Cuando aparezcas
Cuando apareces, el misterio del amor. Y si no lo apareces, no me importa -- y aquí debo escupir y sale limpio un bicho que se me metió a la boca, mientras agarro más fuerte el manubrio para conservar el equilibrio de la cicla, porque se mueve el hijo que llevo en la barra -- yo te doy una canción. Aquí entonces recién entiendo esta letra de Silvio, que yo cantaba mucho hace veinte años, y que ahora, en esta semana, vuelvo a tararear por dentro, y que hoy, en este domingo, a las ocho de la mañana, por Pandoja, canto fuerte, en voz alta, de subida a Phaso, mientras noto que mijo se va adormilando sobre la barra; es que a veces la casi suavidad del camino de tierra lo laxa; como también, otras veces, según la hora, la extrema suavidad del asfalto lo adormece.
Un trecho más allá, en una hundición del terreno, habiendo casi frenado por precaución, Ernesto se escurre, sus nalgas y piernas chorrean de la barra y queda colgando, aferrado del manubrio, medio dormido pero todavía alerta a su cuidado básico. Este es mi hijo: después del susto, tiene ánimo para reírse de lo que pasó, reírse de sí -- como a veces, al hacerme recuerdo de mis torpezas u olvidos, se ríe de mí este wawa de tres años.
Lo que vale hoy es que entendí este mensaje: No me importa, yo te doy una canción. En cuanto a ti, estoy solo, sí, y cómo me importa -- pero no me importa: yo te doy una canción, te la sigo dando, oye.
Y a vos, Silvio, gracias.
Invierno de 2002.
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