jueves, 23 de octubre de 2025

Actitudes de muchachos que van en auto

A la media noche de anteayer, en la V. Ustáriz, por llegar a Quillacollo, sacó su cabeza, brazos y pecho por la ventana del auto blanco tamaño taxi del que iba pasajero un muchacho de no supe qué edad pero al que calculo unos veinte años, se volcó hacia mí, que el auto iba rápido dejando atrás, e hizo con la boca dos ruidos sucesivos, el primero que me figuré pudo representar el de apuntar un arma de fuego conmigo como blanco, ya que sus brazos estirados hacia atrás tendían a mí y sus manos vacías corrían sus dedos a mí, y el segundo ruido, que oí menos claro, pudo figurar el de dispararme. Yo iba a buena velo; curioso, la aumenté algo, disminuyendo la distancia entre nosotros. Él gritó: Apurate! Bajé algo la velo; los iba dejando irse pronto mientras el muchacho repetía su onomatopeya de brazos, dedos y labio, lengua. ¿Un desquilibrado, un drogo?

Hace veinte años, pedaleando una tarde la vía estrecha adjunta al puente de la Recoleta, desde un jeep al que yo había ido taponando, o sea, retrasando su marcha, y cuando al fin me pasaron los tres muchachos talvez veinteañeros o menores, jailas, uno de ellos, el que estaba sentado en la parte de atrás del carro, me mostró un arma de fuego, la blandió ante mí, sin apuntarme con ella. En ese momento, yo tenía otro problema: doblado en dos por un dolor agudo de panza, intentaba retrasar el vómito, faltándome unos pocos quilómetros para casa. Así que a la pirueta del jaila bellaco la desestimó el espasmo de mi panza.

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