martes, 13 de octubre de 2015

Son las seis y media de la tarde

Son las seis y media de la tarde. Los últimos pájaros blancos vuelven a la laguna Alalay, donde dormirán. Puedo verlos por estar en uno de los pocos lugares abiertos del centro de la ciudad, con un área como de un bloque con construcciones de un solo piso. Pero alrededor del despejado las casas son de cuatro, seis y hasta ocho pisos, y empiezan ya a haber algunos edificios más altos, arrecia la desmesura. ¿Volarían más bajo los pájaros si el tamaño de las casas se los permitiera? Parece que sí, pues los veo pasar no tan lejos del tope construido.

Son garzas blancas, de las pequeñas, o más bien, medianas, los pájaros a los que en verano, de madrugada, se ve comiendo en los campos abiertos del valle, como canchas y campos de cultivo de la Maica, donde han de estar tranquilas.

Son las seis y media, siete menos cuarto. Mirando hacia el lado del río Tamborada, el cielo es celeste oscuro; a mi derecha, unas pequeñas nubes grises tienen rebordes naranja dorado; y a mi izquierda, el cielo, que pierde luz, está ya azul claro, y seguirá bajando de tono. El ocaso es el revés de la aurora, en que el lado naciente va ganando luz, muy lentamente. En realidad, vigilando desvelado atento, uno no sabe cuándo empieza a alborear. Una señal, en estas fechas, segunda semana de octubre, es el nacimiento del lucero de la mañana, la estrella más gorda que hay, que ocurre como un cuarto de hora antes del primer claror. Otra señal son los pájaros que despiertan, pero hay que saber a cuáles pájaros creer, hay algunos pájaros engañifles que suenan a cualquier hora.

Puedo imaginar un apagarse tan lento del poniente en la tarde-la noche, junto con un encenderse tan pero tan lento del naciente en la noche-la madrugada que... no sabrá uno dónde, cuándo está el punto medio, el umbral día ... noche.

¿Y cómo es que aguanto el tráfico aquí en el centro, a esta hora embotellada? ¿Cuál tráfico? Me abstraje de él. Qué dirá la gente. Un hombre parado fuera de la acera, ya en la calzada, que no suelta los ojos del aire de allá arriba. Una vieja conocida me toca y me pregunta si lo que hago es contar estrellas; me río; me dice que ya aparecerán más, que no me descuide; se ríe.

--- o ---

¿Qué es la oscuridad? ¿Estuve yo alguna vez completamente sin luz? ¿Cuál fue la oscura noche que me gustó de niño? Creo que esa corta vigilia en compañía de la que podía alharaquear, como anunciaba mis saltos desde cierta altura, para caer a tierra o al agua, o mi correr rápido, o mi comer más que cualquiera, o mis muecas sostenidas, fijas, o mi contar cuentos increíbles pero, durante un rato, durante el tiempo del contarlos, creídos. No -- fuera de, por hoy, estar solo -- yo no conozco la noche oscura.

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