martes, 11 de noviembre de 2025

Un cactu

Hay un cacto de hasta dos metros y medio de alto que, naciendo de varios troncos apiñados, a los pocos centímetros del suelo se abre y sube, muchos tallos apretados en haz compacto, y sigue abriéndose pero no mucho, cosa que ya arriba, ancho pero no demasiado, es un sólido surtidor verde, es un chorro grueso, quieto, de agua vegetal que sube y vuelve y, contenida, está. El cactu que digo está en la acera de la cuadra larga de la calle Ladislao Cabrera, por terminar ésta hacia el poniente en una placita cuyo nombre no sé. En esa cuadra, no lejos del cactu, sacaron un árbol de la acera, hace no más de un año. Esa cuadra era hace no mucho más quieta que ahora. Llegando en bici de noche desde la plaza San Sebastián, pasando las cárceles de hombres y de mujeres, y un cuartel militar, quiero empezar a ver el cacto desde bien antes para, yendo, ir viendo cómo crece a mi acercarme hasta ser el gran estirón verde que muchos días quiero mirar, pero no puedo anticiparlo porque, desde mi izquierda, y acelerados por el suelo que se inclina hacia abajo, muchas veces vienen carros que piden mi atención a su peligro y me quitan el mundo, digo, el cacto.

-- En el ochocientos aniversario del Cántico de las creaturas del hermano Francisco

Perros que vi ayer

Pensé que el perro blanco y negro que caracoleaba entre los carros apeñuscados ladraba a la gente que iba dentro de ellos, pero, llegando a la esquina de la segunda de las dos cuadras en que el tráfico de la avenida había sido juntado en uno solo de sus lados, por haber obra municipal en el otro lado... al llegar a la esquina vi que el perro grande, moviéndose entre medio de los autos lentos con algún peligro para sí, saltando de la máscara frontal de un auto a la cola de otro, pegado al costado de uno y luego pasando delante y muy cerca de otro que por eso tenía que bajar tanto su ya lenta marcha que casi se detenía, el perro alborotado lo que hacía era protestar contra el paso, por la acera de allá, de tres o cuatro perros, que debieron ser ajenos a la cuadra, porque sus ladridos eran espaciados y menos vehementes que los del perro en cuestión, que debe haber sido local.

Eso fue en la tarde. En la misma avenida, unos quilómetros más cerca de la ciudad y de noche, en la jardinera central, un perro de tamaño mediano estaba quieto y debajo de él, un par de perros pequeños, muy quietos y con las caras de aturdidos que entonces saben poner, cruzaban, o sea, penosamente hacían el acto que podía llevarlos a reproducirse. El perro más grande ¿protegía a los ahí vulnerables perros más chicos?

viernes, 7 de noviembre de 2025

Fuga contenida

Antes de ayer eché aire a la cámara de mi rueda delantera, que vi algo baja antes de salir. No abrí esa rueda para tapar la fuga porque, siendo fuga pequeña, ese arreglo podía esperar. Pero no ha sido necesario parchar la cámara de aire porque éste dejó de salirse; de algún modo el seguramente pequeño punto roto en el neumático, quedó cerrado al unirse con su contenedor, la cubierta de la rueda.

martes, 4 de noviembre de 2025

Recuerdo al maestro Víctor

En lugar angosto, tuve que desvolcar a la bici que estaba patas parriba. No intenté hacerlo al modo en que el (hace cuatro años) finado Víctor Zegarra lo hacía: tomando a las bicis, ya no recuerdo si de la goma y aro de su rueda delantera o de algún punto casi central del cuadro y haciéndolas dar ciento ochenta grados de vuelque o desvuelque.

Extraño al maestro Víctor, dicho Robinsón: su ser callado, serio, su mirar de frente, firme. Pronto en mis nueve años de frecuentar su taller le disculpé las imágenes de calatas con que empapelaba sus paredes. El cuarto donde funcionaba el taller sigue sin realquilar; una de las hojas de la puerta de madera sigue pintada con su sobrenombre, Robinson, en letras mayúsculas, de arriba abajo.

Una queja más contra los autos de noche

Comía algo rico, sentado en una banca de una placita triangular, no muy lejos de donde vivo. Es media noche. No me gusta el ruido de los autos que siguen pasando cerca de donde estoy, por la avenida V. Ustárez, y no lejos, por la av. Blanco Galindo. Debo esforzarme para que no me gane la amargura, forzarme a no insultarlos dentro de mí, a no mascullar insultos, porque no los voy a gritar: ellos, los hombres y mujeres encarrados, teniendo toda la tolerancia social y cultural en unas vías abiertas, en una sociedad desgarrada, en esas vías, tienen el poder, mandan, pasan dañándome.

lunes, 3 de noviembre de 2025

Panadero descolocado por la inflación

El panadero de Quillacollo cuyo pan compré durante años pasó de vender 5 panes de tamaño y peso regulares por dos pesos a pedir un peso por un pan que parece grande pero es liviano. La inflación reciente dejó a esa familia de panaderos sin capacidad de decidir según su propia conveniencia, porque, aunque no lo sé con seguridad, estimo que ahora venden menos que antes. El mes pasado vi al maestro panificador a cuadras de su tienda, llevando afanado unas (ahora escasas y encarecidas) bolsas de harina de trigo en un carrito de mano. Sus panes de antes eran ricos y se podían guardar, sin perder comibilidad, muchos días, a diferencia del pan de batalla (que, de tamaño menor, compro de una amable panadera paceña en Illataco, aún a 5 por 2 bolivianos), que pasadas unas horas pierde lo crocante de su exterior y cuya masa interna empieza a apelmazarse, la de los tocos y las marraquetas, o se reseca, la de las tortillas.

Desencuentro bicicleta / ciclista

Son tres años que manejo una montañera de rueda tamaño 26 pulgadas. Luego de cambiarle, gastando demasiado, dos cadenas, un plato central y un piñón, ahora, habiendo decidido dejar de usarla para volver a la híbrida de rueda de 28 pulgadas, que antes tengo que llevar a que reparen para devolverle rodabilidad... kunán puedo decir que sé manejar su caja de cambios sin estirar rápido las uniones de los eslabones de su cadena, sin afilar pronto los dientes de sus platos centrales. Mi bolsillo, o sea, mi ingreso de dinero, no da para hacer arreglar a la montañera, porque sus repuestos son caros y no demasiado duraderos, mientras que los repuestos de la bici híbrida, siendo ordinarios, son mucho menos caros y, aunque duran poco, hacen pasable el gasto en matenimiento.

Mi montañera es especial: barra ligeramente en declive desde el stem (= el tubo donde se inserta el manillar o manubrio) hacia atrás, tubos del cuadro de tres grosores: el tubo que sostiene el sillín o montura es delgado, la barra es medianamente gruesa, y el tubo que baja transversalmente desde el stem o estén hasta el eje central de la bici es algo más grueso. La bici está pintada de color gris y las letras de su marca, que son grandes, van en dos tonos de verde.

Aguaitadores de noche

Faltándome no mucho para llegar de vuelta adonde vivo (tan cómodo sitio que, sin serlo técnicamente, lo llamo casa), la bici pidió que la atienda, y tuve que repetir la atención varias veces. Era bien tarde, pero los autos no amainaban su dañar este valle. Con la bici volcada, hurgándole la cadena: a mi lado pasa un carro, dos carros, más tontos, y siguen pasando, no sueltan estos, no dejan de raer el valle. Fue anoche, último día de la fiesta de Difuntos/Todos Santos: gente volvía a pie de los campos santos, algunos, en grupos, entonados, caminando no siempre predecibles.

Algunos del montón de encarrados se movían, como en otras noches, muy lento... es su barrio o uno contiguo... pasean, lo reconocen, vigilan, controlan... No soporto a los aguaitadores encarrados: dentro de sus tinglados móviles, emboscados en ellos, chequeando, reconociendo a los propios del barrio de los ajenos, con todas las ventajas materiales ante peatones y ciclistas, atenidos a su peligrosidad... disminuyen aun más su velo... No importa que talvez lo que en realidad estén haciendo sea whatsappear. ¿Acaso puedo ver lo que hacen ahí parapetados tras sus latas?

En cambio, un ciclista va desarmado y al descubierto, sin esconder nada... nada que no sean los recovecos de su alma -- tenlos tú, Jesús -- y el tufo industrial del aire preso dentro de los tubos sellados de su máquina de caminar.