En el taller de chapería
En la chapería, donde rehacen la cáscara de los autos. Volcada mi bici, sin la rueda delantera; de su manubrio hincado en tierra suben dos fierros delgados. Agarrándola del tubo medio y del nudo del manubrio, la presento a la boca de fuego azul del soldador, que echa bronce a la herida de uno de los tubos de la horquilla. Un ayudante sostiene con alicate el pedazo roto de la horquilla, que es reintegrado a la pieza. El soldador me indica que cambie de postura a mi bici, para completar la compostura. Luego, mientras enfría el punto soldado -- que es una franja de color amarillo que da vuelta al pico de la horquilla -- me pongo a mirar el taller.
Una vagoneta nueva, que distribuirá productos de belleza, a la que le soldarán una parrilla. Un auto al que maquillan la máscara raspada en un encontrón de tráfico. El piso es de tierra. El techo es un tinglado con ventanales que dejan pasar la luz. Hay escaleras movibles para acercarse a los autos desde arriba.
Son cuatro que trabajan: uno el maestro, que es el dueño del taller, un ayudante de primera (nomenclatura mía) y dos ayudantes menores. La música la usan a volumen soportable; estando cerca uno de otro, pueden aun hablar entre ellos sin alzar las voces.