El ciclista (15)
Un ciclista de overol y pelo cano parado en la esquina espera el cambio del semáforo de rojo a verde. Su bicicleta es imitación rutera, con ruedas de 27 pulgadas y manillar de asas curveadas que chorrean. Él es menudo y delgado y debe tener hasta 20 años más que yo, o sea que pasa de los setenta. Casi hacen treinta años que lo veo en bici, desde antes de empezar a manejar yo en Cochabamba. En vida, su madre, doña Aurora, de pelo muy blanco, menudita, hierática y aun así atenta y amable, fue una de las comideras que me alimentaron, por semanas, a crédito; ella lo supo hacer en silencio, desde su lugar de patrona. Su hijo ciclista -- hombre parco, callado, silente, cuya voz no recuerdo -- pasaba al medio día un rato allí en el puesto, comiendo y luego ayudando brevemente a la señora. No hay más el autorrespeto de ese tipo de valluno, de cochabambino. Como él, sabían vestirse como para pasar desapercibidos, se movían suave y livianamente, pisando el suelo con decencia. Fueron parte de una Bolivia urbana occidental que no hay más. Al ciclista de overol, ¿qué ocupación le hace aún hoy usarlo? No imagino la situación que me habría llevado nunca a averiguarlo; él imponía esa distancia a alguien así de alejado de él como yo.
Tres semanas después. Volví a ver al ciclista de pelo cano en una bici de rueda 29 y con un overol plástico de los que usan los que buscan aislar su cuerpo de la gravedad supuesta de la amenaza viral.
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