Difícil
Pasada cierta hora de la noche, me es difícil aguantar las luces de los carros de frente. Algunos no las bajan, siguen con la luz alta, que encandila, acercándose a uno, y ni los ademanes claros de que la bajen los convencen de hacerlo. (Un día después. En el inicio de Chalancalle, un ciclista, parte de un grupo de cinco o seis paseantes en bicicleta, con faro doble encandilante. Se lo tuve que decir: Tus luces encandilan. Nada que ver.)
Tampoco me gusta ese carro, tan frecuente por todas partes a cualquier hora, estacionado con el motor prendido, sus ventiladores rotando, ese ruido atosigante, si es de noche, sus luces prendidas, o con música fuerte, el tipo o la tipa conversando ahí adentro, derrepente durante largos minutos y más que minutos. El combustible debe de serles demasiado barato.
Y el carro que se te acerca despacio, muy despacio, con los faros encendidos directamente apuntados a ti, en tu propio barrio residencial. Cuánta es la ventaja que tienen los que están detrás del volante : ellos te ven y tú no a ellos, ellos te podrían herir y tú a ellos no, ellos te estorban con su aproximación cansina, su masa voluminosa, pesada, amenazante, y tú tienes que soportarlos.
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