viernes, 21 de junio de 2024

Tres en uno

La pareja parada en la acera, al borde, muy cerca de la calzada, alto él, linda ella, entiende mi gesto y apartándose un cuarto de paso, me dejan pasar la esquina con luz verde nueva del semáforo, paso entre ellos y los carros. No acabo de ganar la siguiente cuadra cuando me aparece desde atrás y a mi izquierda, o sea, entre mí y los carros, otro muchacho, enchorzado éste, que corre a velocidad de deporte, o sea, más rápido que yo en la bici, pero decide irse a la derecha, pisando la acera inexistente, y se evapora. Menos de media cuadra más allá, sentado en el bordillo de la acera que ahora empieza a existir, un otro muchacho, erguido el tronco, gacha la cabeza con crenchas apelmazadas, ocupadas sus manos en acomodar o evaluar lo rotoso de los andrajos que viste, que descubren en su pecho y muslos y tobillos descalzos, una piel oscura (más oscura que la mía y yo soy negro...) con ese tono moreno propio de Quillacollo: en la ciudad de Cochabamba todo es gris, color de cemento ahumado, hasta la piel de la gente; en Quilla, el color oscuro de las cosas y hasta de la piel de la gente insinúa un rubor amarillo o anaranjado sólido, que debe venir del color de la cáscara del membrillo maduro en carnaval, o de la granada que se quedó meses sin caer ni ser arrancada de su rama y desafía el polvo ambiente mostrando en víspera de Urkupiña su vida subsistente.