Aquí adentro
Parada en la calle una bicicleta igual a la que perdí hace un año, sola, apoyada al pretil de la acera, una bicicleta igual a la que usé muchos años, a la bicicleta que dije, pensé tenía conmigo el trato de que no me haría daño, de que si la cuidaba yo, ella no me dañaría por más que cayéramos... y caímos, y no me dañé. Veo esa bicicleta, o mejor, siento que acabo de verla. No está asegurada, veo al dar la vuelta la cabeza para verla. Pero (aunque siento ganas de parar, ir a ver si, por ahí, fuera la mía, ¿será la cicla que perdí?) es nada más un instante. No puedo seguir viendo esto. Llevo el frente de mi cabeza (tuerzo la cara) hacia adelante. No quiero verla más. Una bicicleta así, parecida a la que fue mía (y si fuera ella), me recuerda la pérdida que no asimilo aun. (Un niño, un sopapo mío a un niño, una bicicleta blanca, suya, Cliza, una cicla negra, mía, sol, hambre nuestra, corro, persigo por la calle al ladrón, cincuenta centavos al suelo de Cliza, la bicla fénix, un taller de gomería donde no está la bicicleta, entrego la llave para prestar mi bicicleta, presto mi bicicleta y ella desaparece, se la llevan, no sé qué pasó, por qué no está mi bicicleta, tengo que caminar una semana, todos los días de una semana camino, luego de haber estado a pie un año entero, y de haber recuperado a la bicicleta, haberla puesto en forma, y haber vuelto a la bicicleta, que me duró unos meses, porque entonces : me la robaron, la vendieron, y tuve que comprar otra.)
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