Sobrevivencia urbana. Los ciclistas viejos como sobrevivientes
Ese lugar que -- lo vimos con la wawa hace tres semanas, con mi wawa de diecisiete años -- sigue, está ahí en Calacala, subiendo tres cuadras desde la avenida al encontrar la primera cuesta luego de la plazuela : hierbas descuidadas, matorral propio, digo, nativo, paredes de adobe, suelo de tierra o al menos de piedras. No es un lugar natural ... ¿qué es, cómo es lo natural? Pero está dejado. Permanece como era antes, mientras que todo alrededor o cerca, cambió, lo cambiaron a la fuerza, gastando dinero, haciendo trabajar (a la fuerza) a gente, usando materiales extraños, copiando modelos ajenos. (Pues vivimos el tiempo de las transformaciones = la intervención del capital en los lugares, dentro de las gentes, tiempo del desarrollo en el sentido de forzar el cambio de las cosas hacia ser recursos, útiles, valores. Es el tiempo de la apropiación de aun más lugares físicos, de la colonización aun más interior de las gentes, por el capital. Es cuando está despareciendo el mundo mismo, y su variedad, adiós a los mundos humanos. Este planeta podrá seguir sin la gente.) O ese otro lugar, en la ciclovía, al lado este de la entrada al Instituto americano, que, siendo una sobrevivencia, tiene la cuarta parte del área que tenía hace diez años, pues lo intervinieron, lo deshierbaron, talaron sus árboles frutales, lo cruzaron de pasillos de cemento, lo volvieron una plazuela para clase media. O ese otro lugar, sobre la Tadeo Haenke, casi esquina con Melchor Pérez, acera del local Jacarandá, que, de sobrevivencia, fue convertido en parque, pero que unos durmientes pugnan por no despojar de su último carácter de sobrevivencia.
Esto, una sobrevivencia, es lo que dije a Magda y a Martín, de una oenegé ambientalista, que somos algunos de los ciclistas diarios del valle de Cochabamba. Y les pedí que, por favor, no hagan proyectos de leyes, no hagan leyes que nos enmarquen, que nos encuadren, porque lo más probable es que saldremos lastimados del proceso legal, legislativo. Somos, en la práctica, invisibles. (Me veo, hace poco, a buena velo, contrarruta, pasando al lado de un uniformado de verde que controla el tráfico. El policía no me ve. Es decir, me ve, pero me descarta. Es como lo que ocurre en una plazuela lugar habitual de gente que se reúne en las noches a beber. Pasan los tombos en motos. Si es gente de la que esperan sacarán quibo, paran, hacen el teatro de la represión, cobran; si es gente de la que esperan no sacarán nada, pues, siguen de largo. Depende del aspecto, de lo que se muestra. Los ciclistas viejos son desdeñables, no cuentan.) Martín me dice que su oenegé se opuso al asfaltado de la cuadra, antes empedrada, de la calle Albornoz al borde de la cual hablábamos.
Ciclistas urbanos de otros países, debatiendo entre ellos, pensaron esto mismo como lo conveniente para sí, que mientras menos las leyes los mencionen, mientras más tiempo conservaran el perfil bajo, mientras menos los proyectos de planificación urbana los incluyan, mejor para ellos, pues las menciones legales, proyectuales serían probablemente perjudiciales para ellos, no serían hechas considerando sus intereses, o hasta serían abiertamente contra sus intereses. El interés de los viejos ciclistas diarios es sobrevivir, seguir pedaleando por las calles; ni siquiera aspiramos, inicialmente, a castigar la impunidad motorista. Solo que nos dejen tranquilos, que no se ocupen de nosotros, que sigan sin vernos, que nos obvien.
Magda y Martín me hablaron de ¡ un proyecto de ley del peatón ! Carajo. Pronto legislarán el respirar.
Guardar nuestra opacidad es difícil en esta época donde una parte, pequeña, pero apreciable, de la planificación ingenieril urbana pasa por usar el discurso de la bicicleta verde o ecológica (poca relación hay entre bicicleta y limpieza ecológica, pero este es otro tema), con el fin de pacificar las ciudades, haciéndolas, en una medida, sostenibles, es decir, reproduciendo la iniquidad urbana, administrando el desastre, gestionando... la pesadilla.
Pero los ciclistas diarios viejos habremos de hallar el modo de seguir siendo poco vistos.
Sobrevivencia urbana : lo que estando hoy, es algo del pasado, algo relegado, cómodamente, a un rincón, algo que, argüíblemente, prefiere quedarse en ese rincón, en un sitio alejado, oscuro, derrepente hasta frío, o al menos, fresco. Como las arañas, como los ratones, las víboras, los chulupis, los sapos. "Déjame tranquilo, que yo no me meto contigo", parece decirle, sin palabras, el sobreviviente al resto del mundo. Y puede hasta parecer que los sobrevivientes somos poca amenaza para lo convencional dominante, que no le hacemos mella, que, pidiendo nada más que tolerancia para nuestra diferencia, soportamos el modo dominante, la carrera a la destrucción... ¿Por ahí hasta cómplices, nosotros sobrevivientes? No quiero creerlo. Es un lado del tema que pide discusión en contexto.
¿O es más adecuada, con Ivan Illich, la palabra subsistencia?
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