jueves, 18 de abril de 2019

Animales atropellados, ciclista atemorizado

Un perro grande, sus restos, esparcidos por la carretera. Para irlos levantando, pedazo a pedazo, tengo que esperar, cada vez, al costado del camino a que dejen de pasar carros que podrían convertirme a mí en algo parecido al perro deshecho. La colisión debe haber sido hace varios días. Algo de cuero debajo del que asoman unas vértebras de columna. Muchos pedazos de cuero con pelos arriba, teñidos de negro por la goma de las cubiertas de las ruedas de los carros, y con sobras de grasa por dentro. No hallo nada reconocible de la cabeza, nada de las patas. Esto, en el kilómetro once de la Blanco Galindo, cerca de la cruz metálica. Unas cuadras más allá, los restos de un otro perro que también debe haber sido grande, también desperdigado en un espacio grande, y para levantarlos, pedazo a pedazo, igual, debo cada vez esperar que por un rato dejen de pasar carros. Esto fue la semana pasada. Unos kilómetros más allá, en la misma avenida, un ala de paloma, nada más eso quedaba de ella, y la aparté del paso de los carros. Y ya en la ciudad, en una calle que ahora no recuerdo, otra paloma, entera, pisada por los motoristas. Fue demasiado. Me entró un miedo que no me dejó durante unos minutos. Me dije que yo también, a diferencia -- o así me parecía -- de esos carros inalcanzables, ineluctables, yo también estoy hecho de carne, y que en cualquier momento ellos, uno de ellos podría tocarme, lo que bastaría para dañarme. Tuve que pedir ayuda de arriba. La recibí. Me fui serenando a las pocas cuadras. Manejé la bi con algo más de cuidado, y fui recobrando la compostura.

Hay cosas difíciles de procesar. Para alzar a la paloma pisada, para alzarla entera o casi entera, lo indicado es hallar una o las dos patas y jalar de ellas. Pero, al alzarla, si no pasaron aun unos días de su atropello, parte de la carne y unas plumas pueden quedarse adheridas al suelo de asfalto. Au. El rojo. Lo leve, lo perecedero de la carne, su delicadeza. Nosotros somos de carne, nosotros somos carne. Y ahí, inclinado tú ante el lugar del atropello, te viene otro carro que derrepente quiere pasar justo por el lugar que tú -- carne tú -- ocupas, y se te viene, y bocinea, y te amenaza, te acosa. Difícil de tramitar por dentro. Porque afuera ¿qué más te queda que pedirles permiso, permiso para existir como peatón? Las calles, en la práctica, algunas partes de las calles, durante algunos momentos, son de ellos, son ellos los motoristas quienes, en lugares, por momentos, mandan en las calles, y su ley es: No me importan los derechos de nadie más que los míos, no me importan los cuerpos de nadie más que el mío.

Diez días después de alzar esos dos perros, hoy sábado, levanté otro perro grande, de un lugar cercano, el kilómetro diez de la avenida BG. Parecía haber estado ahí de uno a dos días. Tuve en mis manos su columna casi entera, pero no logré encontrar su cabeza. Era de color oscuro, pero no pude saber su color verdadero : las ruedas de los carros lo tiznaron ya. Vivo, debe haber pesado de 35 a 40 kilos.

También hoy sábado 20 de abril, en la noche, alcé una paloma de la puerta del mercado Osorio, y debe ser la vez número diez que alzo palomas del mismo lugar, en algo más de dos años. Muy seca ya (soportó el sol de toda la tarde, supongo), pero su atropello tiene que haber sido del día, pues los empleados de la alcaldía limpian, barren las calles del centro de la ciudad con minuciosidad, desde hace varios años, y no dejan en ellas nada tan grande como una paloma.

1 comentarios:

A las 24 de abril de 2019, 13:27 , Blogger CRIS ha dicho...

al recojer tantos muertos en las carreteras, ¿no sentiste alguna vez que para la muerte ya eres un conocido más?? hace unos años me pasó; al recojer el cadaver de un perro de una amiga en la carretera La Paz - El Alto. al arrastrar su cuerpo aún tibio la vi. la muerte me reconoció y me dio miedo.

 

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