Ciclista muerto por motorista en Santiváñez
Copiaré aquí lo del ciclista matado por motorista en Santiváñez, cosa publicada hoy en el diario La voz.
TOMEMOS EL CARRIL IZQUIERDO
Copiaré aquí lo del ciclista matado por motorista en Santiváñez, cosa publicada hoy en el diario La voz.
Rolo cuenta que venía temprano desde Quillacollo a la universidad y a media mañana estaba de vuelta en casa: 25 kilómetros. Después de almorzar, otra vez a la ciudad, y a media tarde, de vuelta en Quillacollo: hasta aquí suman 50 kilómetros. En la noche tenía otra clase y volvía a venir a la U: total, 75 kilómetros, cada día. Hacía tanto pedal para practicar ruta, cuando la avenida Banco Galindo no tenía más de 12 metros de ancho, sin separador central, y -- lo sé por experiencia -- los carros iban casi tan rápido como hoy. Tengo que preguntarle cómo se relacionaba en ruta con los motoristas, accidentes que vio, las rutinas de entrenamiento de otros ruteros.
Corre adherido al costado de lata del carro, ladrando, pasa junto al carro la esquina, y de ahí se vuelve. Las ancas son poderosas, son sus muslos en el acto de perseguir al que se va, al carro. Ahora persigue a otro carro, y otro perro lo ayuda a acosar al carro que... asombroso... acelera, o sea, ¡huye! en efecto. Vuelve el perro y ahora que dejó de atacar, decrece a mis ojos, ya en reposo asume su tamaño apenas mediano ; es nada más un perro suelto, en la calle. De dos años a dos años y medio, mezcla de color blanco con café claro, con las orejas caídas, cabeza maciza pero no grande. Es lindo. Y al pasar a mi lado siento su husmearme a la distancia, con respeto. Un perro ubicado. Un vengador tranquilo, un deportista de la persecución.
Hoy hacen dos semanas que Víctor el maestro bicicletero retrasa el cambio de estrella y cadena a mi bi. Pero la bi anda suficientemente bien. ¿Para qué quiero ponerla mejor? ¿Quiero talvez ir a pasear lejos? ¡Será eso! Ah, ciclista.
Vamos juntos durante unas cuadras en el centro de la ciudad. Hemos acordado ir por el camino viejo a Quillacollo. Le pregunto por dónde salimos, si por el puente Waina Kápac. Me dice que por cualquier lado es igual. Así habla un ciclista. Pasamos el puente y él acelera. Le doy alcance, me pongo a su lado. Paso una esquina raspando al carro perpendicular a mi bici, y desde atrás hace un "uu". Vamos por el kilómetro dos y él me adelanta, empieza a correr más aun, tanto que me cuesta varias cuadras emparejármele. Vamos por el kilómetro seis y se va quedando atrás. Yo sigo, hasta que, volviendo la cabeza, no lo veo venir; vuelvo unas cuadras atrás y allá está. Retomo la ruta, a ritmo lento, confiado en que pronto vendrá a mi lado, pero no viene. Yo sigo. Vuelvo la cabeza cada rato, y no, no viene. Sigo adelante.
El trasero inmóvil de los que usan motocicletas es obsceno. La obscenidad de los motoristas cuatro ruedas es mayor aun, pero está encerrada por las latas de sus carros.
Asfaltan o pavimentan muchas cuadras de las adyacentes a ambos costados de la avenida Blanco Galindo a la altura de donde estoy ahora, Colcapirwa. Con esto la anchura de esta avenida llega a ... metros. Es demasiado. Cuántos animales más morirán pisados, aplastados por los carros, que, en otros lugares de esta avenida, en estas calles laterales, muchas veces disparan a toda velocidad. Una avenida tan ancha es un tajo grueso, impasable para muchos animales, desde insectos que caminan o vuelan, pasando por pájaros, ratas, ratones, los pocos sapos que quedan (la vialización universal del valle, en curso, destierra a los sapos), y terminando en los humanos niños, mujeres lentas o viejos enfermos.
El hombre moreno, voluminoso, de hasta sesenta años que hoy a las 20:45h manejaba el trufi color rojo, nuevo, con placa 4767 FFT, pasando por la calle 25 de Mayo buscó -- o así lo sentí yo, porque no disminuyó nada su velocidad de hasta 20 kmh-- golpearme a mí que pasaba en bicicleta por la Ecuador con el semáforo en rojo. Lo alcancé en la esquina Colombia. Le pregunté si lo había hecho a propósito. Dijo, y vez tras vez, pese mi insistencia en que ese no era el tema entre nosotros, seguiría diciendo que el semáforo estaba en rojo para mí, cosa que yo reconocí. "El semáforo en verde no te da derecho a tocarme con esto", le dije, poniendo mi mano sobre su lata. Hablando, le hice pasar dos períodos de colores verdes del semáforo. Me asombraba su aparente, visible serenidad, en la mirada, en el ritmo de su hablar. Pero su bucle vicioso sobre su (casi explícitamente autoadjudicado) derecho a golpear con su carro a un ciclista que pasa el semáforo en rojo, no era sano, y se lo dije: "Si lo hiciste a propósito, tú no estás bien -- aquí me llevé un dedo a la sien --, busca ayuda". Aquí dijo que no lo había hecho a propósito, y volvió, por cuarta vez a hablar del semáforo. Antes de irme, le dije, advirtiéndole que repetiría lo ya dicho, que su carro es una mole semiblindada de entre dos y dos toneladas y media y que puede dañar a la gente no protegida como yo sobre mi bicicleta, y que los semáforos solo dan preferencia de paso, no dan derecho a golpear a otros usuarios de las vías, sea cual sea su situación. Esto no lo saco de mi (nula) memoria de las leyes de tráfico, sino del sentido común.
Golpeé hoy tres veces la rueda trasera, descuidé esa parte sensible de mi bi, cosa que nunca hago. La primera, saliendo de bajada del puente Cobija, en el desnivel de una tapa de agujero de conductos. La segunda, en la pequeña rampa de cruce del canal central de la avenida Medinaceli, por desconcentración mía. La tercera, al pasar un desnivel de desagüe. Mañana recuperaré mi atención al ir por las calles, y cuidaré a mi máquina como es debido.
Hace doce días trabajadores de la alcaldía instalaron en la avenida San Martín entre el mercado y la avenida Heroínas, bastones flexibles de más o menos un metro de alto, a unos ... metros de distancia cada uno del siguiente, para separar las columnas de tráfico.
Paso el puente sobre el río Tacata de oeste a este. Desde la cresta del morro hacia abajo hay unos metros de losetas hexagonales. Freno ahí, luego de haber subido con algún énfasis al pedal, para no golpear mucho los aros de mi bicicleta. El tramo de losetas parece largo. Una experiencia diferente fue anteanoche, al pasar el puente en sentido contrario, de este a oeste: el largo de la parte con losetas, así, acelerando para subir el morro del puente, parece muy corto.
Ladrando enojado, este perro golpea las orejas sueltas y largas contra sus sienes y frente, mientras ladra insistente, pero no se me acerca demasiado. Es flaco, su tamaño es de mediano a grande, su color es café claro uniforme, es de hasta año y medio de edad. Dos noches en cuatro semanas me saludó así en la puerta de su casa en Paucarpata sur.
Mi amigo Pável Cárdenas, orureño que vive en la Chimba, dibujó a carboncillo cosas sugerentes, asombrosas que muestran ruedas de bicicletas, las varillas de alambre tenso de las ruedas de las bicicletas, y dibujó muchas otras cosas con temas de bicicletas y de ciclistas, por ejemplo, una serie de dibujos que muestran ciclistamente los siete pecados capitales, y otra serie que muestra los doce signos de un zodiaco.
Dobla la esquina con el semáforo en verde el carro (digo que la dobla el tipo manejando el carro), va a velocidad media, para mi gusto, un poquito pasado de velo, frena al llegar al rompemuelles que está ahí nomás cerca del semáforo (entonces, si sabía del rompemuelles, podía haber doblado más lento, pues), toca la bocina para espantar a un perro que está en su camino, el perro se mueve, y el motorista pasa adelante. El ciclista (era yo) que entonces pasa a un costado del rompemuelles hace, con su sola aproximación, apartarse al perro, que sale de la vía, y pasa al costado, que es de tierra y pasto mustio (estamos en tiempo seco y se viene el frío: los verdes de las tierras del valle se harán amarillos pajizos y luego cafés y al fin, las plantas estacionales morirán).