Pedagogía del miedo
[Republico esto de octubre 2007.]
Esa necesidad de apartar de la vía al ciclista, la urgencia de sacar de la calle al que camina, pueden venir de una práctica pedagógica contra unas resistencias físicas: asustando, metiendo miedo, amenazando, casi rozando vencerán, creen, al terco palurdo que insiste en ocupar un campo que, creen, no le corresponde. ¿Acaso no tengo yo en mis manos la potencia de miles de dólares acumulados, no me lleva la velocidad del combustible que quemo, no puedo empeligrar la vida de cualquiera con sólo acercarme; acaso no se han abierto, construido las vías para mí y los otros que llevan carros, para que nos sea fácil, directo movernos, contra la facilidad, seguridad de movimiento de quienes no van en carro?
Escuché a alguno llevar la práctica de la intimidación a una justificación total: se sentía, dijo, con todo el derecho (parecía que hasta con la obligación) de atropellar a quien estuviera en la calzada, que "es para los autos".
Es que no debemos olvidar el hecho material de que un hombre, una mujer en carro, con su peso, velocidad pueden herir, matar a una persona a pie o en bicicleta. No olvidemos los millones de veces en que hombres y mujeres en carros hirieron, mataron a peatones, ciclistas.
El automóvil es también un aparato de amenazar, una máquina de herir, matar.
Al echar de las vías a peatones y ciclistas, cuántos motoristas de primera generación no estarán dentro de sí educando a lo que ellos mismos fueron, y son todavía, cuando andan a pie, cuando van en bici. Se saben cuerpos resistentes; por eso, insisten en mostrar lo peligroso del carro en manos de alguien decidido a usarlo como arma.
Pero en muchos lugares, momentos del viario de Cochabamba la congestión vehicular, peatonal impide a los motoristas llegar a la velocidad mínima para amenazar, no les deja adquirir el impulso necesario para abusar, y no tienen otra salida que fijarse en lo que hacen, ceder a la "regla del más débil". No tienen campo para hacerse a los malos.
La semana pasada vi a una mujer linda en un carro brillante frenar a centímetros de un niño sucio, escapado de la mano de su madre fea. Me asusté. Levanté el puño al pasar a mi lado la mujer linda en el carro brillante, no pude evitarlo. Me afectó. En la calle principal de Tiquipaya, pavimentada y convertida en circulable en un sólo sentido hace cuatro años. En la esquina, el niño apretaba su cabeza al vientre de su madre.
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