viernes, 26 de abril de 2019

Un árbol nuevo

En la jardinera de la avenida Capitán Víctor Ustáriz, más o menos en el quilómetro once, a las once y media de la noche de ayer, un muchacho de rodillas acomoda un cerco protector de 4 tubos berman, reforzado uno de ellos por un palo de madera alrededor del plantín de jacarandá que puso ahí, supongo, un rato antes. Guapo el muchacho que amarra con cinta de electricista las aristas del cerco. Delicado, cuidadoso su trabajo. Conversando con el ciclista (era yo) que se acercó a verlo hacer, se confundió al principio, diciendo que era un molle. Pero las compuestas hojitas de la plantita eran diminutas, bonitas, mucho más chiquitas que las de molle. Se me despertaron esperanzas por el valle al ver esta plantación.

Tres semanas después, veo que el arbolito está regado, cuidado, sano.

Casi tres meses después, no hay más plantín, desapareció.

jueves, 18 de abril de 2019

Animales atropellados, ciclista atemorizado

Un perro grande, sus restos, esparcidos por la carretera. Para irlos levantando, pedazo a pedazo, tengo que esperar, cada vez, al costado del camino a que dejen de pasar carros que podrían convertirme a mí en algo parecido al perro deshecho. La colisión debe haber sido hace varios días. Algo de cuero debajo del que asoman unas vértebras de columna. Muchos pedazos de cuero con pelos arriba, teñidos de negro por la goma de las cubiertas de las ruedas de los carros, y con sobras de grasa por dentro. No hallo nada reconocible de la cabeza, nada de las patas. Esto, en el kilómetro once de la Blanco Galindo, cerca de la cruz metálica. Unas cuadras más allá, los restos de un otro perro que también debe haber sido grande, también desperdigado en un espacio grande, y para levantarlos, pedazo a pedazo, igual, debo cada vez esperar que por un rato dejen de pasar carros. Esto fue la semana pasada. Unos kilómetros más allá, en la misma avenida, un ala de paloma, nada más eso quedaba de ella, y la aparté del paso de los carros. Y ya en la ciudad, en una calle que ahora no recuerdo, otra paloma, entera, pisada por los motoristas. Fue demasiado. Me entró un miedo que no me dejó durante unos minutos. Me dije que yo también, a diferencia -- o así me parecía -- de esos carros inalcanzables, ineluctables, yo también estoy hecho de carne, y que en cualquier momento ellos, uno de ellos podría tocarme, lo que bastaría para dañarme. Tuve que pedir ayuda de arriba. La recibí. Me fui serenando a las pocas cuadras. Manejé la bi con algo más de cuidado, y fui recobrando la compostura.

Hay cosas difíciles de procesar. Para alzar a la paloma pisada, para alzarla entera o casi entera, lo indicado es hallar una o las dos patas y jalar de ellas. Pero, al alzarla, si no pasaron aun unos días de su atropello, parte de la carne y unas plumas pueden quedarse adheridas al suelo de asfalto. Au. El rojo. Lo leve, lo perecedero de la carne, su delicadeza. Nosotros somos de carne, nosotros somos carne. Y ahí, inclinado tú ante el lugar del atropello, te viene otro carro que derrepente quiere pasar justo por el lugar que tú -- carne tú -- ocupas, y se te viene, y bocinea, y te amenaza, te acosa. Difícil de tramitar por dentro. Porque afuera ¿qué más te queda que pedirles permiso, permiso para existir como peatón? Las calles, en la práctica, algunas partes de las calles, durante algunos momentos, son de ellos, son ellos los motoristas quienes, en lugares, por momentos, mandan en las calles, y su ley es: No me importan los derechos de nadie más que los míos, no me importan los cuerpos de nadie más que el mío.

Diez días después de alzar esos dos perros, hoy sábado, levanté otro perro grande, de un lugar cercano, el kilómetro diez de la avenida BG. Parecía haber estado ahí de uno a dos días. Tuve en mis manos su columna casi entera, pero no logré encontrar su cabeza. Era de color oscuro, pero no pude saber su color verdadero : las ruedas de los carros lo tiznaron ya. Vivo, debe haber pesado de 35 a 40 kilos.

También hoy sábado 20 de abril, en la noche, alcé una paloma de la puerta del mercado Osorio, y debe ser la vez número diez que alzo palomas del mismo lugar, en algo más de dos años. Muy seca ya (soportó el sol de toda la tarde, supongo), pero su atropello tiene que haber sido del día, pues los empleados de la alcaldía limpian, barren las calles del centro de la ciudad con minuciosidad, desde hace varios años, y no dejan en ellas nada tan grande como una paloma.

martes, 16 de abril de 2019

Horquilla soldada

Hice soldar la horquilla delantera. Al tomar la bi para volver a casa, anoche tarde, la hallé rota; no supe cuándo se rompió; solo apareció rota. O sea que no me hizo daño ni me alarmó. Pero mi camino empezaba con unas muchas cuadras a pie, conversando con un amigo, así que fue problema postergado. Hoy esperé a que Víctor mi mecánico bicicletero abriera en la mañana, pero no abrió su taller. Busqué torneros, talleres de escapes o de radiadores en Quillacollo : cerrados, muchos, y en uno, no quisieron soldar a bronce mi horquilla. Al final, hallé un tornero que lo hizo bien. Pero ahora la bi no se equilibra al manejarla sin manos. Será hasta domesticarla de nuevo. Mi horquilla delantera tiene ahora ambos brazos con un anillo sobresalido de color amarillo.

Fíjense en esto. La bi fue anoche (lento, lento) los diecisiete quilómetros hasta donde vivo, cuatro de ellos de tierra con piedras, con un brazo de la horquilla delantera rota, y hoy bajó (lento, con cuidado, lento) esos últimos cuatro quilómetros con esa discapacidad. Dura, ¿no?, resistente, ah, confiable, sí, mi bi. (El que una horquilla rota aguante depende de la forma de la rotura, de que la pieza de abajo soporte a la de arriba. Así que no hay porqué tanta alharaca.)

Una semana antes, hice cambiar la chicharra (flywheel). Ahora falta cambiar cadena y estrella (llamada también catalina). Y quizás también el eje delantero (creo que suena a rodamientos secos que se raspan).

viernes, 12 de abril de 2019

En Illataco

Anoche dormí la primera noche en Illataco, donde ahora vivo. Hoy limpié y ordené el lugar (no fui a trabajar por hacerlo), y iré llevando allí las cosas en viajes nocturnos, calculo que durante una semana. Nada más tengo allí cama, algo de ropa, las escrituras y dos o tres libros en relación con las escrituras. También tengo una vela (no hay luz en el lugar), la bicicleta, herramientas para algunas reparaciones en ella, agua en botellas... ah, y un cuaderno y con qué escribir en él.

Estoy en una sala de internet frente a la escuela de maestros de Illataco. Usan las computadoras, para jugar, unos niños bastante sosegados. Al venir para acá, di, sin querer (es decir, perdiéndome un poco), una vuelta. Voy conociendo el lugar. Es contradictorio. Estoy a dos quilómetros más de distancia de la población mediana más cercana, Quillacollo, que antes, que vivía en Paucarpata, pero ahora vivo muy cerca, a unos cincuenta metros, de una calle por donde pasan algunos carros, mientras que antes vivía a más de dos cuadras de la vía motorizada, así que, por un lado estoy más adentro y por otro lado estoy más expuesto, es decir, más afuera... siendo el adentro lo real y el afuera lo artificial. Más adentro : estoy más cerca del apu Tunari. Ay, hablé con reverencia de un cerro, ahora que estoy con el Señor Jesús. Tendré que procesar esto.

Una semana después, que es una semana viviendo en Illataco. El camino para llegar a la casa donde vivo, hacer ese camino de día muy temprano, a media tarde o de noche, es demasiada cosa. Imaginen ir unas cuadras de bajada, y a un lado del camino hay una hondonada cubierta de pasto verde verde y, por una cuadra, entre el camino y el hueco alargado, un parapeto de, digamos, algo menos de dos cuartas de altura, hecho de piedra y cemento. Uno se siente como en carretera, aunque la superficie del camino es empedrada, no muy plana; pero hay una buena senda ciclista y peatonal, justo al lado de la baranda. Estas cuadras están antes de llegar al pueblo. Subiste suavemente casi todos los anteriores quilómetros y, justo llegando, debes bajar; pero una cuadra antes de la plaza, debes volver a subir, tanto que hay veces (estando ella muy cargada o no del todo bien en algunas de sus partes, o tú medio cansado) que la bicicleta te hace bajar de ella, y caminas, solo caminas una cuadra de subida parada a medianoche, con el aire fresco que va secando el sudor de tu cara.

La primera ida, el jueves de la semana pasada, quizá porque la bici estaba muy cargada o no sé por cuál otra razón, la hice a pie. Era de noche tarde, pero fui a pie los dos y pico quilómetros entre Paucarpata y Illataco.

Diez días después del traslado, domingo 21 de abril. Árbol caído que cortaba el camino pasando Tacata, al inicio de Paucarpata. Un sauce grande. Lo tumbó el viento fuerte que hubo en la mañana, hacia el mediodía. Una mujer joven de pollera recogía ramas delgadas, para cocinar, me dijo. Vi que desde Paucarpata a Quillacollo, y menos en la ciudad, no había llovido. En cambio, en Illataco, llovió a eso de las once de la mañana, hasta las dos de la tarde, suave pero rico.

Unas cuadras antes de llegar al pueblo, en un cruce de caminos, se puede ver, a un costado y allá arriba, la torre de la iglesia y otras casas grandes cercanas.

A Illataco se llega desde arriba, desde Phaso, pasando por Falsuri, y desde abajo, desde tres puntos de Quillacollo: el barrio Álamos en el mismo Quillacollo desde el sur, Paucarpata desde el este, y Ironcollo desde más al este aun. Ya voy conociendo los caminos hacia donde vivo. (¡Y cómo va siendo destruido el valle de Cochabamba por la motorización, por la mecanización, por la capitalización, la exclusión social y económica, la desaparición lisa y llana de las culturas mestizas y cholas, cuánta destrucción vivo a mi alrededor! Destrucción que se materializa en asfalto, cemento y ladrillo, destrucción que me asombra en las nuevas, antes impensables, actitudes de la gente propia del valle, entre otras, las actitudes de algunos detrás de los volantes de sus carros.)

Cerca de donde estoy hay una granja de pollos o gallinas, que a algunas horas del día, por unos minutos, hacen harto ruido.

El agua de la acequia del camino de Illataco al sur tiñe las piedras y las plantas de un color óxido de fierro o naranja oscuro. Un viejo regante me dijo que es el kurmi que baja de arriba (el agua es captada en el cerro con una galería filtrante), que empezó a bajar hace tres años, y que daña a las plantas.

Un mes que vivo en Illataco. Primera paloma muerta, pisada por un carro, que alzo del camino cerca de mi habitación. Y algún vecino o algunos vecinos con plata para gastar pagaron a un camión volqueta que trajo y esparció su carga de piedras de tamaño vario por la superficie de una cuadra. Es casi invierno, no lloverá más, pero ellos se precaven, ellos motoristas cuidan sus caminos. Otra cosa: ya tengo luz eléctrica.

A las cinco semanas en Illataco. Las hojas del pasto y de otra planta del patio amanecieron escarchadas. Qué rico, hielo, frío. Ah, y esta semana fue la fiesta de san Isidro labrador, muy atendida en Illataco, pero a la que no fui.

A las siete semanas, 30 de mayo. Atacaron uno de los árboles de la hondonada, sacándole una de sus 2 ramas principales. Veré de qué árbol se trata.

En esta semana, sacaron muchos eucaliptos jóvenes, de un máximo de quince años, en una semana de motosierrear, a dos cuadras al sur de la plaza del pueblo.

A las ocho semanas, 6 de junio. Se viene el invierno, hace rato que el tiempo es seco, y los caminos de tierra con piedras, con el paso y repaso de los carros, pierden parte de su polvo, que se asienta en todo lugar menos en la vía, y entonces las piedras muestran cada vez más sus filos, dificultando nuestro movimiento en bicicletas.

domingo, 7 de abril de 2019

Área motorizada intensamente en Quillacollo

Más de un área de Quillacollo están intensamente motorizadas. Una de ellas, al norte de la fábrica de zapatos Manaco, pasando la avenida Blanco Galindo, es especialmente grasosa y metálica, digamos. Un montón de camiones con sus acoples llenan una explanada de tierra, y entre ellos y las casetas metálicas se mueve una tropa de mecánicos con overoles, gente también grasosa. La tierra, con manchas de grasa...

En otro lugar de Quillacollo, hay una cuadra en la que, la primera vez que pasé, a medianoche, harán dos semanas, solo había árboles tan coposos que tapaban la luz amarilla de las luminarias. Pero la segunda vez, había allí estacionados tres o más camiones largos con acoples. Seguí pasando y encontrando camiones allí, hasta que anoche, otra vez, la cuadra vacía. Los árboles me gustan y los necesito.

viernes, 5 de abril de 2019

Noche de perros

De perros la noche de anoche, entre Sirpita y Quillacollo, por Challancalle, el Reducto, la Blanco Galindo y la Antofagasta. Pero subiendo de Quillacollo hacia Paucarpata, chitón, los perros tranquilos. Es que es por zonas. En zonas grandes, algunas noches, los perros pueden estar agitados, como desaforados, inquietos, juntándose en manadas siempre inestables, y nos persiguen, molestan a los pocos ciclistas nocturnos, pero no lo hacen con el concierto necesario para alarmarnos, porque a uno o dos que guían la ladrada, de pronto vienen otros uno o dos que no quieren dejarlos guiar y, en vez de unírseles a atacar al ciclista, contraatacan en nuestro nombre al primer par de perros. Pero anoche, unas cuadras abajo de Cuatroesquinas, un grupo de hasta diez perros me rodeó y no me dejaba avanzar, hasta que me bajé y me puse a caminar. Y alguien que parecía borracho, de subida él mientras yo bajaba, me ayudó a espantar a los quiltros. Llegando adonde vivo, Paucarpata, a eso de la una de la noche, los perros de la zona quietos, tanto que se podía oír ladrar a la distancia a los de las zonas aledañas. La agitación de los perros, cuando uno se pone a mirarles las caras con atención, hace preguntarse qué será lo que los enciende. No parecen tener rabia especial, dirigida contra uno, sino estar resentidos contra algo mucho mayor, circundante. ¿Su prisión, hecha por nosotros los hombres, su dependencia tan completa de nosotros?

Difícil

Pasada cierta hora de la noche, me es difícil aguantar las luces de los carros de frente. Algunos no las bajan, siguen con la luz alta, que encandila, acercándose a uno, y ni los ademanes claros de que la bajen los convencen de hacerlo. (Un día después. En el inicio de Chalancalle, un ciclista, parte de un grupo de cinco o seis paseantes en bicicleta, con faro doble encandilante. Se lo tuve que decir: Tus luces encandilan. Nada que ver.)

Tampoco me gusta ese carro, tan frecuente por todas partes a cualquier hora, estacionado con el motor prendido, sus ventiladores rotando, ese ruido atosigante, si es de noche, sus luces prendidas, o con música fuerte, el tipo o la tipa conversando ahí adentro, derrepente durante largos minutos y más que minutos. El combustible debe de serles demasiado barato.

Y el carro que se te acerca despacio, muy despacio, con los faros encendidos directamente apuntados a ti, en tu propio barrio residencial. Cuánta es la ventaja que tienen los que están detrás del volante : ellos te ven y tú no a ellos, ellos te podrían herir y tú a ellos no, ellos te estorban con su aproximación cansina, su masa voluminosa, pesada, amenazante, y tú tienes que soportarlos.

jueves, 4 de abril de 2019

De vuelta a casa

Durante los vacíos de carros en unas de las vías por las que de noche vuelvo a casa escucho el frotarse las cubiertas de las ruedas de mi bicicleta sobre el pavimento. Es oír a la bici que hace mi camino. Esa vía no tiene cerca de ella otras; por esto, aun cuando se acerca sonando un motor, es solo ese ruido y no la envoltura grande de ruido que hace un tramado de calles.

Al pasar sin carros cerca un puente en uno de esos caminos, suena el agua que corre abajo. Es de noche, el aire es tibio, las plantas crecen verdes, qué rico es su color verde húmedo mojado, sigue habiendo un poco este valle de Cochabamba.

miércoles, 3 de abril de 2019

El charco perturbado

Por la apertura que en el agua va dejando el carro, entro yo, y rompo la estela, la corto con el trazo de mis ruedas delgadas. A mis espaldas, el charco recompone de a poco su estancación.

martes, 2 de abril de 2019

Cadena torcida, etcétera

Tres y más veces se me salió la cadena hoy. Tengo las manos negras de grasa. Se trata del plato o estrella o catalina, cuyos dientes están muy gastados, agudos, de la misma cadena que está torcida y de la chicharra, que está vieja, tres piezas que debo cambiar pronto. Lo haré.

Al otro día. Hice tensar la cadena y ya no se sale ; quiere salirse, pero no se sale.