viernes, 17 de diciembre de 2021

Panadería en Illataco

La panadería de doña Teresa, que hace años no atiende más, era abierta, no, Pescau?, un lugar invitante, que recibía a la gente que iba a comprarle sus marraquetas crocantes o tocos harinosos. Caminabas adentro para llegar a los mesones de madera donde estaban las canastas grandes con el pan. Doña Tomasa, también en Quechisla, nos acoge igual, no?, adentro, a no ser que su hija la que hace queques y masitas ponga también en la mañana sus estantes de aluminio ahí tapando la entrada.

Algunas panaderías de barrio siguen hoy decentes. Afuera, nada de letreros, sólo sacan a la acera, al costado de la puerta, una mesita con una canasta con pan, cubierto por un lienzo blanco, que tiene que ser tocuyo.

Hoy entré a la panadería del bosquecito (para llegar a ella, tramontando un montón de piedra manzana, infranqueable para motos pero franco para bicis alzadas, se pasa a pie por el resto muy vital todavía de un pequeño bosque de eucaliptos: en medio de unas docenas de tocones calcinados, muchas otras docenas de retoños de hasta diez años, en un área de treinta o cuarenta por cinco a diez metros, llena de bolsas y otra basura plástica, y detrás de este paso, el barrio, con calles empedradas a nivel, para salir del cual hay que ir cinco cuadras al poniente hasta Jayata o nosecuántas cuadras arriba hacia Falsuri). Ya anteayer había ido allí, a eso de las siete, y, mostrándome boca abajo la gran bolsa plástica, la muchacha me dijo que no le quedaba pan. Una niña morena y de ojos redondos, de cara alargada, pícara, pero un poco adormilada, que, pidiendo veinte pesos, acababa de comprar los últimos cuatro pesos de pan, me preguntó cuánto quería. Le dije que cuanto ella tenía. Vació su bolsa en la mía, y casi se va sin cobrarme. Se nota que la mandaron a comprar para luego revender, y al volver donde su madre, le diría que ya no había pan. Se nota que se compadeció de mí, pensó: éste vino a comprar pan que va a comer, no a revender. Pero eso pasó ante la reja de la tienda, tarde, ya cerrada la panadería propiamente dicha.

Hoy, antes de las seis, viendo que se preparaba la lluvia suave que ahorita cae, salí para allá. Abierta, tibia la panadería, aunque tuve que dar paso a un trufi que salía del garaje para ir a trabajar. Serenos, acostumbrados a compradores extraños, los tres o cuatro perros. A cinco por dos pesos el pan. Sólo había toco y chhamillo, y tortilla, que no agarré. Acogedora la señora de pollera paceña larga, y me dijo que abre desde las cuatro, así que algunas madrugadas comeré el pan, como me gusta, caliente.

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