Mi seguridad
Dudar de ti es dejar de existir.
Sé que tú Jesús me cuidas en mi camino en bici.
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Hoy bajaré hasta la Chimba; me gusta pasear por allí en una mañana despejada de exigencia. La molestia de la feria de venta de autos, al pasar por la zona entre las avenidas Beijing y Melchor Pérez, será una molestia pasajera.
(Dios, solo tú sabes cuánto bien me hace en este momento el escribir. Oh Señor, nunca, nunca me dejes. Gracias.)
Al llegar a la avenida Blanco Galindo, vía de automóviles veloces cuyo sector central tiene seis carriles, espero unos minutos para cruzar los primeros tres carriles. Debo esperar en la muy delgada jardinera del centro, cuyas mallas rotas, retiradas, permiten un respiro antes de cruzar los tres carriles siguientes. Estoy ahora en el lado oeste de la avenida, en rumbo a Chimba. Monto de nuevo sobre la bicicleta.
Pasar a las ocho de la mañana la avenida Blanco Galindo en su kilómetro dos y medio. Carros rápidos seguidos de más carros grandes cubren la extensión a vencer. Al borde de la avenida espero un hueco, digo, un espacio tiempo sin carros. Media cuadra allá, hacia el centro de la ciudad, espera cruzar otro ciclista. Y en la jardinera central, frente a mí y mi bici, hay un tercer ciclista. Antes que yo, cada uno de ellos halla el hueco sin carros, o mejor, con carros no tan cercanos, para dejar atrás la avenida. ¿Qué, en concreto, es estar aquí, viendo correr los autos que a mí me impiden andar? Hay un momento, el primero, en que veo que este lugar, próximo al puente Beijing, es particularmente lleno de carros. Como la espera se prolonga, pienso luego que talvez deba buscar otro punto de cruce, me comienza un desaliento. También me resiento por lo cerca a mí que pasan esas personas dentro de vehículos embalados, siento que es algo no soportable. Me felicito porque en el curso de los años (esta avenida tiene diecisiete años) es algo que hice muy pocas veces.
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