Noche de perros
De perros la noche de anoche, entre Sirpita y Quillacollo, por Challancalle, el Reducto, la Blanco Galindo y la Antofagasta. Pero subiendo de Quillacollo hacia Paucarpata, chitón, los perros tranquilos. Es que es por zonas. En zonas grandes, algunas noches, los perros pueden estar agitados, como desaforados, inquietos, juntándose en manadas siempre inestables, y nos persiguen, molestan a los pocos ciclistas nocturnos, pero no lo hacen con el concierto necesario para alarmarnos, porque a uno o dos que guían la ladrada, de pronto vienen otros uno o dos que no quieren dejarlos guiar y, en vez de unírseles a atacar al ciclista, contraatacan en nuestro nombre al primer par de perros. Pero anoche, unas cuadras abajo de Cuatroesquinas, un grupo de hasta diez perros me rodeó y no me dejaba avanzar, hasta que me bajé y me puse a caminar. Y alguien que parecía borracho, de subida él mientras yo bajaba, me ayudó a espantar a los quiltros. Llegando adonde vivo, Paucarpata, a eso de la una de la noche, los perros de la zona quietos, tanto que se podía oír ladrar a la distancia a los de las zonas aledañas. La agitación de los perros, cuando uno se pone a mirarles las caras con atención, hace preguntarse qué será lo que los enciende. No parecen tener rabia especial, dirigida contra uno, sino estar resentidos contra algo mucho mayor, circundante. ¿Su prisión, hecha por nosotros los hombres, su dependencia tan completa de nosotros?
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