viernes, 13 de marzo de 2015

La responsabilidad individual del motorista

Los motoristas son responsables como individuos por aumentar, a sabiendas, el calentamiento del mundo con la emisión de sus gases de escape. Son responsables por usar, sabiéndolo, una herramienta de amenazar, de abusar, de herir, y, en algunos casos, hasta de matar a personas más débiles.

Los carros a motor sirven para moverse, quitando espacio de movimiento a peatones, ciclistas y a otros motoristas, entonces, sobreconsumiendo, alharaqueando, exigiendo la cesión del paso, imponiendo un clima de miedo, y en algunos lugares y momentos, hasta un clima de terror (ver abajo una discusión sobre el terror político diario). Los carros sirven para moverse aceleradamente, suprimiendo el paisaje, aboliendo los lugares, quitándoles contenido específico, quitándoles cariño, borrando la identidad de los lugares. Dentro del carro, los motoristas se aíslan, se protegen, temerosos del espacio abierto donde temen ser señalados, envidiados, odiados. Los carros a motor, como mostraron Illich y Gorz, hacen a sus usuarios radicalmente dependientes de sus patrones empresarios petroleros, industriales, constructores, mecánicos, políticos y policías; es decir, los motoristas son súbditos excepcionalmente obedientes del mercado y el estado; su compra conserva la velocidad del ciclo o turnover del capital.

Los motorcarros, a los ojos de peatones y ciclistas pueden verse como recursos con los que, luego de, mínimamente, haber amenazado, asediado a los débiles, luego de haberles quitado espacio, de haberles quitado tiempo, los motoristas huyen, como se dice en coba, se abren, se tiran el ancho, cultivando su impunidad, eludiendo su responsabilidad.

La idea del terror, sacada de mi recuerdo de la lectura, hace más de treinta años, del diario de Guevara en Bolivia, donde dice que los guerrilleros deliberaron o decidieron, no recuerdo, el uso del terror contra los campesinos de la zona donde operaban. Los campesinos de Vallegrande no acogieron a los guerrilleros como ellos deseaban; algunos llegaron a denunciar su presencia a las autoridades. El terror es un castigo mayor, por ejemplo, la violencia física o aun la ejecución mortal, por una contravención menor (definida por el esgrimidor del terror, en este caso, los guerrilleros cubanos), para prevenir su repetición, para que el temor al castigo haga que el declarado transgresor se inhiba. Por definición, el terror lo emplea quien dispone de una superioridad abrumadora en fuerza física, en violencia; es el arma del estado. Su mención alude a una situación tal de desbalance en fuerza, como la que caracteriza a la dominación, que es la coagulación de las relaciones de fuerza, de poder, su perpetuación. Algo así ocurre en los espacios públicos, las calles, cuando el tráfico de motores desplaza de ellas al tránsito de personas. Cuántas veces he oído, gritada, la frase: "¿Quieres morir?" o "¡Vas a morir!" Al último de estos, la semana pasada (a la una de la tarde del martes 10 de marzo, kilómetro 11 a Quillacollo, carril sur, ante la escuela...; placa 2152 ARI o ART, camioneta blanca, con un perro en jaula en la caja trasera, motorista de unos 30 años, macizo, un poco menos moreno que yo) le dije "¿Cómo?"

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