martes, 11 de noviembre de 2025

Un cactu

Hay un cacto de hasta dos metros y medio de alto que, naciendo de varios troncos apiñados, a los pocos centímetros del suelo se abre y sube, muchos tallos apretados en haz compacto, y sigue abriéndose pero no mucho, cosa que ya arriba, ancho pero no demasiado, es un sólido surtidor verde, es un chorro grueso, más o menos inmóvil, de agua vegetal que sube y vuelve y, contenida, está: verde. El cactu que digo está en la acera de esa cuadra larga de la calle Ladislao Cabrera, por terminar ésta hacia el poniente en una placita cuyo nombre no sé. En esa cuadra, no lejos del cactu, sacaron un árbol de la acera, hace no más de un año. Esa cuadra era hace no mucho más quieta que ahora. Llegando en bici desde la plaza San Sebastián, pasando las cárceles de hombres y de mujeres, y un cuartel militar, quiero empezar a ver el cacto desde bien antes para, yendo, ir viendo cómo crece a mi acercarme hasta ser el gran estirón verde que muchos días quiero mirar, pero no puedo anticiparlo porque, desde mi izquierda, y acelerados por el suelo que se inclina hacia abajo, muchas veces vienen carros que piden mi atención a su peligro y me quitan el mundo, digo, el cacto.

-- En el ochocientos aniversario del Cántico de las creaturas del hermano Francisco

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