viernes, 12 de abril de 2019

En Illataco

Anoche dormí la primera noche en Illataco, donde ahora vivo. Hoy limpié y ordené el lugar (no fui a trabajar por hacerlo), y iré llevando allí las cosas en viajes nocturnos, calculo que durante una semana. Nada más tengo allí cama, algo de ropa, las escrituras y dos o tres libros en relación con las escrituras. También tengo una vela (no hay luz en el lugar), la bicicleta, herramientas para algunas reparaciones en ella, agua en botellas... ah, y un cuaderno y con qué escribir en él.

Estoy en una sala de internet frente a la escuela de maestros de Illataco. Usan las computadoras, para jugar, unos niños bastante sosegados. Al venir para acá, di, sin querer (es decir, perdiéndome un poco), una vuelta. Voy conociendo el lugar. Es contradictorio. Estoy a dos quilómetros más de distancia de la población mediana más cercana, Quillacollo, que antes, que vivía en Paucarpata, pero ahora vivo muy cerca, a unos cincuenta metros, de una calle por donde pasan algunos carros, mientras que antes vivía a más de dos cuadras de la vía motorizada, así que, por un lado estoy más adentro y por otro lado estoy más expuesto, es decir, más afuera... siendo el adentro lo real y el afuera lo artificial. Más adentro : estoy más cerca del apu Tunari. Ay, hablé con reverencia de un cerro, ahora que estoy con el Señor Jesús. Tendré que procesar esto.

Una semana después, que es una semana viviendo en Illataco. El camino para llegar a la casa donde vivo, hacer ese camino de día muy temprano, a media tarde o de noche, es demasiada cosa. Imaginen ir unas cuadras de bajada, y a un lado del camino hay una hondonada cubierta de pasto verde verde y, por una cuadra, entre el camino y el hueco alargado, un parapeto de, digamos, algo menos de dos cuartas de altura, hecho de piedra y cemento. Uno se siente como en carretera, aunque la superficie del camino es empedrada, no muy plana; pero hay una buena senda ciclista y peatonal, justo al lado de la baranda. Estas cuadras están antes de llegar al pueblo. Subiste suavemente casi todos los anteriores quilómetros y, justo llegando, debes bajar; pero una cuadra antes de la plaza, debes volver a subir, tanto que hay veces (estando ella muy cargada o no del todo bien en algunas de sus partes, o tú medio cansado) que la bicicleta te hace bajar de ella, y caminas, solo caminas una cuadra de subida parada a medianoche, con el aire fresco que va secando el sudor de tu cara.

La primera ida, el jueves de la semana pasada, quizá porque la bici estaba muy cargada o no sé por cuál otra razón, la hice a pie. Era de noche tarde, pero fui a pie los dos y pico quilómetros entre Paucarpata y Illataco.

Diez días después del traslado, domingo 21 de abril. Árbol caído que cortaba el camino pasando Tacata, al inicio de Paucarpata. Un sauce grande. Lo tumbó el viento fuerte que hubo en la mañana, hacia el mediodía. Una mujer joven de pollera recogía ramas delgadas, para cocinar, me dijo. Vi que desde Paucarpata a Quillacollo, y menos en la ciudad, no había llovido. En cambio, en Illataco, llovió a eso de las once de la mañana, hasta las dos de la tarde, suave pero rico.

Unas cuadras antes de llegar al pueblo, en un cruce de caminos, se puede ver, a un costado y allá arriba, la torre de la iglesia y otras casas grandes cercanas.

A Illataco se llega desde arriba, desde Phaso, pasando por Falsuri, y desde abajo, desde tres puntos de Quillacollo: el barrio Álamos en el mismo Quillacollo desde el sur, Paucarpata desde el este, y Ironcollo desde más al este aun. Ya voy conociendo los caminos hacia donde vivo. (¡Y cómo va siendo destruido el valle de Cochabamba por la motorización, por la mecanización, por la capitalización, la exclusión social y económica, la desaparición lisa y llana de las culturas mestizas y cholas, cuánta destrucción vivo a mi alrededor! Destrucción que se materializa en asfalto, cemento y ladrillo, destrucción que me asombra en las nuevas, antes impensables, actitudes de la gente propia del valle, entre otras, las actitudes de algunos detrás de los volantes de sus carros.)

Cerca de donde estoy hay una granja de pollos o gallinas, que a algunas horas del día, por unos minutos, hacen harto ruido.

El agua de la acequia del camino de Illataco al sur tiñe las piedras y las plantas de un color óxido de fierro o naranja oscuro. Un viejo regante me dijo que es el kurmi que baja de arriba (el agua es captada en el cerro con una galería filtrante), que empezó a bajar hace tres años, y que daña a las plantas.

Un mes que vivo en Illataco. Primera paloma muerta, pisada por un carro, que alzo del camino cerca de mi habitación. Y algún vecino o algunos vecinos con plata para gastar pagaron a un camión volqueta que trajo y esparció su carga de piedras de tamaño vario por la superficie de una cuadra. Es casi invierno, no lloverá más, pero ellos se precaven, ellos motoristas cuidan sus caminos. Otra cosa: ya tengo luz eléctrica.

A las cinco semanas en Illataco. Las hojas del pasto y de otra planta del patio amanecieron escarchadas. Qué rico, hielo, frío. Ah, y esta semana fue la fiesta de san Isidro labrador, muy atendida en Illataco, pero a la que no fui.

A las siete semanas, 30 de mayo. Atacaron uno de los árboles de la hondonada, sacándole una de sus 2 ramas principales. Veré de qué árbol se trata.

En esta semana, sacaron muchos eucaliptos jóvenes, de un máximo de quince años, en una semana de motosierrear, a dos cuadras al sur de la plaza del pueblo.

A las ocho semanas, 6 de junio. Se viene el invierno, hace rato que el tiempo es seco, y los caminos de tierra con piedras, con el paso y repaso de los carros, pierden parte de su polvo, que se asienta en todo lugar menos en la vía, y entonces las piedras muestran cada vez más sus filos, dificultando nuestro movimiento en bicicletas.

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