Anoche a las nueve y media, volviendo a casa, en la San Martín, pasando la Bolívar hacia el norte, una máquina amarilla golpeaba la pared de barro de una casa, tirándola hacia adentro. Polvo delgado salía por debajo de la puerta cortina metálica y subía por el aire. Pasé ahí, ante el monstruo rompeparedes, un cuarto de hora, fumando un pucho.
Las máquinas que he decidido no usar : amoladora (le tengo miedo), diversos tipos de sierras de carpintero (igual), apisonadoras neumáticas (no soporto su golpeteo). No pongo la motosierra, quiero usarla unas cuantas veces, ver cómo funciona, cómo se siente. También usaría alguna vez esas cosechadoras de pasto o cortadoras de pasto que usan como cuchilla una cinta plástica flexible, para conocerlas. No usaría taladro-perforadora mecánica. Me parecen monstruos, máquinas malas.
Espero que la demolición vista no sea para ensanchar el lote de la esquina, donde ya construyen un edificio. Cómo crecen los edificios en la ciudad de Cochabamba. Cuánta sangre (albañiles heridos, y hasta albañiles muertos), cuánto sudor. Cuán completa inconciencia : ellos construyen para otros (yo construyo para otros) y no dan el necesario paso siguiente, el paso inverso, destruir lo construido, pues está mal, sirve para el crecimiento de la maldad social. Qué definitivo cierre, coagulación, petrificación social : ahí siguen las casas grandes, enormes, de nosecuántos pisos, llenas de gente que nada más busca acabar de olvidar del todo lo que son lo que fueron lo que podrían ser, gente que nada quiere más que seguir viviendo en medio, perdidos en la pesadilla que apenas aguantan. Y no los tumbamos, por toda la ciudad siguen los edificios inicuos.
Los albañiles con su música a todo volumen, desaprendiendo el quechua, bajando la cabeza ante el contratista; a la hora de almuerzo, hurgando sus teléfonos. Orgullosos de su sometimiento. Cuántas veces lo fui.
De vuelta a la máquina vista anoche. Se planta con patas traseras que son ruedas, se fija, agarra del suelo con gruesas patas delanteras de metal articulado. Avanza el brazo mecánico. Se acomoda, ajusta el punto de impacto. Golpea suave con su cuchara dentada, empuja el barro seco de la pared de adobe. Una parte de esta cae hacia adentro, eran cuatro a seis adobes que son ahora cascajo y polvo. Retrae su brazo la máquina (un grueso cable negro cuelga del codo del brazo, debajo del brillante cilindro articulado), lo estira de nuevo (elonga el cable), apoya su cuchara dentada en el letrero que dice "El palacio del api", descuelga tres de sus cuatro soportes. Pasa al letrero contiguo, que anuncia algo relacionado con teléfonos móviles, hace lo mismo...
Dos días después, domingo. Avanza la demolición a izquierda, hacia la esquina, y a derecha, hacia la mitad de la cuadra. ¿Será un edificio grande? Ay. La máquina amarilla, instalada en medio del que pronto será baldío, sus luces, cuatro luces frontales, maniobrando : empuja trozos medianos de adobes, de cemento con ladrillo, los empuja hacia arriba, formando un montón, despejando el terreno, seguramente para moverse más suelta.
Cuatro días después, miércoles. Hablé ayer con uno de los obreros, que me dice que la destrucción que hacen a media cuadra no tiene que ver con la hecha en el lote de la esquina. Habrá que ver.
Más sobre máquinas a no usar. ¿Qué digo de esta máquina, la computadora conectada a internet? Internet son enormes fábricas de almacenaje de memoria, refrigeradas con agua, energizadas con electricidad destructora del agua, del ambiente, del aire. Sigo dependiente de esto. ¿Cuándo, cómo librarme de esto?
Tres meses después. Construyen en los dos lotes, sin pausa, dos edificios separados.