viernes, 5 de abril de 2019

Difícil

Pasada cierta hora de la noche, me es difícil aguantar las luces de los carros de frente. Algunos no las bajan, siguen con la luz alta, que encandila, acercándose a uno, y ni los ademanes claros de que la bajen los convencen de hacerlo. (Un día después. En el inicio de Chalancalle, un ciclista, parte de un grupo de cinco o seis paseantes en bicicleta, con faro doble encandilante. Se lo tuve que decir: Tus luces encandilan. Nada que ver.)

Tampoco me gusta ese carro, tan frecuente por todas partes a cualquier hora, estacionado con el motor prendido, sus ventiladores rotando, ese ruido atosigante, si es de noche, sus luces prendidas, o con música fuerte, el tipo o la tipa conversando ahí adentro, derrepente durante largos minutos y más que minutos. El combustible debe de serles demasiado barato.

Y el carro que se te acerca despacio, muy despacio, con los faros encendidos directamente apuntados a ti, en tu propio barrio residencial. Cuánta es la ventaja que tienen los que están detrás del volante : ellos te ven y tú no a ellos, ellos te podrían herir y tú a ellos no, ellos te estorban con su aproximación cansina, su masa voluminosa, pesada, amenazante, y tú tienes que soportarlos.

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