Un molle grande al que hace cuatro años conocí ya muerto, ante el mercado de Capacachi, que estuvo allí, así seco, parado al viento, grande, y que en esta semana con motosierra talaron a ras del suelo.
Un molle vivo, grande, inclinado hacia el muro sur de la fábrica Duralit, usa el soporte de un puntal metálico. Aunque hay otros árboles cerca, ¿álamos, fresnos? en fila, éstos son jóvenes, pequeños y flacos, y el molle está en verdad solo en esa cuadra muy polvorienta por donde casi sólo pasan camiones.
Otro molle del que no queda ni el recuerdo, al que también conocí muerto, hace cuatro años, en la acera norte del kilómetro siete y medio de la BG, delante de unas maestranzas de autos, a cuyos trabajadores y a los motoristas concurrentes, así secas, sus enormes ramas daban sombra. Pero hace dos años, poco antes del encierro por virus mundial, empezaron a trocearlo, usando esas motosierras de brazo extenso que prolongan la furia antiverde de los hombres (vecinos comerciantes empleados municipales amas de casa), dejando primero tronco alto sin ramas, luego tocón de varios metros, y antes de terminar el encierro, una máquina topadora arrancó del suelo la última huella de un árbol que fue como para quedarse uno cerca de él un buen rato.