cuando sea, solo o acompañado, en bicicleta, a pie, en lo que sea.

domingo, 18 de octubre de 2015

Lugar desaparecido

Paso hoy hace un rato, a las siete de la noche, por la calle Ecuador esquina 25 de mayo : pintura verde claro, fresca, en el lugar donde, desde hace unos cuatro años y medio, hubo, pintada en la pared, la figura grande de una bicicleta como la mía. Muchos días, sin necesitarlo, pasaba yo por allí, solo para ver ese esténcil (y durante un tiempo, llegó a ser una ocurrencia dichosa su visión). Con pintura negra al aerosol, respresentaba una bicicleta de paseo de ruedas de veintiocho pulgadas, pero midiendo su tamaño, probablemente serían unas veintiséis pulgadas. Una figura sencilla, la bici vista de costado (claro, pues, la figura de una bi vista de frente no es muy identificable), una bici de barra simple, que llevaba posada sobre la montura (cuyos resortes se podían reconocer) la figura de un pequeño pájaro. La cola de mi pájaro.

Más cosas sobre ese grafiti sé, que sobra contar aquí. Pero esta : unas cuartas por sobre la bicicleta, y aprovechando la forma de pera de una mancha descascarada de la pintura verde oscuro de la pared, alguien puso, con el aerosol, el rostro de un fantasma, algo bien hecho. Sobre la bici, otro alguien, hace unos dos años, escribió con aerosol rojo la palabra "copión". Sonso. Y la desaparición de mi bi querida en la pared vieja, también fue algo sonso.

martes, 13 de octubre de 2015

Son las seis y media de la tarde

Son las seis y media de la tarde. Los últimos pájaros blancos vuelven a la laguna Alalay, donde dormirán. Puedo verlos por estar en uno de los pocos lugares abiertos del centro de la ciudad, con un área como de un bloque con construcciones de un solo piso. Pero alrededor del despejado las casas son de cuatro, seis y hasta ocho pisos, y empiezan ya a haber algunos edificios más altos, arrecia la desmesura. ¿Volarían más bajo los pájaros si el tamaño de las casas se los permitiera? Parece que sí, pues los veo pasar no tan lejos del tope construido.

Son garzas blancas, de las pequeñas, o más bien, medianas, los pájaros a los que en verano, de madrugada, se ve comiendo en los campos abiertos del valle, como canchas y campos de cultivo de la Maica, donde han de estar tranquilas.

Son las seis y media, siete menos cuarto. Mirando hacia el lado del río Tamborada, el cielo es celeste oscuro; a mi derecha, unas pequeñas nubes grises tienen rebordes naranja dorado; y a mi izquierda, el cielo, que pierde luz, está ya azul claro, y seguirá bajando de tono. El ocaso es el revés de la aurora, en que el lado naciente va ganando luz, muy lentamente. En realidad, vigilando desvelado atento, uno no sabe cuándo empieza a alborear. Una señal, en estas fechas, segunda semana de octubre, es el nacimiento del lucero de la mañana, la estrella más gorda que hay, que ocurre como un cuarto de hora antes del primer claror. Otra señal son los pájaros que despiertan, pero hay que saber a cuáles pájaros creer, hay algunos pájaros engañifles que suenan a cualquier hora.

Puedo imaginar un apagarse tan lento del poniente en la tarde-la noche, junto con un encenderse tan pero tan lento del naciente en la noche-la madrugada que... no sabrá uno dónde, cuándo está el punto medio, el umbral día ... noche.

¿Y cómo es que aguanto el tráfico aquí en el centro, a esta hora embotellada? ¿Cuál tráfico? Me abstraje de él. Qué dirá la gente. Un hombre parado fuera de la acera, ya en la calzada, que no suelta los ojos del aire de allá arriba. Una vieja conocida me toca y me pregunta si lo que hago es contar estrellas; me río; me dice que ya aparecerán más, que no me descuide; se ríe.

--- o ---

¿Qué es la oscuridad? ¿Estuve yo alguna vez completamente sin luz? ¿Cuál fue la oscura noche que me gustó de niño? Creo que esa corta vigilia en compañía de la que podía alharaquear, como anunciaba mis saltos desde cierta altura, para caer a tierra o al agua, o mi correr rápido, o mi comer más que cualquiera, o mis muecas sostenidas, fijas, o mi contar cuentos increíbles pero, durante un rato, durante el tiempo del contarlos, creídos. No -- fuera de, por hoy, estar solo -- yo no conozco la noche oscura.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Chicharra cambiada

Voy a comprar chicharra nueva para la bicicleta. La sola idea de recambiar esta pieza me hace acelerar el paso, me alienta, me da tono. Estaba raro, y peligroso, el paso con la chicharra vieja : esta parte no corría como debía hacerlo, se quedaba en su lugar, con lo que, pedaleando desde el reposo, mis pies giraban en vano, dando media, hasta una vuelta sobre el eje de la bicicleta. En medio del tráfico, esto pudo ser peligroso.

Compro chicharra ordinaria, como ninguna de mis bicicletas antes tuvo. Al hacerla girar, suena en mis manos como lo recordaba, dando un tono grueso. Aguantará unos meses, digo. La chicharra vieja anterior dio, estando la bicicleta conmigo, dos años; quién sabe cuánto tiempo antes habrá servido.

Es una pieza especial la chicharra, en inglés se le dice flywheel, rueda que vuela. Una señal de que está funcionando bien es que, al ir sin pedalear, levantando los pies de los pedales, estos no se mueven, no acompañan la marcha adelante de la bicicleta.

Salgo de la tienda en la Barrientos donde compré la pieza, hallo en el suelo un billete de diez pesos, lo que me permitirá pagar al mecánico para hacer el cambio hoy mismo. Esto arregla mejor mi día.