Frío pre invierno
Mis manos están frías. Vuelvo a casa desde la calle por donde, en bicicleta, me hizo frío. El frío es rico, digo que es agradable: le hace a uno sentir un poco adentro de la piel, la carne. Sentir es, será siempre bueno.
Arriba en los cerros de la cordillera del apu Tunari, y desde hace días, nieve; protegida de los soles, conservada por los helados vientos dirigidos en chorro a las masas blancas que hay en los recovecos de la grande piedra lejana: nieve.
Aquí abajo en el patio, blanquea la superficie de las hojitas de los pastos, las alfas y las hierbas con el primer sol de la mañana: escarcha. Son muchas semanas ya que el tiempo tiene poca agua; pero cuánto conserva su humedad propia este patio crecido de hierbas, cómo ellas, a la intemperie, la defienden, y viven.
Y yo... si no hubiera estado tanto rato, desde antes del amanecer, quieto -- a mi edad de cerca de sesenta años de vida -- empuñando este teléfono-computadora con internet y golpeteando partecitas de su vidrio frontal, no me habría enfriado, y al salir a la calle, moviéndome, más bien me habría empezado a calentar, jubiloso ante el airecito que el pedalear hace.