Es medianoche. Este es un negocio de venta de hoja de coca y licorería sobre la avenida Blanco Galindo, en Quillacollo. Afuera del negocio, un hombre agachado golpea con un combo la bolsa con hojas de coca que se apoya sobre un tocón o tronco truncado.
Es media mañana. Es la parte todavía agrícola al norte de Quillacollo. La tierra del chaco está revuelta, aglomerada en kurpas medianas y grandes. La tierra será desmenuzada y dispuesta en surcos. El tractor pisa el linde entre el camino de tierra y el campo de cultivo. El tractor está funcionando, su motor suena fuerte. El tractor no se mueve. El tractorista, sentado en él, mete hojas de coca a la boca.
Es mediodía. Una máquina eléctrica o a combustible líquido golpetea una bolsa de hojas de coca que luego se venderá en este otro negocio del centro del Quillacollo. El letrero dice "Coca machucada". La machuca una máquina.
Así estamos hoy.
¿Para qué golpean con martillos pesados a la hoja de coca? Para que de ella salga su químico. La golpiza se hace condimentando el bulto de hojas encerradas en la bolsa, con bicarbonato y a veces con otros aditivos, que ayudan a sacar sus sustancias activas. Este golpeteo previo asemeja el pijcheo al proceso de elaboración de droga. Qué vergüenza. Evidenciar el carácter de droga suave del mascado de coca; peor, hacer pasar de droga suave a droga no tan suave este mascado.