La destrucción motorista del valle de Cochabamba
Sube rápido un camión con acoplado largo, que, por como suena, debe de ir descargado. Debo parar para dejarlo pasar, porque el camino es estrecho. El tipo para, se inclina desde su cabina hacia mí y me pregunta dónde es la plaza. Antes de indicarle dónde es la plaza, le digo que el camino no da para un camión así tan ancho y tan largo. Asiente y me dice que va a la plaza para poder dar la vuelta y bajar. Un rato después y unas cuadras más abajo, me pasa el camión. Son muchos los excampesinos que tienen carros pequeños, carros medianos, carros grandes y los usan por los caminos del valle, destrozando lo que queda del valle de Cochabamba.
Como siento la cosa, ahora que vivo cuatro meses en Illataco, este lugar, y muchos otros del valle de Cochabamba, no están hechos para que sobre sus caminos vayan carros a motor, a ninguna velocidad. En Illataco, el polvo es muy delgado y -- por las narices, por la boca, por los poros -- se te entra al cuerpo, y de ahí ¿cómo saldrá?, ¿con el moco, junto con otras secreciones?
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Vuelvo de orinar en el patio en medio de la noche. Entro al cuarto. Veo en la pared las luces del carro recolector de leche que llega al punto de acopio, a media cuadra de donde vivo. Es la una de la noche. A medida que el carro baja (la cuadra es muy inclinada) lentamente, disminuye la altura de la raya de luz en la pared, hasta desaparecer. Entonces vuelvo a mirar la reja que cubre la ventana, espío a la rata que quiere entrar a barrer con las migajas que debo haber dejado caer de mi cena. Cuando aparezca, la espantaré golpeando las palmas de mis manos. No viene la rata. El cisterna chupa la leche. Ya se irá. La otra noche, llegando a esta hora, me acerqué y le pregunté al chofer: me dijo que son once cisternas, de quince mil litros de capacidad, cada uno, que dan dos vueltas, cada uno, por los acopios del valle. Qué bien que la rata no viene hoy más. Me dormiré.
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