En la terminal de buses
Echado sobre el asiento de la terminal de buses, un gordo alto, tan moreno como yo. Creo que pasa de los cien kilos. Qué gente más grande hay ahora. Le salen unos pelos sueltos de la quijada. Sus brazos tiemblan. Parece que el sillón lo masajea. Tiene los ojos cerrados, disfruta. El letrero frente a él le pidió que pusiera una moneda antes de subirse al sillón, y él hizo caso. Otro letrero le dice que se baje en cuanto el sillón empiece a sonar, y él hará caso. Sentado detrás de él, yo converso con mi madre, y nuestro banco es remecido gratis por el retemblar de los muslos del muchacho que a nuestro lado reprime la necesidad de abrazar más estrechamente a la muchacha que a su lado se aguanta el impulso de estrujarlo.
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