lunes, 8 de agosto de 2016

Paseo de hace un año

Paseo. Una maestra bicicletera. Mi pericia parchando. La zona sur, Valle Hermoso, la salida al Valle Alto.

Con ganas de llegar hasta el kilómetro diez pero sabiendo que solo iré hasta el cinco, paseo. Es la mañana que empieza. Luego de años, miro en detalle esta zona sur de la ciudad, detrás de la laguna Alalay; voy lento; en el mapa, digo, en el trayecto visto en bloque, hago curvas. Supongo que el movimiento que veo a esta hora temprana, crecerá al llegar a media mañana.

La rueda trasera se hace sentir, resaltando los desniveles del suelo. Puede estar disminuyendo su aire. Unas cuadras después, sí, se baja, muy lentamente. La fuga será mínima. La bicicleta me soporta aun sobre ella, a velo aun menor. El punto de fuga ha de ser tan pequeño que podría ser difícil hallarlo.

Taller de cambio de llantas para autos. Pregunto si tiene aire para la bici (es decir si tiene adaptador-bici para la boca de salida de su compresora-manguera; o, mejor, si él tendrá la paciencia, tolerancia para atender a una barata bicicleta). Sin una palabra, su brazo señala al frente de la avenida (es la avenida Siglo Veinte), a otro taller, también de llantería, pero de otro nivel, con menos movimiento, de aspecto menos apremiante.

La acera de este taller es de tierra. Dentro de él, un canchón, cuya parte frontal, cerca al portón, está llena de fierros sueltos. La maestra biclcletera es flaca, joven. Su mano me indica que mi espera será breve. Destripa una rueda de carro usando un gran aparato con función de palanca. Su hijo llora, pide ducharse, recibe al fin la autorización de la madre, se baña, vuelve, y ella, dejando de trabajar un momento, le completa el lavado. Otra hija, flaca, recatada, alcanza a su madre las herramientas que ella le pide.

La maestra conversa con su cliente, trata de hacerle ubicar en su memoria a otra persona, da vueltas, acercándose a sacarle esa info, pero al fin él se le escapa, no se deja coger. Mi espera está pronta a terminar. (Veo la operación de la llantera y el taxista que meten a las llantas tubulares del carro atendido, papel higiénico trozado y mojado; materia que se adherirá al próximo ahujero, taponando la fuga de aire.)

Ahora me atenderá a mí. ¡Antes de atender a un otro cliente, que llegó después de mí! Aquí hay decencia. Ella quiere sacar la rueda entera del ciclo, desenruedar a mi máquina, como hace al parchar llantas de carros; se lo impido; saco yo solo la cámara neumática; llevo la bi entera al medio turril con agua, para situar el punto de fuga. Hallo el punto roto en la parte interna de la goma : fue la cabeza de un radio sobresalido la que rompió el neumático. Con una lima delgada, limo bien las cabezas de ese y de otros radios. (La rueda estará amandarinada, no circular sino achatada.) Sin una palabra, procede ella a terminar la operación, contra, sobre mi indicación, pedido de reponer yo mismo la cámara en su lugar. Infla. No se fija ella, y yo tampoco, que dejó semiabierta la tapa de la válvula. Monto la bi, doy un paso sobre la calzada y ya estoy con la llanta flat. Vuelvo. Vuelve ella a inflar. Me voy.

La zona sur, hacia Valle Hermoso, la salida al Valle Alto. Hace tanto que no salgo a la Angostura, a Tolata, Paracaya... Tiraque... Este paseo fue en la segunda semana de agosto del año pasado. Ah, conseguí una tuna grande, casi tan grande como un barril, que salía por arriba de la pared de adobe de un lote cerca de la refinería, y me la comí : fría, helada, el sol no le había llegado, dulce, chorreó su jugo a mi polera.

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