Temprano en la mañana en Illataco, y tarde en la noche en Tacata (tres caídas recientes)
Saliendo hoy, ya con luz de día pero no con toda la luz, ajusto el candado de la reja de calle, alzo la pierna, estoy ya montando la bi, cuando: sorpresa, siento venir a alguien cerca. No atropellarlo: desmontar. Para desmontar yo, mi otro pie debe pisar suelo, pero aquí hay desnivel suficiente para hacerme caer. Caigo muy lentamente, mientras el transeunte riendo dice: ¡Bueno! Ya en pie, riendo, y mientras él sigue su camino pero me atiende, le digo que casi me lo cargué, que para evitar eso, caí. Es que, saliendo, para ir hacia arriba, iba a tomar impulso yendo unos metros hacia abajo y, aunque el tipo llevaba botas, no lo sentí llegar. Consecuencias: lentes al suelo, cadena fuera de la estrella, dedos engrasados, mano terrosa.
También hoy, de vuelta de la compra mañanera, ya con luz de día (una nubosidad parcial hace rico a este amanecer), tomo la chaganchada que va de la plaza del pueblo, pasando por la calle Florida, a casi la calle Álamos. En su desemboque, estrecha senda para solo unos pies, los pies de los vecinos conocedores, pasto a la canilla en los costados, barro pegajoso donde asentar mis chinelas, voy a pie llevando de la mano a la bici, doy un paso en falso, hundo el pie en la acequia, veinte centímetros abajo, extiendo la mano al alambre de púa en un punto por suerte sin púas, y caigo suavemente (por segunda vez aquí, en unos meses). La mujer que a veinte metros atiende a un guacho, recalca lo barroso del camino y me dice que aunque la moto (de algún vecino) lo hace segura, ella lo pisa con temor. Alguien en moto (montándola?) pasa por aquí, y yo, a pie, no paso!
Otra caída, unas semanas atrás, en Tacata, de noche, llegando de vuelta de la ciudad. Salgo de la carretera a camino de tierra, es bajada, fuerte pero aun practicable y, al sentir que se me vienen, acezando pero sin ladrar, dos perros, debo desmontar. Al hacerlo, caigo. Esto asusta a los perros (es una suerte), que me dan tiempo para levantarme, recobrar en un segundo el ánimo, y carajearlos. Se entran a su casa. Ya de nuevo sobre la bici, me toca uno de los mejores trechos de todos los caminos que uso en este Quillacollo semiurbano: tierra, con algunas partes planas, suaves; muy poco carro en movimiento aunque algunos parados; como para recordar cómo eran los caminos del valle semirrural hace veinte años, con muchos menos carros y sin tanta volquetada de piedra echada al suelo para afirmarlo en tiempo húmedo para comodidad de motoristas y daño a ciclistas y peatones.
¿Es mucho caer para pocas semanas? Creo que no. Ocurre que hago cosas diferentes, en bici y a pie, que voy por suelo desnivelado, por caminos fangosos, que hay perros... ocurre que aprendo a envejecer.