viernes, 18 de agosto de 2017

Viejo taller de bicicletas

Cambié chicharra, o mejor diré, hice cambiar la chicharra de la bicicleta. Al subir a la bi y hundir por primera vez la pata en el pedal, la rueda giró menos que lo esperado, menos que lo accionado; antes, giró la chicharra, atornillándose en su lugar (ver https://ciclistasdevalle.blogspot.com/search?q=barro+rojo). También hubo cambio de macero trasero y de otras partes menores.

El maestro bicicletero de frente al estadio atiende a mi bicicleta desde hace dos meses. Es hijo de un buen mecánico, que, según me cuentan, ahora arregla motos en Santa Cruz.

Mientras el mecánico trenzaba las varillas de la rueda de mi bi, una diligencia me hizo entrar a la casa del lado del taller. Vi desde ahí el techo del taller, algo de lo que hay sobre él, y el espacio de entre techo y paredes. Recordé entonces cómo los vecinos de la calle Avaroa, al lado de la laguna Alalay, apretaron hace tres años al bicicletero Gallo hasta lograr que su dueño de casa lo botara, acusándolo de que la acumulación de tubos en desorden, que llenaba el espacio de un galpón de, calculo, tres por cinco metros, era nido de roedores, insistiendo que el taller daba mala imagen al barrio, y así. (Uno de esos vecinos, masista policíaco.) No es que Marcos de frente al estadio se parezca a los maestros acumuladores de piezas y bicis viejas; casi no tiene nada guardado. Se trata del aspecto de viejo, de, diré, natural, subsistente, real de su lugar, visto desde fuera, en este caso, desde el corredor de un comedor peruano, donde, por los precios, yo no comeré.

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