Avance de la motorización en Cochabamba
Lento se mueve uno en un día domingo, temprano, por un barrio residencial de la zona oeste, de clase media, todas sus calles asfaltadas (las últimas lo fueron en los meses pasados). De una y otra esquina aparecen carros. Este es un lugar donde, hace pocos años, uno podía olvidarse de los motores, yendo largas cuadras sin verlos, sentirlos, temerlos. Pero ahora ya no nos dan respiro los autos. Por todo lado, a toda hora. Para mí lo peor es el ruido que hacen sus ruedas al raspar el asfalto, el frote que su gastarse rotando contra el suelo produce, y el ruido que hacen al cortar el aire. Luego, sus bocinas. Y sus motores... Carajo. Uno quisiera ser más hombre y dejar de aguantarlos, hacer lo necesario para que desaparezcan, pronto.
En propaganda de televisión, el alcalde del Cercado dice que en sus cinco años de gestión, asfaltaron la ciudad de Cochabamba de rincón a rincón (lo dice en quechua), 4 millones de metros cuadrados de nuevas vías (equivalentes a dos veces la carretera Cbb-Oruro, dice), gastando 550 millones de bolivianos.
Con una población de un millón de habitantes, en el área conurbada Sacaba-Cbb-Tiquipaya-Colcapirhua-Quillacollo-etc. actúan unos 250 mil motores, haciendo un promedio de uno por cada cuatro habitantes.
La inconciencia, la estupidez, la ceguera, la iniquidad.
Asfaltaron, pavimentaron los últimos resquicios, como si fuera una obligación, como si le tuvieran horror al suelo, a la tierra desnuda, descubierta. Tanto sobra el asfalto que en aceras que fueron abiertas para instalar tuberías de gas, echaron paladas de la sustancia mezcla de aceite grueso negro con piedra menuda.
Este recubrimiento de la superficie de la tierra para beneficio de los motoristas, va junto con la extirpación de todo crecimiento propio, salvaje de matorrales, por las manos de mujeres de pollera, pagadas, supongo por la alcaldía. A esto le deben llamar deshierbe, limpieza, puesta en orden... Pero ¿cuánta vida salvaje se pierde sacando las hierbas locales, originales. La vialización también va junto con el encementado de toda acera; como si fuera obligatorio (y lo es), los vecinos echan cemento al pequeño espacio que tienen a la vera de sus casas. La vialización va junto a la tala ilegal, nocturna, de los árboles de las aceras, por parte de los propios vecinos, que así despejan el espacio para poder ver a quienes se aproximan a sus propiedades privadas, para que los guardias de seguridad privada que tienen contratados controlen a los extraños que pasan por ahí. También hay poda salvaje por parte de la empresa de luz eléctrica, para que las ramas de los árboles no estorben el paso de los cables de electricidad. Cuántos árboles en esta ciudad tienen esta forma extraña : sin ramas centrales que suban más o menos recto hacia arriba, ramas que les fueron cortadas, con unas restantes ramas laterales, diagonales, que van del centro a los lados.
Exagerando las relaciones, diría que la motorización va junto con la increíble cantidad de gente que camina por las calles de la ciudad con las orejas tapadas por audífonos, y gente que va escribiendo en sus teléfonos móviles o leyendo en ellos, olvidados del ambiente, cerrados a él.
Y los carros con parlantes, algunos de ellos, con parlantes que apuntan al suelo, golpeándonos con ruido indeseado.
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