jueves, 16 de julio de 2015

Mi bicicleta

La bicicleta está rica. Así cargada, la siento pesada y firme, sólida y airosa, la siento segura. Descargada, es más linda aun, es ligera, suave, aérea.

Se mueve mostrando por dónde irá, la proa señala su destino. No se deja quitar el camino, se planta, yendo, allá adelante, y sigue, va, hace que los demás, los carros, se le aparten. Es rica mi bicicleta. La quiero llamar el ciclo, pero no se deja, es bicicleta nomás.

Me gusta cuando otros la tocan. Ver a alguien apoyado en ella, fijar mi atención en cómo la agarra, se agarra de ella, la toca. Ver la mano de esa otra persona sobre ella, qué le hace a mi bicicleta, me intriga y me gusta.

La presté unas veces. Una vez a un amigo que se la llevó buen rato lejos. Mientras estuvo aparte, puse una barrera para no pensar en eso, pero, antes de tenerla de nuevo, pude dejar de preocuparme. ¿Acaso no me prestan cada vez bici a mí?

A otros, la negué, dije que no la presto. Solo la presto a quienes confío.

Hace dos meses, me la chocaron, dañándole la rueda trasera. Asustado, dejé de manejarla unos días, la tuve ahí colgada, sin hacerla componer.

Y la nueva lentura con que a veces se mueve, más lento que lo que nunca recuerde yo haber ido largos trayectos en bicicleta. Es como si la bici se pusiera a disfrutar o al revés a sufrir, en todo caso a sentir, los lugares. Los lugares de dentro del ciclista...

Grita por mi boca cuando se siente, de pronto y sin motivo, amenazada, cuando tiene miedo. Piensa con mi cabeza, quisiera no decir una palabra, pero a veces es forzada a defenderse.

Se emocionó al límite acompañada por las bicicletas de mis hijos : a toda velo, subiendo a Tiquipaya con el flaco ; muy lento, paseando por Calacala con la gorda.

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