viernes, 19 de diciembre de 2014

El sostén del gobierno

La pose arrogante de los militares, de los policías, hoy, da una medida del "buen trato" que reciben del gobierno, en dinero y en reconocimiento, de hasta qué punto el gobierno depende de ellos para su sostenimiento, da una medida de cuánto la conservación y ampliación de la desigualdad social, la extensión de la crueldad social, que son el programa básico de este, así como de otros gobiernos, les deben a militares y policías (actores del oficio indigno de hombres o mujeres de, a cambio de unas monedas, y cobardemente cubiertos por la disposición de técnicas y armas, poner el cuerpo para los fines de otros, arriesgarse para que otros conserven sus puestos de privilegio en contra de aun otros que son forzados a quedarse en sus puestos de desventaja).

No conformes con ello, ¿cuántos policías, cuántos militares, en los últimos años, mataron gente, digamos, "fuera de programa", a un amigo en una farra, a la esposa en la casa? ¿Cuántos uniformados violadores denunciados últimamente?

Gobierno = la carne y hueso de la parte dominante del estado, los abusones, los muertos de miedo, los histéricos maniáticos acostumbrados a destruir, a mandar a matar a la gente; el gobierno está allá, fuera de lo que somos los que vivimos y hacemos la vida. Hallar formas decentes de hacerlos a un lado, día a día, y en esos momentos especiales.

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Irreparable es el daño causado a las mujeres de Bolivia con su incorporación a los cuerpos de la violencia, ejército y policía, confirmando su caída en la insensibilización (término usado por Casilda Rodrigáñez para nombrar el desprendimiento de ellas de su carácter "natural" de madres, desapego que les exigen los que medran con la situación de guerra que, con cada vez mayor intensidad y extensión, viven hombres y mujeres desde hace diez mil años ; ¡madres que crían hijos soldados, lo que es decir, cobardes, traidores, chingados que buscan, volcando la tortilla, chingar! ¡Madres que condonan, festejan asesinatos, etnocidios, la desaparición de pueblos enteros!)

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Los uniformes daban a los oficiales un aspecto irreal. Nunca había visto a tantos, juntos, dominando una ciudad, asentándose en ella como una parvada de aves ornamentadas que caminaran dueñas del suelo y del espacio. Los jefes provinciales que conocí en los pueblos eran fanfarrones, casi siempre descuidados y borrachos; estos del regimiento, así, juntos, despertaban preocupaciones desconocidas. Los fusiles, las bayonetas, las plumas rojas, la hermosa banda de músicos, se confundían en mi memoria; me atenaceaban la imaginación, el temor a la muerte.

José María Arguedas, Los ríos profundos, http://dlx.b-ok.org/genesis/684000/457a0efae07aaae567743cfcb304e946/_as/[Jose_Maria_Arguedas]_Los_rios_profundos(b-ok.org).pdf, página 258.

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